29 agosto 2007

Palmira Plá




“¿Qué sentido tiene la vida si no trabajas por mejorar el mundo en el que vives?...” Tenía noventa y tres años, había sufrido dos guerras, dos exilios, el desgarro infinito de las ausencias y, a pesar todo, se le encendían los ojos –los mismos ojos que miraban a Paco Ponzán- cuando nos decía que había que trabajar desde la escuela, que había que empeñarse en hacer una sociedad más justa. Palmira Plá Pechovierto (Cretas, 1914-Castellón, 2007) paseó su entusiasmo de joven maestra en el Teruel republicano del tiempo de la gran ilusión. Allí le sorprendió la sublevación del general Franco una tarde tranquila cuando había salido de casa con el dinero justo para tomar una limonada y montar en los coches chocantes. Tenía 22 años. Durante la guerra estuvo en Caspe dirigiendo las colonias escolares que el gobierno de la República organizó para alejar a los niños de los desastres de la guerra. Pasó la frontera junto a otros miles de españoles, sufrió el drama de los campos de refugiados y al final de la segunda guerra mundial se marchó a Venezuela con la firme voluntad de empezar de nuevo, de no “mirar atrás”. Fundó el Instituto Calicanto con una docena de alumnos que se convertirían en varios miles cuando a principios de los setenta vendió este centro para regresar a España.
Fue diputada por el Partido Socialista Obrero Español en las Cortes Constituyentes, concejala del ayuntamiento de Benicassim, presidenta de la fundación ADOPAL de la Universidad Carlos III, una fundación sostenida con el dinero que donaron Palmira Plá y Adolfo Jimeno, su marido, y que otorga anualmente unas becas que permiten seguir estudios universitarios en España a jóvenes venezolanos, pero por encima de todo fue maestra. Doña Palmira era una mujer cargada de ilusión y de proyectos y se sentía feliz cuando recibía cartas de los niños del Colegio Rural Agrupado que lleva su nombre.
Ahora que ha muerto llueve mansamente sobre Caspe, llueve en la costa de Benicassim, llueve en Cretas, llueve en todas las pistas de coches chocantes de Aragón, llueve en las escaleretas que bajan a la estación de tren de Teruel, llueve sobre las escuelas, llueve en un bosque cerca de Toulouse donde los alemanes asesinaron a Paco Ponzán. Llueve sobre la conciencia irreductible y sobre las ausencias, llueve sobre las palabras. Llueve tristeza y compromiso, llueve dolor y esperanza, llueve dignidad y memoria, llueve solidaridad, llueve firmeza y ternura. Palmira Plá ha muerto y sabemos que su vida ha tenido un sentido pleno porque consiguió hacer del mundo un lugar mejor. Por eso hoy, junto al sentimiento de orfandad, doña Palmira nos deja su ejemplo de compromiso, de amor, de generosidad, de coraje y de valentía.
Víctor Juan
Director del Museo Pedagógico de Aragón

11 agosto 2007

Iguácel




Hace veinte años, por estas mismas fechas, yo esperaba que me llamaran para empezar a trabajar de maestro en cualquier escuela de Aragón. Hoy hace justo veinte años, Yolanda y Pepe sostuvieron en sus brazos a Iguácel, su primera hija, que vino al mundo con un libro debajo del brazo -el Compendio de la Historia de Aragón de Félix Bielsa- y con la promesa de llenarles cada día la vida de felicidad.
Yo soy bipadre y aunque tengo un curriculum mucho más corto como padre que como hijo, sé que hay pocas cosas más emocionantes que tener una hija de veinte años y verla crecer, tomar decisiones y asumir compromisos. Nada nos satisface más que contemplar cómo se convierte en una mujer con su mundo propio. Sentir que es mejor de lo que éramos a su edad, vivir pendiente de ella y que, a veces, sin venir a cuento, nos coja de la mano, o nos abrace, o nos regale un secreto o quiera saber nuestra opinión, o elija pasar la tarde con nosotros y nos lleve al cine, o nos pida que salgamos con ella a dar una vuelta por las mismas calles por las que paseábamos cuando veinte años atrás esperábamos que ella naciera.
Muchas felicidades, Iguácel.


06 agosto 2007



Ayer tuve sensaciones extrañas. No me acostumbro a ver sentadas en la cama a mujeres que veo por primera vez ni a compartir espacios en los baños con desconocidos. Ni a estar en el mismo dormitorio con gentes que abren las puertas de los armarios del dormitorio de la misma manera que abren la puerta de los armarios del dormitorio. Como en un escenario de gran hermano. Ayer estuve en Ikea.
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Sí, parece que hay un poquito de mal rollo en Mclaren. Estos pilotos parecen folclóricas Se hace acompañar de sus padres, pero me recuerdan las polémicas de las grandes voces de la canción española. Además, seguro que si les hicieran controles de gasolina encontrarían niveles anormales de octanos o aceite de motor enriquecido con epo.
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Presentación de Por escribir sus nombres [Pepe Melero]

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Hagan como yo: no inviten a cenar a nadie en sus casas
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Joan Manuel Serrat, Sinceramente tuyo
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Valentín Pinilla, uno de mis amigos de la República Independiente de Torrero me envía unos "picaportes de nuestro país". Son picaportes del Sobrarbe y de la Ribagorza. "El primero -me escribe Valentín- es de la ermita de San Mamés en San Chuan de Plan, el segundo de Casa Castel en Castilló de Sos (Ribagorza) Y el último de la iglesia de Sarabillo donde oficiaba Mosén Bruno Fierro".
A veces no paramos cuenta de los prodigios que ocurren cerca de nosotros. Esto es lo que ocurre cuando alguien nos recuerda, nos nombra, nos extraña o decide fotografiar un trucador para enviárnoslo de madrugada. Muchas gracias, Valentín.