Se busca persona
feliz que quiera morir
Mariano Gistaín
Limbo Errante, Zaragoza, 2019
Yo no soy el tipo que busca Mariano Gistaín en su novela. No
quiero morir, pero tampoco quiero que me congelen y me revivan cuando les venga
bien, a cualquier precio, en el sitio que les convenga. La vida son mis amigos,
las personas que quiero. No me imagino viviendo una vida sin ellos. Así que aquí
o nos congelamos todos o no se congela ni Dios. ¡¡Criogenización para todos!!
El protagonista de Se busca persona feliz que quiera
morir es un hombre a quien las circunstancias, la falta de amor, la
desorientación, la publicidad, la nada… le llevan de aquí para allá, dando
tumbos, de una claudicación a otra, de unas mujeres a otras mientras busca su
sitio en el universo, mientras se busca a sí mismo.
Mariano siempre está en relación con el eje de la galaxia.
Se ponga como se ponga.
Es un escritor deslumbrante porque cuando escribe no puede
disimular el tipo de ser humano que es. Un hombre que sabe mirar, sabe hacer
las preguntas oportunas, relaciona asuntos que, en apariencia, no tienen
ninguna relación.
A Mariano le interesa todo: lo pequeño y el universo,
Laluenga, Barbastro, Huesca, Zaragoza y las estrellas, la nanotecnología, los
hologramas, la materia y los planetas.
Mariano Gistaín derrama talento sin llevar la cuenta, sin
guardarse nada, sin dosificarlo como solo lo hacen quienes saben que la fuente
de la originalidad y de la inteligencia no ha de agotárseles nunca. Regala
ideas, palabras y sonrisas sin darse ninguna importancia. Antón Castro escribió
que Mariano no necesita hablar mal de nadie para ser feliz. Y eso es
revolucionario.
Hace más de treinta años —pronto hará más de treinta años de
todo— yo esperaba que amaneciera para leer en El Día sus columnas. Cuando
no había nada, estaba gistain.net, la página que visito varias veces al día. Compartí
con Mariano algunos primeros domingos de diciembre en Belchite, donde él
organizaba los encuentros de creadores y plagiadores, que lo mismo daba. Estuve
en su milímetro digital, leí —absolutamente conmovido— sus microcruentos,
visité su museo del garabato y del manchurrón, leí cada una de sus
diezlineaspuntocom que dedicó a sus amigos escritores, cada mañana recorrí de
norte a sur y de este a oeste su «Ciudad de las gaviotas», monté algunos de sus
recortables (recuerdo una máquina de escribir y un auto de carreras) y le
acompañé en su silencio cuando él quiso callar.
Mariano me dice que piensa todos los días en José Antonio Labordeta
y en Félix Romeo. Yo creo que Mariano todos los días piensa en todo y en todos.
Mariano fue niño goyesco para José Luis Cano y un hermano para
Luis Alegre, Roberto Miranda y Antón Castro.
He tenido la suerte de ver cómo juega con todo, cómo enreda
con las cosas del ordenador, con la cámara digital o con los teléfonos móviles
de su amigo Javier Torres. Pienso muchas veces qué sería del mundo si esa mente
se pusiera al servicio del mal. Afortunadamente, Mariano elige cada día la luz
y no el lado oscuro.
Ahora nos ha regalado una novela que esconde miles de
secretos. Basta una palabra para que estalle la emoción. Eso está al alcance de
muy pocos escritores. Y Mariano lo hace permanentemente.
Lean Se busca persona feliz que quiera morir, la
vuelta a la ficción en solitario de Mariano Gistaín. Lean esta novela
cibercostumbrista. Serán muy felices al hacerlo.