Sr. Presidente del Gobierno de Aragón, Sr.
Alcalde de la ciudad de Caspe, señores y señoras consejeros y consejeras del
Gobierno de Aragón. Autoridades, señoras y señores:
La memoria se deposita en nombres, en
fechas del calendario y también en lugares como este Teatro-Cine Goya en el que
nos encontramos. Personalmente el Cine Goya forma parte de mi pequeña memoria. Ahora
mismo se me amontonan los recuerdos de los centenares de películas que vi aquí
cuando el cine era un ritual semanal del que todos participábamos. Pero, sobre todo,
se me llena el corazón recordando a las personas que conocí aquí: a Joaquín el
maquinista –que me permitía ver las películas desde el cuarto de proyección– al
otro Joaquín, que regentaba el ambigú, porque en el Teatro Cine Goya de mi
infancia había ambigú y no bar o cafetería. Y por encima de todo me hace feliz
recordar a mi abuelo Valentín, que fue acomodador en este cine tras jubilarse
como ferroviario. Pero lo que más nos importa es que este Teatro Cine Goya es también
un lugar de memoria colectiva. Hoy recordamos que aquí se celebró el congreso
que reunió entre el 1 y el 3 de mayo de 1936 a un puñado de aragoneses venidos
de distintos lugares de Huesca, de Teruel, de Zaragoza y también de fuera de
Aragón que quisieron soñar y pensar cómo querían que fuera Aragón. Se reunieron
para soñar un país, para imaginar un mundo. No trataban de mejorar su situación
personal. Vinieron a hacer política, es decir, a trabajar para el común, para
mejorar las condiciones de vida de la gente. Eran hombres esperanzados que
actuaron con la convicción de quienes creen que van a mejorar la realidad.
Tenían la voluntad de querer ser. No eran personas de una única ideología, pero
querían hacer de Aragón un lugar más próspero. En aquel Congreso pro Estatuto de Autonomía
participaron también gentes de Caspe. Recordaré a todos ellos en José María
Repollés, secretario de la comisión organizadora, que fue el padre de Florencio
Repollés Julve, presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, y abuelo de
Florencio Repollés Lasheras, queridísimo alcalde de la ciudad de Caspe.
Aquellos días de 1936 este teatro se llenó
de pancartas y carteles con el lema «Viva Aragón autónomo». Según las crónicas de
la prensa, el Teatro Goya estaba «materialmente abarrotado. Butacas, galería y
palcos ofrecían un aspecto espléndido».
El historiador Manuel Tuñón de Lara
afirmaba que la II República fue el tiempo de la gran ilusión, de una ilusión
cultural. Creo que no se puede hacer un resumen más certero de lo que fue la II
República, un tiempo en el que todo parecía posible. La República deslumbró a
aquellos que habían nacido con un no: no a la educación, no a la esperanza. Marcelino
Domingo, el primer ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, escribió que
la República heredó una tierra poblada de hombres rotos. Sabemos que aquella
fractura estaba ocasionada por el analfabetismo y la tremenda desigualdad que
caracterizaba a la sociedad española. La República fue también el tiempo de
descubrimiento de la ciudadanía, de los derechos de los ciudadanos frente a la
sumisión impuesta y aceptada por los súbditos. En ese marco de derechos y de
ciudadanía hay que considerar también el derecho de las comunidades a tener un
estatuto de autonomía. En Aragón se inició la elaboración del estatuto con el
congreso de mayo que ahora estamos recordando, pero no hubo tiempo para
completar el proceso. Todo se rompió con la sublevación militar que provocó la
guerra civil.
Hoy, que vivimos unos tiempos de un
«presentismo feroz», hay quienes niegan permanentemente el valor de la historia
como si todo empezara cada día. Sin embargo, es necesario conocer el pasado, no
como un ejercicio de erudición o de nostalgia. Es necesario conocer el pasado
porque el pasado no está detrás de nosotros. El pasado lo tenemos ante nosotros
porque somos lo que fuimos y para entendernos es necesario reivindicar nuestro
derecho a la memoria. Hoy encontramos en la sociedad elementos que aún nos
hacen pensar que, lamentablemente, somos hijos de una guerra que partió la
historia del siglo XX en dos, que terminó con décadas de modernización,
progreso y europeización de la sociedad española. Somos hijos de una dictadura
injusta que borró las conquistas de personas que, como hoy hacemos nosotros, se
reunieron en este Teatro Cine Goya de Caspe porque querían un Aragón más libre
y más justo. La dictadura nos legó la desconfianza, el miedo y la resignación.
Todo estaba prohibido. Todo se hacía contra algo o contra alguien. La dictadura
también nos robó de mil maneras nuestro derecho a desear, nuestro derecho a
querernos, nuestro derecho a querer ser. Aún nos cuesta mucho, demasiado, lo que
debería ser común y natural: amar Aragón, conocer su historia, defender su
cultura. No se trata de un amor excluyente. Entre las bases del Estatuto de
1936, aprobadas en el congreso que hoy recordamos, hay una en la que se afirma
que: «La personalidad de Aragón queda definida por el hecho histórico y la
actualidad de querer ser». En Aragón basta con querer ser. Basta con querer
estar –no importa de dónde vengas o donde hayas nacido–. Aquí basta con la
voluntad de querer trabajar para traer un futuro mejor.
A veces, recordar duele, pero tenemos el
deber de recordar y tenemos también el derecho a contarnos la historia que no
nos contaron. Cada vez que analizamos
nuestra historia más contemporánea descubrimos, junto al dolor por del país
perdido, por el país que no pudo ser, los nombres y los proyectos que nos robó
la dictadura y no podemos evitar preguntarnos por el nivel que hubiéramos
alcanzado en educación, cultura, derechos, arte, ciencia y en la ética
ciudadana si no hubiéramos sufrido una guerra civil y una larguísima dictadura
que echó sal sobre los recuerdos. El olvido fue, quizá, la mejor estrategia
para conseguir dejarlo todo «atado y bien atado». Siendo maestro de Paniza,
Santiago Hernández Ruiz, publicó en Zaragoza tres libros de lectura para las
escuelas: Un año de mi vida, Mis amigos y yo y Curiosidades. Después de la guerra, Santiago Hernández se exilió en
México y sus libros fueron prohibidos. Enrique González, propietario de la
librería La Educación y editor de estos libros, protestó ante el ministerio y,
finalmente, le permitieron seguir publicándolos siempre que el nombre de
Santiago Hernández Ruiz desapareciera y siempre que se cambiara el título de
los libros. Así Mis amigos y yo, se
editó con el título de Mis camaradas y yo.
Un año de mi vida pasó a ser Un año escolar y Curiosidades se convirtió en Conocimientos.
Otro ejemplo de cómo se extendió el olvido lo
encontramos en la escuela de Lasieso, muy cerca de Sabiñánigo. En 1938 alguien
picó la piedra en la que estaba escrito el nombre de la escuela. Si hoy mismo
nos acercáramos a ese edificio, podríamos leer: “Escuela Nacional Mixta…, y
comprobaríamos que falta un nombre. Afortunadamente podemos contarnos que el
nombre que falta es el de Ildefonso Beltrán, el inspector de escuelas de Huesca
durante la República, militante de Izquierda Republicana, que fue diputado por
el Frente Popular tras las elecciones de febrero de 1936. Esta imagen de la
piedra picada de la escuela de Lasieso refleja exactamente lo que la dictadura
hizo con las personas, las ideas, los proyectos, las iniciativas, los sueños y
las aspiraciones de quienes perdieron la guerra. No nos podemos permitir más
piedras picadas, más desmemoria y olvido, no podemos permitir esos agujeros negros
por los que ha desaparecido parte de lo que somos.
Para terminar mi intervención, quiero recordar los actos
de conmemoración del cuarenta aniversario del congreso pro Estatuto de Caspe.
El 4 de julio de 1976 se reunió en Caspe la oposición democrática -desde representantes
del partido comunista a representantes del carlismo- para recordar el Congreso
Pre-Estatuto de autonomía de 1936. El general Franco había muerto unos meses
antes. Algunos partidos aún no habían sido legalizados. Para conseguir la
autorización para celebrar aquella reunión tuvieron que mediar el Colegio de
Médicos, el Colegio de Arquitectos y más de sesenta entidades aragonesas.
Cuando se autorizó la reunión, un tren especial trajo a Caspe a mil personas.
Otras tres o cuatro mil vinieron por carretera. Caspe se llenó de banderas con
barras rojas y pancartas con unos significativos lemas que unos meses atrás
resultaban impensables: «no a las bases», «no al polígono de tiro», «no a las
centrales nucleares». «Sí a los riegos», «sí a la universidad aragonesa», «sí
al trabajo», «sí al ferrocarril de Canfranc».
Aquellos miles de personas que se reunieron en Caspe sentían
el mismo estupor ante la libertad que quienes se reunieron en este Teatro cine
Goya en 1936. No terminaban de creer que aquellas cosas se pudieran decir y se
pudieran escribir. Estaban asombrados de poder estar juntos. El cántico más
repetido aquel día fue: «Aragón, unido, jamás será vencido».
Hemos de recuperar la ilusión por hacer juntos un Aragón
mejor. Ese era el espíritu de aquellos aragoneses que se reunieron en Caspe en
la primavera de 1936, cuando todo parecía posible. Ese era también el entusiasmo
que congregó a 10.000 personas en el patio de recreo de las escuelas de Caspe
en julio de 1976, cuando con el fin de la dictadura, sabían que se podía crear
un mundo nuevo. Esa es también la voluntad de nuestro Gobierno de Aragón con la
conmemoración del octogésimo aniversario del Estatuto de Caspe que hoy, 6 de
junio de 2016, nos congrega en nuevamente en Caspe.
Muchas gracias
Víctor Juan