15 julio 2006

Día del Carmen



A veces miro a mis hijos como si me despidiera de ellos, como si cada día dijera adiós a su infancia y siento que me crece un abismo en el estómago. Acaricio sus cuadernos, recojo las gastadas botas de fútbol, engraso las cadenas y ajusto los frenos de sus bicicletas, retiro de la mesa los estuches, sus tebeos, apago el ordenador que han dejado encendido... Y pienso en mi infancia. Me dejo llevar por la tentación de creer que fue ayer mismo, pero hay demasiadas cosas que me dicen que fui un niño prehistórico, un niño de un mundo que no existe. Esta tarde, Mientras paseaba con un hueso de melocotón en la boca, tal y como hice tantas veces cuando era un crío, pensaba en las tardes en el río, en las cenas, en lo feliz que fui "tomando la fresca", no hacía otra cosa que escuchar, soñar y ver cómo las palometas blancas rebotaban contra los adoquines buscando la luz de las farolas. La misma luz que las mataba. Aleteaban de tal modo que podía escucharse el ruido de sus cuerpos contra el suelo. No sé si se trataba de una danza fúnebre o de un ritual de apareamiento. Quizá sea lo mismo lo uno que lo otro. Morían extenuadas, aplastadas las unas contra las otras.

*

No hay comentarios: