30 marzo 2020

En la escuela

En la escuela los niños aprenden a compartir; conocen sus límites y sus posibilidades; colaboran en la construcción de un universo común; exploran el mundo; se ponen a prueba; pasan del yo, de la mera satisfacción de las necesidades individuales de cada uno de ellos, al nacimiento del nosotros; maduran física, emocional e intelectualmente; desarrollan el gusto por la lectura; descubren el valor de la palabra… Y también aprenden, como si una lluvia fina les calara el corazón y el cerebro, las materias que propone el currículo de cada momento. En la escuela los niños ejercen el oficio de niños, algo que se ha complicado mucho en los últimos tiempos. Para nosotros son, casi todo el rato niños. Así nos referimos a ellos. A veces los llamamos alumnos, otras escolares, pero nunca estudiantes. Los niños van a la escuela, están en la escuela y, lo que es más importante, son en la escuela.
En 1936, la maestra oscense María Sánchez Arbós publicó en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza un artículo titulado «El arte de perder el tiempo» en el que defendía que en la escuela debían abordarse pocos contenidos, pero en profundidad y que la dedicación a cada uno de ellos dependería del interés que despertaran en el niño. Había que huir de la obsesión por el programa, por agotar el temario, por cumplimentar fichas y cuadernos de ejercicios. Doña María sostenía que en la escuela no se trata de producir mucho, sino de pensar y sentir.
Desarrollar el arte de perder el tiempo es una tarea particularmente necesaria en esta época de culto a la inmediatez y al utilitarismo. Hoy más que nunca hemos de crear las condiciones necesarias para que los niños encuentren espacios para soñar, para desear, para preguntarse quiénes son y qué quieren ser. Tienen que aprender a disfrutar del tiempo lento de la lectura, de la escritura, de las miradas sostenidas, de la observación de pequeñas cosas y de conversaciones que no tienen más propósito que acercarles a otras personas.
Hemos de ser conscientes de que lo más importante que los niños hacen en las escuelas no se puede contar. Eso es lo que sostenía Pedro Arnal Cavero en la memoria que elevó en junio de 1913 a la Junta local de primera enseñanza de Zaragoza: «Pero la mayor labor, el trabajo más importante, no se puede mostrar; es el que queda a manera de sedimento, en la inteligencia, en el recuerdo y en el corazón de cada niño».

29 marzo 2020

Ser padre, ser madre

Soy dos veces padre. Digo que soy bipadre porque todos somos nuevos y distintos para cada uno de nuestros hijos. Les damos cada vez, y a cada uno de ellos, todo. Contrariamente a lo que pudiera parecer, no repartimos nuestro amor, sino que se produce un extraño fenómeno no explicado por la matemática moderna ni por la antigua: para cada uno de nuestros hijos, todo. A cada uno de ellos los amamos infinitamente.
Cuando por primera vez sostuve en mis brazos a mi hija me ocurrió lo que les pasa a todos los padres: supe que ya nada me iba a doler tanto como su dolor. Creo que entonces no esperaba querarla tanto como la quiero ahora, veinticinco años después.
En nuestro siglo, la gran aventura no es emprender largos viajes a tierras extrañas para afrontar mil y un peligros, descubrir un lago o subir a la cima de la montaña a la que quizá le pondrían nuestro nombre. Nuestra gran aventura es querer ser padres, querer ser madres. Es una aventura que, en realidad, dura toda la vida. A mí esto me lo enseñó Elisa, una niña de cuatro años. Una mañana hicimos juntos el recorrido desde el Puente de Santiago hasta la escuela. Ella en el Seat Panda blanco de Ana Malo, su madre, y yo detrás, en mi viejo Renault. A veces se asomaba por luna trasera, me miraba y sonreía. Al llegar a la escuela Ana me dijo:
—¿Sabes qué me ha preguntado Elisa?
—Cualquier cosa —le contesté, sabedor de que Elisa era una de las niñas más ocurrentes de mi clase.
—Me ha preguntado que dónde vivías y yo le he explicado que no muy lejos de nuestra casa. Luego me ha preguntado que con quién vivías y le he dicho que con tu madre. Entonces me ha mirado con unos ojos como platos y ha exclamado:
—¡¿Víctor aún es hijo?!
 Sí, era hijo. Entonces no sabía que somos hijos hasta que nos hacemos padres. Ser hijo es un estado pasajero. Sin embargo, somos padres para siempre. Aunque nuestros hijos crezcan y sean —como deseamos— más fuertes y más sabios que nosotros. Aunque no nos necesiten.


Un decálogo de diecisiete puntos
[Soy así. Cada vez que quiero escribir un decálogo, me salen casi dos]

I.- Dedícales a tus hijos tiempo a manos llenas, generosamente. Son lo más valioso que tienes y nadie ni nada lo merece más que ellos.

II.- Escúchales, que tengan la seguridad de que te interesa todo lo que piensan y sienten, por insignificante que pueda parecer.

III.- Anímales a soñar y a perseguir la felicidad.

IV.- Cuéntales el mundo. Te necesitan para entenderse a sí mismos y para entenderlo todo.

V.- Diles de mil maneras que son importantes para ti.

VI.- En caso de duda, abrázalos siempre y bésalos con usura. Los abrazos y los besos curan nuestras heridas y nos ayudan a combatir el dolor y la incertidumbre.

VII.- Felicítales cada vez que lo merezcan y cuando se equivoquen quiérelos mucho y tenlos más cerca de ti que nunca.

VIII.- Juega con ellos y alarga la risa, que pocas cosas nos unen tanto como la alegría.

IX. Repíteles que todo va a ir bien, convéncelos de que jamás hay que perder la esperanza.

X.- Diles que los quieres, que los quieres infinitamente. Es tan importante crecer sintiéndose querido…

XI.- Que sepan que siempre les vas a regalar una segunda oportunidad.

XII.- Necesitarás grandes dosis de sensibilidad —para comprenderlos, para saber qué pretenden— y firmeza —para hacerles entender que algunas cosas no se pueden decir ni hacer ni siquiera pensar.

XIII.- Diles en todo momento la verdad. Tenemos ese compromiso con ellos para que no crezcan en un mundo que no existe.

XIV.- Repíteles de mil maneras que crees en ellos, que son capaces de hacer todo lo que se propongan.

XV.- Procura que tengan presente que, pase lo que pase, encontrarán siempre tus brazos abiertos, dispuestos a volver a empezar.

XVI.- Diles permanentemente que tú estarás de su parte, tomando partido por ellos, compartiendo su suerte.

XVII.- Y, por encima de todo, convéncelos de que pase lo que pase, siempre los querrás.

(Publiqué este texto en Heraldo Escolar, el suplemento de educación de Heraldo de Aragón el miércoles, 25 de marzo de 2020. Lo hice para acompañar a los niños y a sus familias en estos días que vivimos confinados en nuestras casas).