21 abril 2019

Caspe. Días de despedida


Me sobrecogía el silencio al bajar con mi abuelo hasta la estación para coger el tren que me devolvería a Zaragoza. Aún siento la misma congoja cada vez que recreo la película en blanco y negro de los días que me despedía de Caspe. La calle Vieja, la calle Mayor, la calle Baja, el Hotel Latorre desde donde miraba de reojo el cine Goya, los jardines de la estación… Aquel era el corredor de la muerte de mis días felices. Yo caminaba detrás de mi abuelo Valentín con el mismo entusiasmo que un condenado camina hacia el patíbulo. Clavaba los tacones de sus zapatos en los adoquines y yo escuchaba el ruido de la suela de cuero cuando aplastaba piedrecillas o arena. Toda la vida he pensado que me gustaría hacer ese ruido de los zapatos de mi abuelo. Y lo que de verdad ha ocurrido es que en muchas cosas no he llegado ni a la altura de la suela de sus zapatos...
Una vez en el tren tenía que asimilar que me alejaba del paraíso. Antes de llegar a Escatrón, ya sacaba las cuentas de los días que pasaría lejos de Caspe, de mis amigos, de las bicicletas, de mis abuelos, de la plaza, del barbero, de los cines Lucero y Goya, de la Porteta, de los jardines de La Balsa, de la calle Borrizo, del Mar de Aragón, de los juegos en las escaleretas de la iglesia…

20 abril 2019

Se busca persona feliz que quiera morir


Se busca persona feliz que quiera morir

Mariano Gistaín
Limbo Errante, Zaragoza, 2019





Yo no soy el tipo que busca Mariano Gistaín en su novela. No quiero morir, pero tampoco quiero que me congelen y me revivan cuando les venga bien, a cualquier precio, en el sitio que les convenga. La vida son mis amigos, las personas que quiero. No me imagino viviendo una vida sin ellos. Así que aquí o nos congelamos todos o no se congela ni Dios. ¡¡Criogenización para todos!!
El protagonista de Se busca persona feliz que quiera morir es un hombre a quien las circunstancias, la falta de amor, la desorientación, la publicidad, la nada… le llevan de aquí para allá, dando tumbos, de una claudicación a otra, de unas mujeres a otras mientras busca su sitio en el universo, mientras se busca a sí mismo.
Mariano siempre está en relación con el eje de la galaxia. Se ponga como se ponga.
Es un escritor deslumbrante porque cuando escribe no puede disimular el tipo de ser humano que es. Un hombre que sabe mirar, sabe hacer las preguntas oportunas, relaciona asuntos que, en apariencia, no tienen ninguna relación.
A Mariano le interesa todo: lo pequeño y el universo, Laluenga, Barbastro, Huesca, Zaragoza y las estrellas, la nanotecnología, los hologramas, la materia y los planetas.
Mariano Gistaín derrama talento sin llevar la cuenta, sin guardarse nada, sin dosificarlo como solo lo hacen quienes saben que la fuente de la originalidad y de la inteligencia no ha de agotárseles nunca. Regala ideas, palabras y sonrisas sin darse ninguna importancia. Antón Castro escribió que Mariano no necesita hablar mal de nadie para ser feliz. Y eso es revolucionario.
Hace más de treinta años —pronto hará más de treinta años de todo— yo esperaba que amaneciera para leer en El Día sus columnas. Cuando no había nada, estaba gistain.net, la página que visito varias veces al día. Compartí con Mariano algunos primeros domingos de diciembre en Belchite, donde él organizaba los encuentros de creadores y plagiadores, que lo mismo daba. Estuve en su milímetro digital, leí —absolutamente conmovido— sus microcruentos, visité su museo del garabato y del manchurrón, leí cada una de sus diezlineaspuntocom que dedicó a sus amigos escritores, cada mañana recorrí de norte a sur y de este a oeste su «Ciudad de las gaviotas», monté algunos de sus recortables (recuerdo una máquina de escribir y un auto de carreras) y le acompañé en su silencio cuando él quiso callar.
Mariano me dice que piensa todos los días en José Antonio Labordeta y en Félix Romeo. Yo creo que Mariano todos los días piensa en todo y en todos.
Mariano fue niño goyesco para José Luis Cano y un hermano para Luis Alegre, Roberto Miranda y Antón Castro.
He tenido la suerte de ver cómo juega con todo, cómo enreda con las cosas del ordenador, con la cámara digital o con los teléfonos móviles de su amigo Javier Torres. Pienso muchas veces qué sería del mundo si esa mente se pusiera al servicio del mal. Afortunadamente, Mariano elige cada día la luz y no el lado oscuro.
Ahora nos ha regalado una novela que esconde miles de secretos. Basta una palabra para que estalle la emoción. Eso está al alcance de muy pocos escritores. Y Mariano lo hace permanentemente.
Lean Se busca persona feliz que quiera morir, la vuelta a la ficción en solitario de Mariano Gistaín. Lean esta novela cibercostumbrista. Serán muy felices al hacerlo.