23 noviembre 2013

La Fuente de los incrédulos


«Al llegar a la Fuente de los Incrédulos contemplaron el reflejo de la luna en el agua. Aunque ya la conocía, María dejó que Miguel le contara la historia de aquella fuente. Procuró mostrarse sorprendida e interesada cuando Miguel relataba cómo Ramón Pignatelli quiso dedicar esa fuente a quienes no creyeron en su sueño de construir un canal que regaría gran parte de la huerta zaragozana, un canal que traería el agua que se bebería en Zaragoza. Cuando en 1784 el agua llegó a la ciudad surcando el cauce del Canal Imperial de Aragón, Pignatelli mandó construir aquella fuente de dos gruesos caños. Para coronar su demostración de erudición, rozando el límite de la pedantería, Miguel leyó la inscripción latina:

INCREDVLORVM CONVICTIONI
ET VIATORVM COMMODO

–O lo que es lo mismo –concluyó el doctorando en letras– «para convicción de los incrédulos y comodidad de los caminantes». Esta fuente está aquí para que se refresquen los caminantes como nosotros. Así que bebamos en homenaje al señor Pignatelli».

[ En Aquellos días de luz y palabras (2013) de Víctor Juan]

22 noviembre 2013

José Luis Violeta Lajusticia, el León de Torrero


Esta imagen se la robó el fotógrafo al tiempo una tarde de domingo de 1973, en un partido que enfrentó en La Romareda al Zaragoza y al Atlético de Madrid. El resultado final fue un empate a uno.
José Luis Violeta me contó que en un ataque del Zaragoza, él se quedó en su campo para defender como solo él defendía un posible contraataque del equipo colchonero. Se le acercó por detrás Luis Aragonés y, sin balón y a traición, le dió un rodillazo en el muslo que le partió el alma. Violeta se acercó a la banda y Andrés Magallón le infiltró una sustancia mágica sirviéndose de una jeringuilla sacada de una película de terror. Andrés Magallón le clavó al león de Torrero la aguja hasta las entrañas. Violeta volvió al campo y en la primera ocasión le hizo una entrada terrorífica al «zapatones Aragonés» -un mal tipo dentro y fuera del campo-. José Luis Melero ha escrito que en condiciones normales aquella entrada le hubiera valido a Violeta un par de meses en galeras, pero el árbitro no se atrevió a sancionar la falta.

31 agosto 2013

Carta de Ramón Acín a Conchita Monrás desde la cárcel




Querida Chita: Te escribo después de verte; estás muy majica…, pero delgadita y no quiero. Ya sabes que el no escribirte carticas no es por falta de gusto en ello, es todo un diálogo contigo en todo momento, ya lo sabes. Tenemos que frenarnos en el querer. Quizá como necesidad.
Aquí discutimos, damos charlas y asambleas, estamos todo lo relativamente bien que se puede estar sin libertad… y sin ti, mejor dicho, sin ti y sin libertad porque tú eres antes que todo.
Llega la comida y suspendo la cartica.
Cosicas, con (ilegible)
Ramón
Huesca, hacia 1924

19 agosto 2013

Cocino por tres razones (al menos)

Hay tres motivos, al menos, por los que yo cocino para mi familia y mis amigos. Los voy a escribir aquí. El orden no implica nada. Simplemente las enumero porque tengo contar las cosas una detrás de otra.

UNO.- Cocino porque me gusta hacerlo. Es entretenido y, además, puedo pensar mientras cocino. Pensar es mi ocupación fundamental en este valle de lágrimas. Pienso permanentemente. Pienso en esto y en aquello. Pienso sin orden ni concierto. Pienso sin pedir permiso. Pienso sin más.

DOS.- Cocino para ser el «ecce homo faber» que me gustaría ser. Cocino para hacer cosas. Cuando se tiene una ocupación como la mía, de resultados tal inciertos -les recuerdo que soy profesor- uno agradece enormemente ver frutos de su trabajo. Yo puedo explicar durante cuatrimestres y cuatrimestres la historia de la educación y nunca sé cuál es el fruto de mis desvelos. Nunca sé si lo que cuento tiene un sentido para los estudiantes. Por eso para mí es extraordinario coger una berenjena, meterla en el horno y sacar una berenjena asada o ser capaz de hacer con huevos, patata, cebolla y aceite una tortilla de patata.

TRES. Cocino para que me quieran. Tengo la edad suficiente para saber que casi todo lo hago para que me quieran las personas que quiero querer.




17 julio 2013

Cuando leas esta carta



Querida Marta,
Cuando leas esta carta ya habremos paseado por la ciudad, te habré mirado despacio como si fuera posible guardar para siempre en mi memoria la vida reflejada en tus ojos o cada detalle de tu pelo, de tu cara y de tus manos. Pero ahora, cuando te escribo, tengo ante mí, sin estrenar, la posibilidad intacta de pasar junto a ti unas horas, de estar contigo sin más pretensión que mirarte despacio. Ahora cuando te escribo estoy en el lugar perfecto, el tiempo en el que todo es posible, en el momento en que todo está delante de nosotros.
Tengo cincuenta años, una edad suficiente para sentir que el tiempo me ha robado la ilusión por las cosas y para confesar que he perdido gran parte de mi capacidad de entusiasmarme por la vida. Pero, a pesar de todo, cincuenta años no son suficientes para claudicar y pensar que no hay nada que hacer, que no merece la pena asumir riesgos, buscar, seguir intentándolo. Volver a encontrarte me ha hecho saber que aún estoy a tiempo, que siempre es todavía. Siento revivir algunos sentimientos que creí que no volvería a experimentar. Reverdece inesperadamente en mi interior la ilusión, el deseo de entenderlo todo, la convicción de tener que aprovechar el tiempo.
Si pudiera darte un nombre para que vivieras el resto de tu vida siendo otra, te llamaría Marta. Y no cambiaría ni tu manera de hablar ni el silencio con el que callas cuando me miras. Me empeñaría en que tus manos fueran tal como son. Querría que tu piel me devolviera la misma ternura que despiertan mis caricias. Si pudiera hacerte como quisiera que fueras pediría que te estremecieras como te estremeces cuando mis palabras a veces te rozan el alma.
Quiero que seas libre y que pudiendo abandonarme cada instante, me elijas. Quiero que entre tú y yo nunca esté todo dicho. No te quiero vencida o entregada. Y, sobre todo, no quiero que me necesites ni que te retengan junto a mí el miedo, la costumbre o las heridas. Quiero que teniendo otros brazos abiertos en los que cobijarte, entre todos me elijas.
Cuando leas esta carta ya te estaré echando de menos, a pesar de la caricia de tus besos, a pesar de haberte tenido en mis brazos.
Cuando leas esta carta quizá yo me encuentre desorientado y dude entre llamarte inmediatamente, ir a buscarte, apostarme en la puerta de tu casa para verte salir por la mañana o no volver a llamarte nunca más.
Pero también es posible que cuando leas esta carta me sienta rotundamente feliz y el mundo sea un lugar perfecto. Cuando leas esta carta yo estaré escribiendo otra vez para decirte que quisiera vivir eternamente para poder estar otra vez contigo mañana, dentro de dos meses o el próximo vera-no. Quiero estar contigo aunque tenga que esperarte otros treinta años.
Te quiero,
Javier
[Marta de Víctor Juan]

10 julio 2013

Lo que Dios nunca le perdonó a Eva


«Eso fue lo que Dios nunca le perdonó a Eva: que le demostrara a Adán que la felicidad existía, que había que pretenderla, que la dicha se podía conquistar con besos y caricias, que somos deseo, que lo único que importa es lo que queremos, que el amor nos hace invulnerables, irreductibles y nos libera de los miedos y de la sumisión a las imposiciones». 
Víctor Juan, en Aquellos días de luz y palabras

02 junio 2013

Aquellos días de luz y palabras


[mi última novela, Aquellos días de luz y palanbras (Editorial Sabara), 
distribuida por literatúrame]

30 mayo 2013

Víctor Juan: el escritor maldito



Antes de empezar a escribir, antes de que las palabras me envenenaran definitivamente el alma, pensaba que si un día escribiera, me gustaría ser un escritor maldito. Sería un tipo incomprendido, solitario, despreciado y olvidado, desde luego, por la academia y la crítica, alejado de las modas. Me convertiría en un escritor atormentado por mil dudas, pero libre de ataduras. Como enseguida habrán adivinado, aquellos deseos míos no se han cumplido, por un buen puñado de circunstancias.
El malditismo de los escritores está relacionado con la muerte, con la búsqueda de una salida airosa de este valle de lágrimas. Parece como si todos pretendieran vivir poco, pero intensamente y yo, señores, no valgo para escritor maldito porque amo la vida y sé que nada me joderá más que morirme. Cuando llegue mi último día –además de que «me encontraréis ligero de equipaje como los hijos de la mar»– solo tendré un consuelo: será mi amigo Pepe Melero quien escribirá mi necrológica. Otros dirán, seguro que si hice esto o lo otro, que si amé tales o cuales cosas, quizá incluso alguien intente mancillar mi buen nombre sosteniendo que con mi último suspiró entoné los primeros acordes del «Hala, Madrid», pero ustedes no han de creer nada de lo que oigan. Solo Melero está autorizado para aponderarme y también para censurar lo que de censurable haya hecho en esta vida.
Tampoco podemos decir que la mía sea una vida bohemia, disoluta, que yo viva al límite, en los bordes de esta senda por la que discurren nuestros días, tal y como se espera de un escritor maldito. No hay nadie que lleve una existencia tan monacal como la mía. Vivo retirado del mundo y sus oropeles, alejado de la hoguera de las banidades en la que muchos se consumen. Madrugo mientras todos duermen, tengo azadones y carretillo, hago la compra todas las semanas en el Mercado Central de Zaragoza, exprimo naranjas para hacer un litro de zumo cada mañana, soy cocinero de mi familia y de mis amigos y, para completar el cuadro, friego los cacharros sucios y meto los platos en el lavavajillas.
Tampoco soy, en el sentido estricto del término, un incomprendido. Me siento querido, acompañado y mimado por mis amigos. Muchas veces me pregunto si estoy a la altura de su cariño, si realmente he hecho algo para merecerlo.
Para ser un escritor maldito debería consumir sustancias, estimularme con algunas drogas para potenciar mi creatividad, mi autoestima o mi capacidad de resistir los golpes que a veces nos da la vida. Pues bien, a mí no se me conocen más adicciones que las que me atan al tomate seco de Caspe y al pan del obrador OLBIS de Huesca.
Además, soy feliz. Feliz de publicar mis libros en Sabara Editorial con las gentes de Literaturame. Esto me ha hecho liberarme del síndrome que hemos padecido en mayor o medida muchos de nosotros cuando hacemos libros. Este síndrome se manifiesta en nuestra manera de entrar en las librerías, poniendo cara de ser otros para que nadie sepa que somos escritores en busca de sus libros. Nos acercamos a la estantería en la que debería estar nuestra novela con el corazón acelerado, mal disimulando nuestra ansiedad. Casi siempre comprobamos que nuestras sospechas eran ciertas: nuestros libros nunca están en las librerías. La edición digital –escribir muñecas hinchables, como las llamó Melero– me procura cientos de alegrías. Y la principal es que sé que cada vez que alguien quiera leer la novela la tendrá al alcance de la mano, desde cualquier parte del mundo, las veinticuatro horas del día, todos los días del año. Y esto me da una tranquilidad difícil de explicar.
Así que lo mejor será aceptar mi condición de escritor sentimental, romántico y zaragocista, un tipo feliz por todo, salvo por una cosa que ahora no quiero recordar.

29 mayo 2013

Para mis hjos, enseñanza pública

Cuando se llega a mi edad no es difícil aceptar que en su vida uno ha hecho algunas cosas bien y otras mal. Quizá haya más errores que aciertos en su haber. Yo tengo la certeza absoluta de que una de las cosas que he hecho bien es elegir para nuestros hijos la enseñanza pública, primero en la escuela que Zaragoza dedicó a Joaquín Costa y después en el IES Goya, heredero del viejo Instituto General y Técnico de la ciudad. Escribo esto ahora que nuestra hija Blanca ha terminado bachillerato. Escribo ahora que he tenido ocasión de conocer el trabajo de decenas de profesores del instituto con quienes siempre tendré -sin que ellos lo sepan, sin que lleguemos a conocernos- una permanente deuda de gratitud por los centenares de horas de preparación de las clases, por su esfuerzo generoso, por su sensibilidad y por su rigor. Gracias.

09 mayo 2013

Palabras


Mi madre me regaló palabras que me han permitido entenderme y encontrarme con los demás, las palabras de enamorarme y de querer a mis hijos, las palabras para cambiar el mundo.
Cuando fui niño en Caspe siempre tuve cerca personas que me quisieron, que me miraron, que me hablaron y que me escucharon: mi abuela Pilar, mis abuelos Valentín y Concha, las mujeres de la calle Vieja con quienes tuve la suerte de disfrutar horas de demorada conversación bajo el cielo estrellado de las noches de verano de mi infancia (Margarita, Pascuala, Julia, Mercedes la Platera, Andresa, María…). También fueron muy importantes para mi formación como palabrero incorregible los días y días que pasé con Carmen y José, los vecinos de mis abuelos, y las tertulias durante las reuniones familiares con mis tíos y mis primos. Nuestra vida giraba alrededor de las palabras… Las palabras son, lo sé ahora que ya voy a cumplir cincuenta años, el más valioso legado de mi infancia.
Y las palabras, aquellas mismas palabras, me han traído hoy aquí.
Me hace muy feliz pensar que mi nombre está unido y enredado por una razón más con Caspe. Cuando alguien haga la historia del concurso literario de relato corto «Ciudad de Caspe» dirá que la edición de 2013, la octava, la ganó un tal Víctor Juan, quien tomó prestado para la ocasión el nombre del escritor Silverio Lanza, el raro de Getafe, y presentó un relato titulado «Muerde la soledad».

03 mayo 2013

Mi vida me salvó la vida

Frank McCourt, El profesor, Madrid, Maeva Ediciones, 2006, 293 pp.
(Publiqué esta reseña en «Artes y Letras», el suplemento que coordina Antón Castro en Heraldo de Aragón. No sé ni qué día ni qué año, pero la publiqué cuando era pequeño)
Como una moderna Sherezade, en manos esta vez de despiadados adolescentes, Frank McCourt (Nueva York, 1939) aprovechó su dominio del arte de contar y de persuadir para despertar con palabras el interés y la curiosidad de sus alumnos. Esa fue su tabla de salvación: tener algo valioso que contar, saber hacerlo y, sobre todo, reunir la valentía necesaria para asumir el riesgo que supone este ejercicio de desnudez.
Quienes hemos tenido el privilegio de que un buen profesor se cruzara en nuestro camino recordamos que era alguien que nos ayudaba a encontrar sentido a la vida, que era capaz de contárnosla para que nos apropiáramos de ella, por encima de las Matemáticas, del Inglés o de la Geografía. Frecuentemente, lo más importante ocurre siempre al margen del programa o en los límites, cuando los profesores hablan desde los umbrales. Quizá sea en esa tierra de nadie donde cada profesor es único y puede proyectar sus lecturas y su biografía. Por librarse de las lecciones de gramática, los estudiantes de secundaria del país de la opulencia le pedían al profesor McCourt que les hablara “de su desgraciada infancia en Irlanda” y él les descubría –y nos descubre ahora a los lectores- al niño de los callejones de Limerick que había nacido en Nueva York, hijo de emigrantes irlandeses, y que se trasladó a Irlanda antes de cumplir los cuatro años. Allí era “el americano” y cuando con diecinueve años regresó a los Estados Unidos fue ya para siempre un emigrante irlandés.
El día en que le llegó la jubilación, uno de sus alumnos le gritó a modo de despedida: “Eh, señor McCourt, debería usted escribir un libro”. “Lo intentaré –le contestó-”. Así lo hizo y sorprendió al mundo con Las cenizas de Ángela, Premio Pulitzer, un libro del que se han vendido más de 20 millones de ejemplares. De este modo, pasó de ser un profesor desconocido a entrevistarse con presidentes de los Estados Unidos, con el Papa, con alcaldes, gobernadores y actores. Se convirtió en un conferenciante de éxito entre el público más heterogéneo y sobre los temas más peregrinos: desde Irlanda a la conjuntivitis pasando por la salud dental. Tenía 66 años cuando publicó Las cenizas de Ángela, la historia que Alan Parker llevó al cine en 1999. Entre Las cenizas de Ángela y El profesor, McCourt publicó Lo es, la crónica de su llegada a América. Las tres  son novelas autobiográficas contadas magistralmente.
En el inicio de su ejercicio profesional, McCourt creía que enseñar era transmitir a los alumnos lo que sabía, examinarlos y evaluarlos. Desde el primer día se dio cuenta de que la enseñanza, la educación y la escuela sólo podían interpretarse desde la complejidad. En ningún manual de Pedagogía le explicaron qué hacer cuando un bocadillo lanzado por un estudiante aterrizara junto a sus pies. Después de algunos años de docencia, llegó a una hermosa conclusión: enseñar es conducir a los estudiantes hacia la libertad reduciendo el miedo que genera crecer y aventurarse a descubrir mundo.
Los profesores y quienes quieren serlo encontrarán en El profesor interesantes reflexiones sobre el sentido de este humilde y apasionante trabajo. No nos preparan para afrontar la incertidumbre y el riesgo que supone enfrentarse a centenares de alumnos no siempre dispuestos a aprender. Nos la jugamos en cada gesto, en cada pequeño comentario, en cada minúscula decisión que tomamos, sabiendo que aquello que funciona hoy no servirá mañana y que lo que necesita Sara no vale para Luis. Como acertadamente descubrió Philip Jackson en La vida en las aulas, en educación todo es más parecido al vuelo de la mariposa -incierto, frágil e imprevisible- que a la trayectoria de una bala.
El humor, el distanciamiento del autor de sus propios problemas y los centenares de anécdotas que se recogen en sus páginas hacen de la lectura de El profesor un continuo placer.
Víctor Juan

23 abril 2013

Aragón: solo sé quererte



Soy uno de esos aragoneses que solo sabemos querer a Aragón -sin que nos cueste ningún esfuerzo, sin estridencias ni artificios- porque esta es la tierra en la que trabajamos, soñamos, somos felices y sufrimos cuando nos toca. Aragón es un territorio abierto, con una rica historia, con tradiciones y celebraciones que nos han unido desde la antigüedad. Aragón es, sobre todo, su gente, hombres y mujeres, que nacieron aquí y también personas que han venido de lejos y han decidido quedarse.
Me gustaría que conociéramos mejor nuestro patrimonio, la riqueza que durante siglos se ha depositado en nuestras tres lenguas, los compromisos que hemos asumido a lo largo del tiempo, pero sobre todo me gustaría que los aragoneses creyéramos en nuestro presente y en nuestra capacidad para soñar juntos un futuro mejor. Para que todo esto sea posible, la educación es un factor clave porque solo se ama aquello que se conoce. La educación es la herramienta que nos permitirá hacer de Aragón un país más libre, más culto y más justo. Y en esta tarea todos somos necesarios.

[Publicado en el Diario del AltoAragón, 23 de abril de 2013]

La Librería París de Zaragoza


Todo el mundo debería tener un librero de cabecera al que acudir cotidianamente, o en caso de emergencia, como se tiene médico, panadero o peluquero. Un librero que conozca nuestros gustos y esté atento a nuestras necesidades. Un librero, a ser posible, que los padres dejen en herencia a sus hijos porque en un mundo que cambia aceleradamente conviene tener algunas certezas y una librería es, sin duda, una de las más recomendables.
Hace treinta y un años decidí que mi librería de cabecera sería la Librería París de Zaragoza. Recuerdo bien que era el mes de octubre de 1982, porque fue entonces, tras el mundial de fútbol de Naranjito, cuando empecé a estudiar Magisterio y compré en la sucursal que la París tenía en Corona de Aragón mi primer libro universitario, el primer libro de mi biblioteca pedagógica. En aquel pequeño local sufría exilio, o una suerte de penitencia, César, el segundo hijo de José Muñío Pomed, quien después de aprender el oficio en la Librería General, abrió su propio establecimiento en 1963, en Paseo Fernando el Católico, 14, a apenas unos metros de la librería actual. En aquella época de censuras y prohibiciones los libros eran «un arma cargada de futuro» y algunos clientes frecuentaban más la trastienda que la propia librería.
Conocí a don José en los últimos años setenta. Yo era un adolescente ignorante y él un librero serio y un poco gruñón con los chicos del colegio que íbamos a su librería, como una bandada de gorriones, a comprar, sin mucha pasión, las lecturas obligatorias del bachillerato.
En este tiempo del que escribo no existía internet. Cuando alguien buscaba un libro tenía que recurrir a los gruesos volúmenes del ISBN, una biblia –nunca mejor dicho–, que recogía los datos de los libros que podían comprarse. Lo que no estaba en el ISBN, lo encontraban en la Librería París. Bastaba con tararear la melodía del título, aunque no se supiera la letra.
Me hice amigo de Pablo, de César y de Esther, los hermanos Muñío, y de toda la familia de la París, del «París Team». Como para cerrar un círculo de relaciones personales, en los primeros noventa, en un aula de tres años del Colegio Público «Hermanos Marx», le di clase a la hija mayor de Pablo, Lucía, que ahora es una maestra convencida de serlo en una escuela de Zaragoza.
La Librería París es una librería navegable, una librería donde nunca me preguntan a qué he ido porque muchas veces voy –como diría mi abuelo– simplemente «a estame». Confieso que hay pocas cosas en la vida que me gusten más que hablar con mis amigos. En la Librería París he pasado ratos inolvidables conversando con unos y con otros de libros, de autores, de la ciudad, de nuestros proyectos... Este año la París cumple medio siglo. Podría pensarse que las gentes de la París llevan media vida dedicados a los libros. Y no sería del todo cierto. En realidad, en la Librería París llevan cincuenta años dedicados a las personas que quieren y necesitan libros. Felicidades.

[Publicado en Heraldo de Aragón, 23 de abril de 2013]

07 abril 2013

Aquel día de Santiago



Ciudad, 25 de julio de 1936

Querido Luis:
Me has dicho tantas veces que la vida es lo que sucede mientras tanto, mientras hacemos planes, mientras intentamos poner en orden nuestra existencia, mientras nos empeñamos en controlar la propia vida que se desborda sin remedio, sin que podamos evitarlo... Fíjate, lo había dispuesto todo para pasar, como cada verano, una larga temporada en Madrid. Había preparado el equipaje, ya había comprado los billetes de tren cuando la víspera de abandonar la ciudad para empezar las vacaciones… todo se hizo añicos.
Este día de Santiago ha sido particularmente caluroso. No recuerdo haber sentido nunca tanto calor, un calor que me impide pensar, que me hace huir de mí mismo, desear alejarme de mi cuerpo que me incomoda, me agobia y me pone nervioso. Hace un momento, a última hora de la tarde, cuando el sol vencido anunciaba su retirada, he abierto las ventanas del despacho para que entrase el aire de la calle. Ya no hay nada limpio en la ciudad. Por eso no esperaba que el aire limpio de la calle inundara la habitación.
He intentado leer. Me cuesta concentrarme y, de cuando en cuando, me angustio y cierro violentamente el libro al comprobar que he perdido el hilo de la lectura, que no disfruto de una de las actividades que más me apasiona.
El sabor amargo de la saliva y el miedo que ha anidado en mi estómago me impiden comer. No puedo descuidar mi salud, pero nada me apetece. Le agradezco de corazón a Amparo todas las atenciones que tiene conmigo… la fruta fresca, el plato de verdura, el pan tierno, las galletas, la carne en adobo… Cuánto cariño ha puesto en la preparación de esta cesta que me envía… No le digas que soy incapaz de comer. No quiero añadir preocupaciones a sus preocupaciones.
Una semana, apenas unas horas, y parece que hayan pasado varios meses. Compruebo una y otra vez en qué hora vivo. El tiempo se me hace largo. El tiempo de la pena, de la separación, de la incertidumbre, el tiempo cautivo, el tiempo que parece haberse detenido. Sólo deseo que pasen las horas, que sea otra vez de noche, que amanezca cuanto antes, que sea mañana... Que las horas nuevas nos traigan alguna esperanza.
Quisimos un país mejor. Hicimos un país mejor mientras pudimos. A pesar de que el horror se haya extendido tan deprisa, sé que la luz se impondrá a las tinieblas, que tanta sangre derramada y tanto sacrificio no serán inútiles. No pueden robarnos el pensamiento ni la palabra, ni nuestros deseos. Quisimos ser libres, pero no sólo quisimos la libertad para nosotros. Quisimos que fueran libres quienes nunca lo habían sido, quienes no tuvieron ni los sueños de la libertad. Quisimos que fueran libres quienes no soñaron nunca.
¿Cómo están los chicos? ¿Cómo está José Manuel? A veces creo que sólo su compañía apartaría de mi mente las sombras que allí se han instalado, que su risa me aliviaría el peso del corazón. José Manuel… seguro que te hará miles de preguntas. Será imposible que consigas explicarle la situación que estamos viviendo. Ocúpate de Amparo. Todos te necesitan más que nunca. Miénteles. Muéstrate animoso, diles que todo terminará enseguida…
Sé que entenderás que rechace de nuevo tu invitación. No puedo instalarme en vuestra casa. Mi sitio está aquí. Huir equivaldría a darles la razón. Mi sitio es éste. Lo que está pasando es un problema de todos nosotros, incluso de aquellos que pueden dormir tranquilos sabiendo que no van a ser molestados, que nadie llamará a su puerta de madrugada. Hay que terminar con esta infamia. No basta con la salvación individual de cada uno de nosotros y de las personas que queremos. Yo tengo que estar aquí, en mi casa, aferrado a la vida que quise vivir.
Conocerte es uno de los grandes regalos que me ha hecho la vida. Haber compartido contigo palabras, empeños y sueños… eso no podrán arrebatármelo de ninguna manera.
No me gusta hablar de ella, de mi vida sin ella. Cómo he agradecido durante estos años tu discreción, tu manera de acompañarme en silencio, sin hacer preguntas, sin querer saber más, sin darme consejos, sin intentar consolarme, sin invadir mi intimidad. No me gusta hablar de ella, pero hoy quiero decirte que echo de menos a Clara. Al principio me sentí estafado. Su muerte fue un robo. La repentina enfermedad que la consumió en unas pocas semanas me convirtió en un extraño. De golpe nada tenía sentido. No sabía qué hacer, ni qué pensar, ni adónde ir. Durante los primeros meses entendí bien hasta qué punto es frágil e incierta la línea que separa la razón de la locura. Luego me sumergí en el tiempo de la ausencia, de la ausencia definitiva y eterna. Ya no la veré más, ya no escucharé más su voz, ya no me consolarán sus manos, ya no podré abrazarla otra vez… ni siquiera una vez más.
Madrid me ahogaba. Era una ciudad que me hablaba permanentemente y en todos los rincones de la mujer que había perdido. Apenas podía transitar las calles y los lugares que había compartido con Clara. Para seguir viviendo necesitaba distanciarme de aquella casa que sin ella se había convertido en un desierto, necesitaba alejarme de los espacios que hicimos nuestros y que ya sólo me hablaban de su ausencia... No vine aquí, a tu ciudad, con la intención de empezar una nueva vida. Quería continuar la mía, pero para eso necesitaba la serenidad que me permitiera aceptar la ausencia de la mujer que amaba.
Cuando me ocurre algo extraordinario pienso en ella, en cómo hubiera disfrutado, en cómo se hubiera alegrado, en su manera de sacarle partido a la vida. Me hubiera gustado tanto que os conocierais…
El miedo me acompaña estos días como si fuera mi sombra, pero no he perdido la esperanza. Creo en un mañana mejor. Creo que esto terminará en cualquier momento. Creo, como he creído siempre, que no hay nada por encima de la razón.
En cuanto pueda, quizá mañana o pasado mañana, os haré una visita. No se lo digas a José Manuel, que quiero darle una sorpresa. Cuídate mucho. No trates de disuadirme. Saldré de casa. No quiero vivir permanentemente encerrado como si tuviera algo que ocultar, como si asumiera una culpa, como si ya hubiera muerto un poco.
No olvides nunca a tu amigo que te abraza,
Paco

29 marzo 2013

El zaragocismo, la larga cadena que nos une

El último título de Ediciones La Ventolera es Álbum de fotografías del Real Zaragoza. A mí la fotografía que más me gusta es la que encabeza esta líneas, la fotografías que precede a la relación de cuarenta y un  zaragocistas que editan y sufragan a escote este delicioso álbum. Me gusta esta foto porque muestra a zaragocistas de toda condición unidos por la misma pasión por el Zaragoza que nos une hoy. Me gusta que estén contentos, que unos lleven sombrero, otros boina, otros corbata o pajarita. Me gusta que en el centro de la imagen esté Bautista Jover, Bautisteta, el hermano de mi abuela Pilar, con su camisa blanca, sonriendo como un bucanero.



22 marzo 2013

Solo tenía tiempo para ser feliz



Antes de cumplir los seis años me fui a vivir a Zaragoza. Esa fue la gran tragedia de mi infancia. Me convertí en un exiliado. Mi auténtica vida se quedó suspendida en Caspe.
Mi padre, cofrade del Nazareno, se encargó de hacernos entender que no había Semana Santa más conmovedora que la Semana Santa caspolina. Para mí esos días eran un tiempo de libertad –de libertad condicional–, un tiempo de reencuentros con la familia, con los amigos, con las calles y los paisajes y, también, un tiempo de palabras y de silencio, del silencio con el que aprendí a convivir entonces y que tanto he agradecido siempre.
El miércoles santo venía mi abuelo Valentín a Zaragoza y en el primer tren de la tarde emprendíamos el viaje a Caspe. Me iba de casa con mi cartera escolar para hacer los deberes y con la promesa de portarme bien.
En Semana Santa la vida reventaba por todos los rincones –y estallaba también dentro de aquellos niños que descubrían cada día el mundo–. En Caspe la Semana Santa terminaba con la celebración de San Bartolomé, la comida en el campo que anunciaba la cuenta atrás que me llevaría irremediablemente a Zaragoza. Nunca tenía tiempo de hacer los deberes. Solo tenía tiempo para ser feliz.

(Publicado en el Especial Semana Santa de La Comarca, 23 de marzo de 2013)

09 marzo 2013

Nuevo Aragón de 9 de marzo de 1937

El diario Nuevo Aragón se editó en Caspe desde el 20 de enero de 1937 hasta que el 11 de agosto del mismo año las tropas de Enrique Líster entraron en la ciudad y asaltaron los talleres en los que se imprimía el periódico.

El 9 de marzo de 1937 Nuevo Aragón publicó el homenaje que Paco Ponzán, Evaristo Viñuales, Miguel Chueca y José Mavilla rinden a Ramón Acín, que había sido asesinado en Huesca el 6 de agosto de 1936. Paco Ponzán y Evaristo Viñuales fueron alumnos de Acín en la Escuela Normal de Maestros de Huesca. Los dos militaron activamente en la CNT y ambos fueron Consejeros en el Consejo de Defensa de Aragón. Evaristo Viñuales se suicidó en el puerto de Alicante cuando el Stanbrook se hizo a la mar y centenares de milicianos quedaron a merced de las tropas de Franco. Los nombres de Acín, Viñuales y Ponzán también pueden leerse juntos en el estremecedor párrafo del testamento que Paco Ponzán firmó el 27 de diciembre de 1943 en la prisión de Toulouse:

“Deseo que mis restos sean trasladados un día a tierra española y enterrados en Huesca, al lado de mi maestro, el profesor Ramón Acín, y de mi amigo Evaristo Viñuales”.

Algunos proyectos los perseguimos durante años. Sin embargo, la edición facsímil de este periódico se resolvió en un solo día. Sabíamos que en Nuevo Aragón se publicó un homenaje a Acín por los cinco recortes que se conservan en el Museo de Huesca y que incluyeron Emilio Casanova y Jesús Lou en La línea sentida. Llamé a María Paz Cantero, conservadora del Museo de Huesca, y me confirmó que no tenían el ejemplar completo. No sabíamos qué otras noticias se habían publicado en Nuevo Aragón aquel 9 de marzo de 1937. Pensé que hubiera sido muy hermoso que Palmira Plá, la maestra que dirigió las colonias escolares y que por aquella época también estaba en Caspe, hubiera firmado un artículo ese mismo día.

Después de hablar con Mari Paz, recurrí a algunos de mis amigos: Javier Cortés, Carlos Serrano, Antonio Peiró, Julián Casanova, Víctor Pardo, Javier Díaz, José Luis Melero… Todo indicaba que tendríamos que dirigirnos al archivo de Salamanca confiando que allí se conservara el ejemplar del 9 de marzo y que estuviera en condiciones de ser reproducido. Pero fue Alberto Serrano Dolader –caspolino, periodista y amante de todo lo que tiene que ver con Caspe y con Aragón– quien me dio la alegría del día…«Has tenido suerte –me escribió en un mensaje poco antes de la medianoche–. Hace más de treinta y cinco años, en mis tiempos de estudiante en Barcelona, compré algunos, muy pocos, ejemplares de Nuevo Aragón y tengo el que te interesa. Cuando quieras te lo dejo».
«Mañana –tecleé apresuradamente– Lo quiero mañana».

De algún modo, esta edición facsímil del ejemplar número 42 de Nuevo Aragón que el Museo Pedagógico de Aragón acoge entre sus publicaciones, es una nueva ocasión para que Ramón Acín, Paco Ponzán y Evaristo Viñuales vuelvan a estar juntos. Y para que este cuento tuviera un final feliz también estaba, en la página 7, el artículo de Palmira Plá sobre colonias escolares.

En los cuentos todo ocurre en el momento preciso. Y eso es lo que sucede con este ejemplar de Nuevo Aragón que ahora podemos leer. Palmira Plá pudo no escribir un artículo en este periódico o pudo publicar su texto cualquier otro día, Alberto Serrano pudo no haber comprado algunos números de Nuevo Aragón o que entre ellos no se hubiera encontrado este. Cuando acaricio las ocho páginas de Nuevo Aragón sé que todo sucedió para que Ramón Acín, Paco Ponzán, Evaristo Viñuales, Palmira Plá y ahora también nosotros estemos aquí todos juntos.

07 marzo 2013

Asumirás a boz d’un pueblo de Vicent Andrés Estellés

Asumirás a boz d’un pueblo
de Vicent Andrés Estellés
(Traducción al aragonés de Miguel Martínez Tomey)

Asumirás a boz d’un pueblo
e será a boz d’o tuyo pueblo
e serás, ta cutio, pueblo,
e sofrirás e asperarás,
e irás sempre entre o polbo,
te seguirá una polbareta.

E tendrás fambre e tendrás set,
no podrás escribir os poemas
e callaràs toda ra nuei
mientres duermen as tuyas chens,
e tu nomás serás dispierto,
e tu serás dispierto por toz.

No t’han pariu ta dormir:
te parioron ta beilar
en a luenga nuei d’o tuyo pueblo.
Tu serás a parola biba,
parola biba e baladre.

Ya no esisten as parolas
sino l’ombre asumindo a pena
d’o suyo pueblo, e ye un silenzio.
Dixarás de contar as silabas,
de fer-te o ñudo dtruqueta:
serás un pueblo, caminando
entre una baladre polbareta,
bida arriba e nazions arriba,
una acobaltata condizión.

No tot será, manimenos, silenzio.
Pues dirás parola chusta,
la dirás en o inte chusto.
No dirás a tuya parola
con boluntá d’antolochía,
pues la dirás onestamén,
airatamén, sin pensar
en garra posteridá
como no siga d’o tuyo pueblo.

Quizau te maten u quizau
se'n ridan, quizau te delaten;
tot ixo yen estopenzias.
O que bale ye a conzenzia
de no estar cosa si no se ye pueblo.
E tugrieumén, has eslechito.
Dimpués d’o tuyo silenzio estrito,
caminas deciditamén.


04 marzo 2013

Que sea sábado. [Sobre Los chicos del coro]


Los chicos del coro es una historia esperanzadora. En la película se cuenta que siempre hay algo que esperar. A pesar de la tristeza infinita, del abandono, de la desconfianza y de la violencia que engendra la miseria. A pesar de los días que nos conducen a ninguna parte siempre hay razones para la esperanza.
Una de las escenas más conmovedoras de la película es la que muestra al pequeño Pépinot agarrado a la verja del internado, mirando hacia el camino por el que nunca viene nadie preguntando por él. En esa posición lo encontró Clément Mathieu, el nuevo vigilante, cuando llegó, arrastrado por sus propios naufragios, a «El fondo del estanque», un establecimiento para la reeducación de niños con problemas originados por las consecuencias de la II Guerra Mundial que había terminado cuatro años antes de que Mathieu le preguntara a Pépinot:
-Hola, ¿estás solo? ¿Qué haces ahí?
-Espero el sábado.
-¿Por qué?
-Mi papá vendrá a buscarme –contestó el niño sin apartar la vista del camino.
-Pero hoy no es sábado…
Pépinot miraba con la determinación de quien sabe que el tiempo le dará la razón: un día será sábado y sus sueños se harán realidad. Y así fue. Al final Pépinot abandona el internado un sábado. También Mathieu encuentra en «El fondo del Estanque», cuando parecía que en aquel infierno no podía esperar nada, un tiempo para redescubrirse a sí mismo, para mostrar a los niños lo más valioso: la música. Y su relación con aquellos niños sin infancia le libera de la resignación y de la autoimpuesta renuncia a la felicidad.
Los chicos del coro nos recuerda que merecemos ser felices y que para conquistar la felicidad que anhelamos hemos de tener sueños. Niños y jóvenes necesitan recibir este mensaje que cobra pleno sentido si ven la película acompañados de su familia. La presencia cómplice del adulto da credibilidad a la historia que se narra en Los chicos del coro y autentifica los sentimientos que la música, las imágenes y las palabras despiertan.
Cuando mi hijo Guillermo veía las primeras películas con nosotros siempre preguntaba si los personajes que aparecían en la pantalla eran buenos o malos. Los niños necesitan crecer sabiendo qué es lo bueno y sabiendo que aunque la maldad existe, es posible combatirla. Necesitan que compartamos su incertidumbre y su emoción, que les ayudemos a entenderse. Y para eso es condición imprescindible la cercanía y la complicidad que se crea entre quienes comparten una aventura esperanzadoza como la que se propone en Los chicos del coro.
Víctor Juan

24 febrero 2013

Para Fermín Mateo



Cuando alguien muere, deja un agujero negro en la vida de las personas que le quisieron.
Cuando muere un hombre bueno, el mundo pierde parte de su belleza y soñar parece imposible.
Cuando muere un buen maestro que es un hombre bueno sus palabras, su ejemplo y su inteligencia viajan para siempre en el corazón y en el alma de los alumnos con quienes compartió su vida.
Gracias, Fermín

22 enero 2013

Tres lecciones de cosas



Ramón Gil Novales. Hijo Predilecto de Huesca
Huesca, 22 de enero de 2013

Víctor Juan
Durante el primer tercio del siglo XX llegaban a España las ideas de la Escuela Nueva, un movimiento de renovación pedagógica que estaba transformando la educación europea. Frente al aprendizaje rutinario y memorístico, uno de los principios que defendían aquellos educadores era la intuición y se animaba a los maestros de la época a desarrollar lo que en los libros de didáctica se denominó Lecciones de cosas, es decir, se aconsejaba aprovechar las enseñanzas que podían extraerse de los acontecimientos que vivía el niño. El propósito de estas lecciones ocasionales que cualquier circunstancia brindaba era introducir la vida en la escuela y, al mismo tiempo, sacar la escuela a la vida. Yo he querido partir de este acontecimiento que nos reúne hoy y voy a aprovechar el nombramiento de Ramón Gil Novales como Hijo Predilecto de la ciudad para plantear tres lecciones de cosas.

Primera lección. Según el Diccionario de María Moliner, una de las acepciones de distinguir es separar, diferenciar del resto. Por eso puede resultar extraño o fuera de lugar comenzar afirmando que Ramón Gil Novales es alguien como nosotros y, si se me permite la expresión, «uno de los nuestros». Fue niño en las calles que transitamos diariamente, aprendió las primeras letras en la escuela de San Viator, estudió Bachillerato en el instituto de la ciudad y Magisterio en la Escuela Normal de Maestros, paseó por el parque junto a Las Pajaritas de Ramón Acín, un monumento inaugurado, precisamente, en 1928, el año que él nació.
Ramón Gil Novales es una persona –y lo será después de este reconocimiento de la ciudad– y no un personaje. Nos equivocamos cuando convertimos a las personas en personajes, cuando los colocamos en lo alto de un pedestal inalcanzable. Desde ese momento se convierten en seres extraños, distintos a nosotros, alejados de nuestras preocupaciones, de nuestra manera de pretender la felicidad y de sufrir cuando el dolor nos alcanza. Ramón Gil Novales es alguien como nosotros: tiene amigos, a veces está triste, le preocupan las personas que viven a su alrededor, quiere entender el pasado y desea un futuro mejor. Así, y no de otra manera, hemos de contarnos y hemos de contarles a los jóvenes quién es Ramón Gil Novales.

Segunda lección. Otorgar a Ramón Gil Novales el título de Hijo Predilecto de la ciudad supone el reconocimiento del valor de las palabras. Somos esencialmente lenguaje. Ramón Gil Novales ha llegado a ser quien es por la palabra, la palabra que nos hace humanos, la palabra que nos permite entender el mundo, encontrarnos con los demás y entendernos a nosotros mismos. La palabra es nuestra conciencia. En la palabra se deposita la memoria. La palabra anima el deseo, con palabras nos enamoramos y denunciamos la injusticia. Necesitamos palabras para alimentar nuestros sueños y las palabras son nuestra defensa frente al miedo y el más eficaz remedio contra el olvido.
El poeta Rainer María Rilke escribió que la auténtica patria del ser humano es su infancia. Yo lo diré de otra manera. Nuestra verdadera patria son las palabras con las que nuestras madres nos enseñaron a nombrar el mundo. Las palabras con las que nos construimos, pensamos y sentimos. En 1955 Ramón Gil Novales se trasladó a Barcelona, pero, en realidad, nunca se alejó de Huesca. Según su propia confesión se llevó «a cuestas nuestra tierra». ¿Y qué lleva siempre con él allá donde vaya y esté con quién esté? El paisaje, la luz de los atardeceres, el recuerdo de las personas que le acompañaron, el olor de las calles y, por encima de cualquier cosa, las palabras, el legado de la infancia, ese tiempo en el que todo deja una huella imborrable en el alma.
A pesar de lo que se afirma en el refranero, a las palabras no se las lleva el viento. Los vientos borran la fama, el poder e incluso la belleza. Pero las palabras permanecen y nos traen el recuerdo de lo que fuimos, de lo que quisimos ser, el recuerdo de las personas que amamos.

Tercera lección. Vivimos en una sociedad mediatizada. Las grandes compañías de la comunicación y de la información imponen visiones del mundo para defender sus intereses. Cotidianamente se nos plantea la duda de si bajo una aparente libertad de acceso a la información no estamos, en realidad, más manipulados y más controlados que nunca. Somos náufragos desesperados que buscan un oasis de pantalla en pantalla. Por eso necesitamos referentes como Ramón Gil Novales, referentes auténticos, modelos en los que reconocernos. Precisamos más que en ningún otro momento que los jóvenes, que los niños, tengan un espejo en el que proyectar su imagen para verse reflejados.
Una de las tareas que debemos afrontar con mayor urgencia es el rescate de nuestra propia mirada. Los medios de comunicación viven nuestras vidas. Nos hacen hablar, sentir y opinar de determinada manera. Con su bombardeo permanente de mensajes nos obligan a conocer a personajes que no tienen sentido ni existencia real y, al mismo tiempo, desvían nuestra atención de aquellos asuntos que son realmente esenciales para entendernos.
Ramón Gil Novales es el ejemplo de que es posible trabajar reposadamente como él trabaja en el taller artesano de las palabras, sin perseguir el éxito fácil o la rápida notoriedad, sin pretender otra cosa que la obra bien hecha.

Aquellos autores que publicaron manuales sobre Lecciones de cosas que mencionaba al principio de mi intervención, solicitaban a los maestros que extrajeran conclusiones claras después de cada lección. Si yo hubiera de proponer una concisa conclusión a estas tres breves lecciones de cosas, diría que al otorgar unánimemente el nombramiento de Hijo Predilecto de la ciudad a Ramón Gil Novales, este ayuntamiento ha hecho de Huesca un lugar más hermoso.

20 enero 2013

Compañeros


12 de julio de 1972, Luis Ocaña es todavía líder de la general del Tour de Francia. Le lleva siete minutos y medio de ventaja a Eddy Merck. Bajando el Col de Mente, Ocaña se estrella contra el suelo. Aturdido y desorientado no puede ni pedalear. Sus compañeros no le abandonaron y le llevaron hasta la meta.
Cuando todo se hunde, cuando tenemos la certeza de que vamos a fracasar porque cualquier cosa que queramos hacer, incluso la más pequeña cosa, se convierte en un imposible, necesitamos una mano, una palabra, una mirada, un silencio de alguien que nos diga sin hablar «estoy aquí, creo en ti, sigue peleando».


01 enero 2013

Tengo un plan para 2013



Te escribo para que sepas que tengo un plan para 2013, un plan simple –los planes revolucionarios no necesitan informes, leyes de acompañamiento ni memorandos–. Cuando se empeñan en hacernos creer que las palabras no valen para nada, que se las lleva el viento, que te hacen esclavo de lo que has dicho, que son inútiles o que solo sirven para ocultar la realidad, yo tengo un plan para 2013, una estrategia basada en la memoria y el deseo. Y para alimentar la memoria y el deseo necesitamos palabras, las palabras que ahora mismo quiero que tengas siempre cerca de ti cada uno de los días del año que empieza. Palabras para entender el mundo. Palabras para desear y soñar. Palabras contra la resignación y el olvido. Palabras para la esperanza. Palabras para querer y luchar. Palabras solidarias para quienes sufren. Palabras para hacer justicia. Palabras para estar cerca de las personas que quieres.
No aplazaré mis sueños. Te deseo que encuentres las palabras precisas para ser feliz en 2013.