En la
primavera de 2007 tuve la suerte de acompañar a Pepe Melero al Centro Aragonés
de Barcelona para presentar Los libros de
la guerra. Bibliografía comentada de
la Guerra Civil en Aragón (1936-1939). Al llegar a la ciudad, me detuve en
un paso de peatones porque en ese momento Melero, flamante consejero del Real
Zaragoza, atendía en directo una llamada de un programa de una emisora aragonesa.
El destino quiso que una patrulla de los mossos
d’esquadra transitara por la calle dedicada a Joaquín Costa, donde yo había
estacionado el coche justo enfrente de la rampa de entrada a un aparcamiento.
Cuando me hicieron evidentes gestos de desaprobación y ya echaban sus pecadoras
manos a la libreta de poner multas con el mismo ademán del árbitro que calma los
ánimos de los jugadores señalando el bolsillo tarjetero, salí del coche y les
conté que mi amigo era consejero de un gran club que esa semana iba a disputar
un partido en Europa y que no quería entrar al subterráneo para que no se
perdiera la señal del teléfono. Se miraron desconcertados. Seguro que nadie les
había dado una excusa tan peregrina. Prometí que en cuanto el consejero
terminara su entrevista, despejaría el paso de cebra. Los agentes me creyeron y
me dejaron estar. Pasamos un día inolvidable. Estuvimos en casa de Ignacio
Martínez de Pisón quien con esa generosidad que le es tan propia, nos invitó a
comer. Luego paseamos demoradamente por la ciudad y a última hora de la tarde
presentamos el libro en el mismo salón que ha acogido tantos actos importantes
para los aragoneses de Cataluña durante el último siglo de nuestra historia. Al
terminar la presentación un señor de Panticosa se me acercó para participarme
una duda que le tenía intigrado:
–Si es
verdad que su amigo ha leído ciento veintiocho libros para escribir este libro…
¡Buena tendrá la cabeza!
Esta es
una de las anécdotas más divertidas que hemos compartido Pepe y yo. Melero vive
en una gran biblioteca. En su casa mima, protege y ordena más de treinta mil
volúmenes que le han hecho vivir muchas vidas, que le han procurado felicidad,
placer, conocimiento y amistad porque así como suele aceptarse que unos libros
nos llevan a otros libros, a Melero unos libros le llevan a más amigos, de
manera que su biografía es, en buena medida, una bibliografía cuidadosamente
seleccionada.
Escritores y escrituras es el último regalo que solo
alguien tan generoso como Melero podría hacernos. Los coleccionistas disfrutan,
sobre todo, teniendo lo que nadie tiene. Sienten, de esta manera, que los
objetos les hacen distintos, que transitan el territorio de lo exclusivo, lo
limitado y lo inalcanzable para la mayoría de los mortales. Sin embargo,
Melero, sabiendo lo que nadie sabe, decide compartirlo para que seamos más
cultos, para despertar una sonrisa inteligente en sus lectores, para
demostrarnos que la vida está llena de pequeños placeres. Estamos demasiado
acostumbrados a escritores que publican libros, catálogos, artículos y prontuarios
en los que se limitan a resumir aquello que han leído apresuradamente la
víspera. A Pepe Melero le ocurre lo contrario. Ha necesitado más de treinta y
cinco años para componer esta galería de delicadezas, de detalles sutiles, de
anécdotas divertidas que nos demuestran que la vida de los libros, y nuestra
propia vida si nos empeñamos, es maravillosa.
Hace
cuatro décadas Melero comenzó a tejer una red invisible hecha con palabras. En
ella recogería y daría sentido a algunos de los más transcendentales asuntos de
su existencia: Aragón, el Real Zaragoza, la jota, las vidas de escritores, la
esencia de la amistad o el conocimiento del ser humano. Si algo ha descubierto
Melero después de las miles de horas dedicadas a la lectura es que no hay en
nuestra vida nada más importante que las personas que queremos, que no hay nada
que importe más que la felicidad de nuestros amigos, que solo merece la pena
empeñarse en construir una sociedad más justa y que hemos de estar cerca de
quienes lo tienen más difícil para que su existencia sea más llevadera.
Melero
jamás ha pretendido la erudición para ser el más listo de la clase, para quedar
como el más guapo –que lo es– en fiestas y saraos. Tengo la fortuna de pasar
algunos ratos con Melero. Cuando cuenta sus cosas siempre suele decir «como
todos sabéis…», «ya recordaréis que…», «todo el mundo sabe…» y nuestro común
amigo Miguel Mena le dice enseguida: «No, Pepe, no lo sabemos…» «No, es la
primera vez que oímos eso…». Y es que resulta imposible recordar tantos
detalles tiernos, delicados, luminosos, heroicos y miserables como los libros,
esos treinta y cinco mil libros que Melero cuida y protege en su propia casa,
le han proporcionado. Luego, Pepe nos regala libros como Escritores y escrituras con el que nos hace disfrutar de horas de
serena placidez.
Para
terminar, les diré una cosa más. Aquel señor de Panticosa a quien conocí en el
Centro Aragonés de Barcelona tenía razón. Buena tiene la cabeza Melero… y bueno
tiene el corazón.