18 julio 2010

El refugio de un pájaro musical en jaula dorada

Un día hicimos la caja de música de Ramón Acín. Preparando el texto «Las pajaritas de Ramón Acín» encontré un artículo de Sol Acín publicado el 5 de noviembre de 1988 en El Día de Aragón en el que hacía referencia a la caja de música de Ramón Acín. Hasta ahora esta caja sólo existía en el recuerdo de José Manuel Ontañón, el niño que acompañaba a su madre, María Sánchez Arbós en sus visitas a casa de Acín en la calle Las Cortes. Ahora sabemos que Sol también recordaba aquella caja de música de su infancia en la que sonaba «La última rosa del verano». Es muy difícil de explicar cómo me ha hecho feliz este artículo de Sol Acín. Es imposible entender por qué me alimento de cosas como esta.

«Por uno u otro lado se llegaba al salón isabelino de cortinajes rojos, en parte exponente de una lejana fortuna familiar, pero también refugio de un pájaro musical en jaula dorada, instrumentos de música, mesitas filipinas y el piano de mi madre».

16 julio 2010

Las pajaritas de Ramón Acín

Una de las cosas más hermosas que me ha permitido hacer el Museo Pedagógico de Aragón es contarles a los niños de todas las edades quién fue Ramón Acín. Estas son las cinco ideas que los escolares se llevan del museo.

UNO
Ramón Acín tenía un perro que se llamaba Tobi. Un perro negro, rabón, famoso en la ciudad –decía Acín– como lo son los tontos de capirote. El Tobi era alegre. Solo se entristecía cuando le ponían el bozal, tal y como establecían las ordenanzas del ayuntamiento. Un día, Ramón Acín, no queriendo ver triste a su perro, cogió un bote de pintura marrón y un pincel y le pintó al Tobi un bozal. Los laceros municipales dejaban en paz al perro y el Tobi correteaba libre por las calles cuando salía de paseo con Acín.

DOS
Acín era un hombre bueno que ingresó por voluntad propia en la Orden de los predicadores en el desierto. Por eso se preocupaba de detalles que no preocupaban a casi nadie. Ramón Acín, pudiendo estar del lado de los poderosos se comprometió con los humildes y denunció la injusticia sin desmayo y sin importarle las consecuencias que sus palabras tendrían.

TRES
Ramón Acín se casó con Conchita Monrás, quien fue para siempre y para todo su cómplice y su compañera. Me gusta recordarla sentada al piano o conversando con escritores, pintores y artesanos o jugando con sus hijas. Me conmueve recordar el texto en el que Sol Acín nos cuenta que Katia, Marianito Añoto y ella misma salían de paseo con Conchita:
«algunas tardes, las más de las veces tardes de invierno, tardes frías en que nuestro padre se había ausentado de casa, nuestra madre nos decía: ¿Vamos a la Alameda? Subiremos también a las Mártires.
Cuando iniciábamos el paseo, el sol, que en principio era amarillo invernal, poco a poco se tornaba turbio y frío.
La niebla surgía por el cauce del Isuela a borbotones, envolviéndonos con su gélido vapor, y pronto nuestros alientos empezaban a condensarse con fuerza.
"A ver quién me coge", decía de pronto, y emprendía veloz carrera. Muchas de las veces, para cogerla, teníamos que cercarla. Su velocidad era asombrosa. Era joven, sana y fuerte».

CUATRO
Ramón Acín y Conchita tuvieron dos hijas, Katia y Sol, dos niñas a las que amaron tanto como cualquiera de nosotros quiere a sus hijos. Ramón Acín inventaba para ellas historias en el teatrillo de cartón. Y sabemos que algunas mañanas, cuando todos aún dormían, Sol entraba en la habitación de sus padres y a pesar de los severos rostros de los Comuneros de Castilla, unos hombres barbudos que la miraban fijamente desde un cuadro colgado en la pared y de las estrellas de la guerrera que brillaban en el retrato del capitán Fermín Galán, ella se acercaba al oído de su padre y le cantaba, a boninico, como decimos en Aragón, María de la O hasta que Ramón Acín dejaba de fingir que dormía y la abrazaba.


CINCO

Ramón Acín hizo las pajaritas del parque.
La infancia es nuestra auténtica patria. Los niños necesitan disponer de un territorio en el que se deposite la memoria de lo que son y de lo que han sido, un paisaje para recordar la luz, los aromas, los descubrimientos y a las personas que les acompañaron. Las pajaritas, Las pajaritas de Ramón Acín, se han convertido en un referente de la infancia de miles de niños, como recordaba Antonio Saura al pensar en su niñez en Huesca.
Las pajaritas de Ramón Acín son un símbolo compartido que nos identifica. Y este espacio que hoy se presenta renovado y hermoseado es un elemento que hace ciudad porque despierta el sentimiento ciudadano.
Atravieso este parque diariamente para ir a la antigua escuela de magisterio o a la sede del Museo Pedagógico de Aragón. He aprendido a conocer este oasis de árboles y pájaros, de silencios, de paseos y de fuentes que cambia en distintos momentos del día.
Algunas mañanas me detengo en este espacio dedicado a Las pajaritas diseñadas por Ramón Acín, un monumento que sobrevivió a la Guerra Civil y a los cuarenta años de dictadura del general Franco y me parece que estas pajaritas son, en realidad, dos pequeños caballos de Troya. Sólo bajo esta apariencia inocente pudieron sobrevivir a la destrucción de los símbolos y de las ideas. Las pajaritas han guardado celosamente el legado de Acín como el caballo de madera ocultaba el sueño de los griegos de tomar Troya. Ahora las pajaritas son un símbolo de la ciudad tolerante, abierta y universal.
Me gusta contemplar estas dos pajaritas blancas que se miran la una a la otra y que parecen sostener un diálogo permanente.
Los estudiantes se sorprenden cuando les invito a dejar las aulas de la Facultad para salir al parque. Y les cuento aquí, junto a Las pajaritas, la historia de Ramón Acín. Quiero que sepan que paseamos y soñamos por los mismos lugares donde Ramón Acín soñó y paseó y que damos las clases en las mismas aulas en las que revolotearon, como mariposas encendidas de amor y de compromiso, las palabras de ese hombre bueno.
Hoy sé que Ramón Acín, desde el paraíso laico donde vive para siempre, sonreirá al vernos aquí reunidos para recordarle, para celebrar que el ayuntamiento de Huesca ha cuidado y renovado este espacio para todos nosotros.

Huesca, 16 de julio de 2010

08 julio 2010

Banderitas rojigualdas

Las televisiones muestran estos días a personas envueltas en banderitas rojigualdas, con las caras pintadas del color de la bandera, ataviados con la camiseta de la selección española. Algunos llevan tricornios para proteger sus craneos, otros se han puesto sobre la elástica de su jugador preferido parte del atuendo de los toreros. No es infrecuente que en las banderas hayan dibujado toros. Algunos de estos seres humanos, cuando les enfoca la cámara de televisión canturrean «soy español, español, español» o, lo que es más hiriente, gritan «Arriba España».

Si esta selección de fútbol de las españas gana el mundial nos esperan tiempos de nacionalismo españolista que no se concretará, casi seguro, en el patriotismo del que escribía Santiago Ramón y Cajal, es decir, en amor por la tierra, por las personas que tenemos más cerca, en irrefrenables ganas de trabajar para sacar un país adelante. No. Seguro que no. Padeceremos una pandemia de banderón y folclore garbancero.