15 mayo 2011

Como dios quiso que fuera

Cuando me puse en viaje supe que aquella iba a ser una carrera de al menos una parada. Técnicamente me convenía parar en el kilómetro cincuenta. No cambiaría neumáticos. Me la jugaría con los neumáticos duros. Al ir a pagar asomaron entre mis tarjetas de crédito las tarjetas de abonados del Real Zaragoza de mi hijo y la mía. El empleado de la estación de servicio casi me dio el pésame y me dijo que la joven que le acompañaba era del Barça. Le felicité por ello:

-Enhorabuena, será usted muy feliz en este mundo.

-Si usted entendiera de fútbol también sería del Barcelona.

-Qué va. Imposible. Si usted entendiera realmente de fútbol sabría que no elegimos el equipo al que pertenecemos y que en esta vida se puede cambiar de casi todo: de trabajo, de casa, de pareja, de país o de sexo, pero uno no puede dejar de ser del equipo que dios quiso que fuera.

Sólo así se entiende la absurda tristeza que nos produce la derrota o la absurda alegría que nos acompaña cuando, de tarde en tarde, ganamos un partido.

Esta noche se juega el partido de nuestra vida. Cada partido es, en realidad, el partido de nuestra vida. Durará unos noventa minutos y después de que el árbitro pite el final del encuentro nosotros alargaremos con palabras durante el resto de nuestra vida la efímera alegría o puta la tristeza.