Ciudad, 25 de julio de
1936
Querido Luis:
Me has dicho tantas veces que la
vida es lo que sucede mientras tanto, mientras hacemos planes, mientras
intentamos poner en orden nuestra existencia, mientras nos empeñamos en
controlar la propia vida que se desborda sin remedio, sin que podamos evitarlo...
Fíjate, lo había dispuesto todo para pasar, como cada verano, una larga
temporada en Madrid. Había preparado el equipaje, ya había comprado los
billetes de tren cuando la víspera de abandonar la ciudad para empezar las
vacaciones… todo se hizo añicos.
Este día de
Santiago ha sido particularmente caluroso. No recuerdo haber sentido nunca
tanto calor, un calor que me impide pensar, que me hace huir de mí mismo,
desear alejarme de mi cuerpo que me incomoda, me agobia y me pone nervioso. Hace
un momento, a última hora de la tarde, cuando el sol vencido anunciaba su
retirada, he abierto las ventanas del despacho para que entrase el aire de la
calle. Ya no hay nada limpio en la ciudad. Por eso no esperaba que el aire
limpio de la calle inundara la habitación.
He intentado
leer. Me cuesta concentrarme y, de cuando en cuando, me angustio y cierro
violentamente el libro al comprobar que he perdido el hilo de la lectura, que
no disfruto de una de las actividades que más me apasiona.
El sabor
amargo de la saliva y el miedo que ha anidado en mi estómago me impiden comer.
No puedo descuidar mi salud, pero nada me apetece. Le agradezco de corazón a Amparo
todas las atenciones que tiene conmigo… la fruta fresca, el plato de verdura, el
pan tierno, las galletas, la carne en adobo… Cuánto cariño ha puesto en la
preparación de esta cesta que me envía… No le digas que soy incapaz de comer. No
quiero añadir preocupaciones a sus preocupaciones.
Una semana,
apenas unas horas, y parece que hayan pasado varios meses. Compruebo una y otra
vez en qué hora vivo. El tiempo se me hace largo. El tiempo de la pena, de la
separación, de la incertidumbre, el tiempo cautivo, el tiempo que parece
haberse detenido. Sólo deseo que pasen las horas, que sea otra vez de noche,
que amanezca cuanto antes, que sea mañana... Que las horas nuevas nos traigan
alguna esperanza.
Quisimos un
país mejor. Hicimos un país mejor mientras pudimos. A pesar de que el horror se
haya extendido tan deprisa, sé que la luz se impondrá a las tinieblas, que
tanta sangre derramada y tanto sacrificio no serán inútiles. No pueden robarnos
el pensamiento ni la palabra, ni nuestros deseos. Quisimos ser libres, pero no
sólo quisimos la libertad para nosotros. Quisimos que fueran libres quienes
nunca lo habían sido, quienes no tuvieron ni los sueños de la libertad. Quisimos
que fueran libres quienes no soñaron nunca.
¿Cómo están
los chicos? ¿Cómo está José Manuel? A veces creo que sólo su compañía apartaría
de mi mente las sombras que allí se han instalado, que su risa me aliviaría el
peso del corazón. José Manuel… seguro que te hará miles de preguntas. Será imposible
que consigas explicarle la situación que estamos viviendo. Ocúpate de Amparo.
Todos te necesitan más que nunca. Miénteles. Muéstrate animoso, diles que todo
terminará enseguida…
Sé que entenderás
que rechace de nuevo tu invitación. No puedo instalarme en vuestra casa. Mi
sitio está aquí. Huir equivaldría a darles la razón. Mi sitio es éste. Lo que
está pasando es un problema de todos nosotros, incluso de aquellos que pueden
dormir tranquilos sabiendo que no van a ser molestados, que nadie llamará a su
puerta de madrugada. Hay que terminar con esta infamia. No basta con la
salvación individual de cada uno de nosotros y de las personas que queremos. Yo
tengo que estar aquí, en mi casa, aferrado a la vida que quise vivir.
Conocerte es
uno de los grandes regalos que me ha hecho la vida. Haber compartido contigo
palabras, empeños y sueños… eso no podrán arrebatármelo de ninguna manera.
No me gusta
hablar de ella, de mi vida sin ella. Cómo he agradecido durante estos años tu
discreción, tu manera de acompañarme en silencio, sin hacer preguntas, sin
querer saber más, sin darme consejos, sin intentar consolarme, sin invadir mi
intimidad. No me gusta hablar de ella, pero hoy quiero decirte que echo de menos
a Clara. Al principio me sentí estafado. Su muerte fue un robo. La repentina
enfermedad que la consumió en unas pocas semanas me convirtió en un extraño. De
golpe nada tenía sentido. No sabía qué hacer, ni qué pensar, ni adónde ir. Durante
los primeros meses entendí bien hasta qué punto es frágil e incierta la línea
que separa la razón de la locura. Luego me sumergí en el tiempo de la ausencia,
de la ausencia definitiva y eterna. Ya no la veré más, ya no escucharé más su
voz, ya no me consolarán sus manos, ya no podré abrazarla otra vez… ni siquiera
una vez más.
Madrid me
ahogaba. Era una ciudad que me hablaba permanentemente y en todos los rincones
de la mujer que había perdido. Apenas podía transitar las calles y los lugares
que había compartido con Clara. Para seguir viviendo necesitaba distanciarme de
aquella casa que sin ella se había convertido en un desierto, necesitaba
alejarme de los espacios que hicimos nuestros y que ya sólo me hablaban de su
ausencia... No vine aquí, a tu ciudad, con la intención de empezar una nueva
vida. Quería continuar la mía, pero para eso necesitaba la serenidad que me
permitiera aceptar la ausencia de la mujer que amaba.
Cuando me
ocurre algo extraordinario pienso en ella, en cómo hubiera disfrutado, en cómo
se hubiera alegrado, en su manera de sacarle partido a la vida. Me hubiera
gustado tanto que os conocierais…
El miedo me
acompaña estos días como si fuera mi sombra, pero no he perdido la esperanza. Creo
en un mañana mejor. Creo que esto terminará en cualquier momento. Creo, como he
creído siempre, que no hay nada por encima de la razón.
En cuanto
pueda, quizá mañana o pasado mañana, os haré una visita. No se lo digas a José
Manuel, que quiero darle una sorpresa. Cuídate mucho. No trates de disuadirme.
Saldré de casa. No quiero vivir permanentemente encerrado como si tuviera algo
que ocultar, como si asumiera una culpa, como si ya hubiera muerto un poco.
No olvides nunca a tu
amigo que te abraza,
Paco
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