16 junio 2012

Presentación de «Te veo triste» de Fernando Sanmartín


Borja, 15 de junio de 2012

A veces leemos libros, admiramos a sus autores, nos preguntamos de dónde nace el talento que les impulsa a contar las historias que nos emocionan y nos permiten entender qué queremos querer, cómo nos enamoramos, de qué se alimenta nuestra tristeza o las razones que tenemos para vivir y morir. A veces leemos las palabras que han reunido algunos escritores para contar sus cuentos, y no podemos evitar preguntarnos qué pacto han hecho con los dioses para que estos les permitan explicar qué somos, qué sentimos o qué deseamos ser. Yo leía a un tal Fernando Sanmartín. Solo le conocía por las fotografías de las solapas de sus libros. Me gustaba mucho como escribía. No le admiraba porque en esto hace tiempo que soy como Luis Buñuel quien confesaba en sus memorias que no admiraba a Jorge Luis Borges. Además, -añadía el genio de Calanda- yo no respeto a nadie porque sea buen escritor. Hacen falta otras cualidades»[1]. Hoy puedo asegurar que admiro y respeto a este buen escritor que se llama Fernando Sanmartín.
Fernando y yo tenemos amigos comunes y gracias a la amistad, que como dice Luis Alegre siempre es maravillosamente promiscua, conocí a Fernando Sanmartín y tengo, desde entonces, más de mil razones para admirarle. Hace unos años compartimos uno de esos proyectos hermosos con los que la vida, quizá sin merecerlo, nos obsequia. Un grupo de amigos recuperamos la melodía que sonaba en la caja de música de Ramón Acín. Luego un carpintero nos hizo una caja con madera de roble y ahora suena en nuestras casas La última rosa del verano, la melodía que tantas veces se escuchaba en la casa de Ramón Acín en Huesca. Les envié a mis amigos centenares de correos electrónicos dándoles cuenta de cómo avanzaba la construcción de nuestra caja: el diseño del arquitecto Basilio Tobías, la fabricación del mecanismo musical en Francia y Suiza. En uno de aquellos mensajes les conté que ya habíamos elegido el aceite que protegería la madera y Fernando me contesto: «Ya lo veo: acariciaremos nuestra caja como se acaricia a una mujer desnuda». Así es el autor que ha escrito Te veo triste.
Para contarles quién es Fernando Sanmartín voy a relacionarlo con dos personas distintas. Miraré primero el ejemplo de un deportista y después tomaré el caso del protagonista de una de las películas más hermosas de la historia del cine.
Fernando Sanmartín es nuestro Sebastian Coe, el plusmarquista del 1500. El rey de las distancias más comprometidas. Fernando ha escrito libros breves, quintaesenciados, tan bellos como intensos: Los ojos del domador, Apuntes de París, Heridas causadas por tres rinocerontes, Hacia la tormenta, El llanto de los boxeadores, Viajes y novelerías o La infancia y sus cómplices. Es, además, director de la colección de poesía «La gruta de las palabras» de las prensas de la Universidad de Zaragoza. Conserva siempre la elegancia. Tiene el porte de un medio fondista, alguien que demuestra que no basta con ser un tipo explosivo en los cien primeros metros. La media distancia exige velocidad y resistencia. Y Fernando Sanmartín, lord Sanmartín deberíamos llamarle, es un escritor capaz de descubrir el poema que se esconde en cada rincón de la vida. Es un coleccionista de delicadezas que pretende permanentemente la belleza. Miguel Mena señaló en la entrevista para la Cadena SER con motivo de la presentación de Te veo triste en Zaragoza que Fernando habla como escribe, pero hay algo mucho más importante y es que sabe escuchar. Es el más atento escuchador que conozco.
Si Fernando Sanmartín fuera un personaje de una película sería Atticus Finch, el abogado que asume como un compromiso moral la defensa de un hombre negro a quien todos creen culpable en Matar un ruiseñor. Atticus representa la rectitud, el valor de las convicciones que defendera desde la firmeza de los débiles, lejos de la prepotencia, la imposición por la fuerza, el insulto o la descalificación. Tengo la certeza de que una vez que Atticus Sanmartín ha tomado partido, defenderá aquello que le parezca justo sin pensar permanentemente en las consecuencias que esto pudiera tener para él o para sus intereses. Fernando estará siempre al lado de sus amigos –al lado de quienes no lo son– si se trata de defender una causa justa. Bajo una apariencia de fragilidad, de hombre de modos suaves se esconde una firmeza inquebrantable. Para Fernando no hay sueños imposibles. Lo importante es soñar, aunque quizá necesitemos cien años para hacerlos realidad.
Fernando es poeta y zaragocista. Su zaragocismo también se nutre de la poesía, de su visión poética de la realidad. Cuando en mayo de 2008 el Zaragoza bajó a segunda división, Fernando llamó a Pepe Melero para anunciarle que su hijo Jorge y él se harían socios del Zaragoza. Y ahí siguen, sufriendo cada domingo.
Fernando tiene un compromiso permanente con las palabras. Les decía antes que un artesano había construido para nosotros una caja de música. Pues bien, yo imagino a Fernando Sanmartín escribiendo despacio, acuchillando las palabras como nuestro carpintero acuchillaba la madera de roble de la caja de música, sin ninguna prisa, humildemente, hasta que las palabras ya no le piden nada más.
 
Te veo triste
Vayamos ahora con la novela. En Te veo triste encontramos varias historias en una. Marta Sampiero vuelve a Zaragoza porque su padre, el escritor Luis Sampiero, ha muerto. Junto a todas las incertidumbres que genera la desaparición de una persona que queremos (dudas sobre cómo será nuestra vida en su ausencia, sobre si seremos capaces de seguir viviendo), Marta se encuentra con una inquietante nota: «Dile a Carmen Cabrera que he muerto».
A partir de ese instante, Marta inicia un proceso de búsqueda. Busca, desde luego, pistas sobre esa misteriosa mujer llamada Carmen Cabrera, seguirá su rastro por varias ciudades europeas, pero también busca al hombre que fue su padre, a la persona que creía conocer desde siempre y que, sin embargo, guardaba grandes secretos. Lo que queda claro es que hay abismos de nuestras vidas que nos pertenecen únicamente a cada uno. Marta, se busca a sí misma, a la niña que fue en la ciudad que un día transitó. La presencia de Zaragoza en la novela es constante. En Te veo triste puede leerse el nombre de lugares que todos nosotros, como la propia Marta Sampiero hemos frecuentado: Los espumosos, el rincón de Goya, el Canal Imperial, el Teatro Principal…
La novela de Fernando Sanmartín es una celebración de la amistad, un homenaje a algunos de sus amigos. Por eso Marta conversa o recuerda a escritores como Daniel Gascón, Antón Castro, Adolfo Ayuso, José Luis Melero o Ignacio Martínez de Pisón.
Te veo triste es un poema de miles de versos porque la literatura de Fernando Sanmartín es la imagen permanente. Mientras leía la novela quise anotar las frases redondas, frases que a cualquiera de nosotros le costaría una era parir y que a Fernando le salen en cuanto habla o en cuanto toma el lápiz para escribir, y desistí. Cuando había emborronado cinco folios lo dejé estar. Era estúpido copiar como un amanuense la novela entera. Me he permitido traer algunos ejemplos:
«La soledad puede ser un caníbal con hambre»
«Los secretos son canciones que uno tararea sin decir la letra»
«Hablaron como dos náufragos en islas diferentes»
«El paso del tiempo es un mendigo cuyo nombre no conoceremos»
«La melancolía nos acerca a la muerte, nos hipnotiza como el fuego»
«El miedo es un farol que alguien apaga en medio del bosque»
Podría seguir así hasta mañana, pero ustedes tendrán cosas que hacer, entre otras leer esta maravillosa novela que les conmoverá, que les hará entender que la vida eterna es siempre demasiado corta y que no podemos aplazar para mañana la felicidad que nos merecemos hoy mismo. «Te veo triste. Sal de ahí» es lo que le dijo Juan, el novio ocasional de Marta, cuando una tarde sintió que a ella le vencía el abatimiento. A ti, querido Fernando, te diré justo lo contrario: Te veo feliz, Fernando. Sigue ahí.
Víctor Juan

 

[1] Luis Buñuel, Mi último suspiro, Barcelona, Plaza y Janés, 2000, p. 260

04 junio 2012

Somos los libros que hemos leído


Leer, comer, soñar, crecer… Estos verbos tienen algo en común: son necesarios para vivir. He pasado algunas de las tardes más felices de mi vida leyendo las historias que otros han construido con palabras: me he enamorado, he estado enfermo, he vencido adversidades, he vuelto de largos viajes, me he comprometido con causas juntas, he experimentado el valor de la amistad, me ha dolido el dolor de los perdedores, he vencido al miedo... La lectura me ha hecho más grande el mundo, me ha permitido entenderme y entender a las personas que viven cerca y lejos de mí. Leer me ha hecho más valiente y más vulnerable, más sabio y más consciente de mi ignorancia, más fuerte y más frágil.
Leer es un bálsamo para el alma que tiene maravillosos efectos secundarios. Un libro siempre es una invitación a seguir leyendo otros libros
Os confesaré un secreto: me gustaría saber leer en todas las lenguas del mundo para entender con qué palabras se quieren, se echan en falta, se consuelan, se acarician, se animan o son felices todas las personas que leen en cualquier idioma, en cualquier rincón del universo.
Nuestras lecturas forman parte de nuestra biografía. Somos los libros que hemos leído.