29 marzo 2013

El zaragocismo, la larga cadena que nos une

El último título de Ediciones La Ventolera es Álbum de fotografías del Real Zaragoza. A mí la fotografía que más me gusta es la que encabeza esta líneas, la fotografías que precede a la relación de cuarenta y un  zaragocistas que editan y sufragan a escote este delicioso álbum. Me gusta esta foto porque muestra a zaragocistas de toda condición unidos por la misma pasión por el Zaragoza que nos une hoy. Me gusta que estén contentos, que unos lleven sombrero, otros boina, otros corbata o pajarita. Me gusta que en el centro de la imagen esté Bautista Jover, Bautisteta, el hermano de mi abuela Pilar, con su camisa blanca, sonriendo como un bucanero.



22 marzo 2013

Solo tenía tiempo para ser feliz



Antes de cumplir los seis años me fui a vivir a Zaragoza. Esa fue la gran tragedia de mi infancia. Me convertí en un exiliado. Mi auténtica vida se quedó suspendida en Caspe.
Mi padre, cofrade del Nazareno, se encargó de hacernos entender que no había Semana Santa más conmovedora que la Semana Santa caspolina. Para mí esos días eran un tiempo de libertad –de libertad condicional–, un tiempo de reencuentros con la familia, con los amigos, con las calles y los paisajes y, también, un tiempo de palabras y de silencio, del silencio con el que aprendí a convivir entonces y que tanto he agradecido siempre.
El miércoles santo venía mi abuelo Valentín a Zaragoza y en el primer tren de la tarde emprendíamos el viaje a Caspe. Me iba de casa con mi cartera escolar para hacer los deberes y con la promesa de portarme bien.
En Semana Santa la vida reventaba por todos los rincones –y estallaba también dentro de aquellos niños que descubrían cada día el mundo–. En Caspe la Semana Santa terminaba con la celebración de San Bartolomé, la comida en el campo que anunciaba la cuenta atrás que me llevaría irremediablemente a Zaragoza. Nunca tenía tiempo de hacer los deberes. Solo tenía tiempo para ser feliz.

(Publicado en el Especial Semana Santa de La Comarca, 23 de marzo de 2013)

09 marzo 2013

Nuevo Aragón de 9 de marzo de 1937

El diario Nuevo Aragón se editó en Caspe desde el 20 de enero de 1937 hasta que el 11 de agosto del mismo año las tropas de Enrique Líster entraron en la ciudad y asaltaron los talleres en los que se imprimía el periódico.

El 9 de marzo de 1937 Nuevo Aragón publicó el homenaje que Paco Ponzán, Evaristo Viñuales, Miguel Chueca y José Mavilla rinden a Ramón Acín, que había sido asesinado en Huesca el 6 de agosto de 1936. Paco Ponzán y Evaristo Viñuales fueron alumnos de Acín en la Escuela Normal de Maestros de Huesca. Los dos militaron activamente en la CNT y ambos fueron Consejeros en el Consejo de Defensa de Aragón. Evaristo Viñuales se suicidó en el puerto de Alicante cuando el Stanbrook se hizo a la mar y centenares de milicianos quedaron a merced de las tropas de Franco. Los nombres de Acín, Viñuales y Ponzán también pueden leerse juntos en el estremecedor párrafo del testamento que Paco Ponzán firmó el 27 de diciembre de 1943 en la prisión de Toulouse:

“Deseo que mis restos sean trasladados un día a tierra española y enterrados en Huesca, al lado de mi maestro, el profesor Ramón Acín, y de mi amigo Evaristo Viñuales”.

Algunos proyectos los perseguimos durante años. Sin embargo, la edición facsímil de este periódico se resolvió en un solo día. Sabíamos que en Nuevo Aragón se publicó un homenaje a Acín por los cinco recortes que se conservan en el Museo de Huesca y que incluyeron Emilio Casanova y Jesús Lou en La línea sentida. Llamé a María Paz Cantero, conservadora del Museo de Huesca, y me confirmó que no tenían el ejemplar completo. No sabíamos qué otras noticias se habían publicado en Nuevo Aragón aquel 9 de marzo de 1937. Pensé que hubiera sido muy hermoso que Palmira Plá, la maestra que dirigió las colonias escolares y que por aquella época también estaba en Caspe, hubiera firmado un artículo ese mismo día.

Después de hablar con Mari Paz, recurrí a algunos de mis amigos: Javier Cortés, Carlos Serrano, Antonio Peiró, Julián Casanova, Víctor Pardo, Javier Díaz, José Luis Melero… Todo indicaba que tendríamos que dirigirnos al archivo de Salamanca confiando que allí se conservara el ejemplar del 9 de marzo y que estuviera en condiciones de ser reproducido. Pero fue Alberto Serrano Dolader –caspolino, periodista y amante de todo lo que tiene que ver con Caspe y con Aragón– quien me dio la alegría del día…«Has tenido suerte –me escribió en un mensaje poco antes de la medianoche–. Hace más de treinta y cinco años, en mis tiempos de estudiante en Barcelona, compré algunos, muy pocos, ejemplares de Nuevo Aragón y tengo el que te interesa. Cuando quieras te lo dejo».
«Mañana –tecleé apresuradamente– Lo quiero mañana».

De algún modo, esta edición facsímil del ejemplar número 42 de Nuevo Aragón que el Museo Pedagógico de Aragón acoge entre sus publicaciones, es una nueva ocasión para que Ramón Acín, Paco Ponzán y Evaristo Viñuales vuelvan a estar juntos. Y para que este cuento tuviera un final feliz también estaba, en la página 7, el artículo de Palmira Plá sobre colonias escolares.

En los cuentos todo ocurre en el momento preciso. Y eso es lo que sucede con este ejemplar de Nuevo Aragón que ahora podemos leer. Palmira Plá pudo no escribir un artículo en este periódico o pudo publicar su texto cualquier otro día, Alberto Serrano pudo no haber comprado algunos números de Nuevo Aragón o que entre ellos no se hubiera encontrado este. Cuando acaricio las ocho páginas de Nuevo Aragón sé que todo sucedió para que Ramón Acín, Paco Ponzán, Evaristo Viñuales, Palmira Plá y ahora también nosotros estemos aquí todos juntos.

07 marzo 2013

Asumirás a boz d’un pueblo de Vicent Andrés Estellés

Asumirás a boz d’un pueblo
de Vicent Andrés Estellés
(Traducción al aragonés de Miguel Martínez Tomey)

Asumirás a boz d’un pueblo
e será a boz d’o tuyo pueblo
e serás, ta cutio, pueblo,
e sofrirás e asperarás,
e irás sempre entre o polbo,
te seguirá una polbareta.

E tendrás fambre e tendrás set,
no podrás escribir os poemas
e callaràs toda ra nuei
mientres duermen as tuyas chens,
e tu nomás serás dispierto,
e tu serás dispierto por toz.

No t’han pariu ta dormir:
te parioron ta beilar
en a luenga nuei d’o tuyo pueblo.
Tu serás a parola biba,
parola biba e baladre.

Ya no esisten as parolas
sino l’ombre asumindo a pena
d’o suyo pueblo, e ye un silenzio.
Dixarás de contar as silabas,
de fer-te o ñudo dtruqueta:
serás un pueblo, caminando
entre una baladre polbareta,
bida arriba e nazions arriba,
una acobaltata condizión.

No tot será, manimenos, silenzio.
Pues dirás parola chusta,
la dirás en o inte chusto.
No dirás a tuya parola
con boluntá d’antolochía,
pues la dirás onestamén,
airatamén, sin pensar
en garra posteridá
como no siga d’o tuyo pueblo.

Quizau te maten u quizau
se'n ridan, quizau te delaten;
tot ixo yen estopenzias.
O que bale ye a conzenzia
de no estar cosa si no se ye pueblo.
E tugrieumén, has eslechito.
Dimpués d’o tuyo silenzio estrito,
caminas deciditamén.


04 marzo 2013

Que sea sábado. [Sobre Los chicos del coro]


Los chicos del coro es una historia esperanzadora. En la película se cuenta que siempre hay algo que esperar. A pesar de la tristeza infinita, del abandono, de la desconfianza y de la violencia que engendra la miseria. A pesar de los días que nos conducen a ninguna parte siempre hay razones para la esperanza.
Una de las escenas más conmovedoras de la película es la que muestra al pequeño Pépinot agarrado a la verja del internado, mirando hacia el camino por el que nunca viene nadie preguntando por él. En esa posición lo encontró Clément Mathieu, el nuevo vigilante, cuando llegó, arrastrado por sus propios naufragios, a «El fondo del estanque», un establecimiento para la reeducación de niños con problemas originados por las consecuencias de la II Guerra Mundial que había terminado cuatro años antes de que Mathieu le preguntara a Pépinot:
-Hola, ¿estás solo? ¿Qué haces ahí?
-Espero el sábado.
-¿Por qué?
-Mi papá vendrá a buscarme –contestó el niño sin apartar la vista del camino.
-Pero hoy no es sábado…
Pépinot miraba con la determinación de quien sabe que el tiempo le dará la razón: un día será sábado y sus sueños se harán realidad. Y así fue. Al final Pépinot abandona el internado un sábado. También Mathieu encuentra en «El fondo del Estanque», cuando parecía que en aquel infierno no podía esperar nada, un tiempo para redescubrirse a sí mismo, para mostrar a los niños lo más valioso: la música. Y su relación con aquellos niños sin infancia le libera de la resignación y de la autoimpuesta renuncia a la felicidad.
Los chicos del coro nos recuerda que merecemos ser felices y que para conquistar la felicidad que anhelamos hemos de tener sueños. Niños y jóvenes necesitan recibir este mensaje que cobra pleno sentido si ven la película acompañados de su familia. La presencia cómplice del adulto da credibilidad a la historia que se narra en Los chicos del coro y autentifica los sentimientos que la música, las imágenes y las palabras despiertan.
Cuando mi hijo Guillermo veía las primeras películas con nosotros siempre preguntaba si los personajes que aparecían en la pantalla eran buenos o malos. Los niños necesitan crecer sabiendo qué es lo bueno y sabiendo que aunque la maldad existe, es posible combatirla. Necesitan que compartamos su incertidumbre y su emoción, que les ayudemos a entenderse. Y para eso es condición imprescindible la cercanía y la complicidad que se crea entre quienes comparten una aventura esperanzadoza como la que se propone en Los chicos del coro.
Víctor Juan