14 diciembre 2012

El sacapuntas

Ayer mi oficio de predicador en el desierto me llevó hasta la República Independiente de Torrero para participar en la décima edición del ciclo «La otra historia». En esta ocasión hablé de los proyectos educativos de Félix Carrasquer. Ya estuve en 2005 contando el cuento de Ramón Acín («En cualquiera de nosotros un pedazo tuyo») y fuí el presentador de José Luis Melero cuando habló de Los libros de la guerra.
Marisa Fanlo me decía que en Torrero yo jugaba en casa. Y tenía razón. Los amigos nos hacen sentir en cualquier parte como en nuestra casa. Y eso me sucede a mí cuando voy a Torrero.
Lo más bonito de la noche me ocurrió al final. Un señor que estaba sentado en las primeras filas salió de la sala en cuanto terminé. Se marchó a su casa y volvió con un sacapuntas. Me dijo que lo encontró hace años en una casa antigua de Castiello de Jaca. Eugenio Lasarte -así se llama mi nuevo amigo- me lo regaló como recuerdo de una noche de palabras porque el sacapuntas tiene grabada una pajarita, una pajarita de Ramón Acín.
Guardaré este sacapuntas -este tajador como aprendí a nombrarlo en Caspe durante mis primeros días de escuela.
-Qué detalle más bonito, ¿verdad, Pepe? -le dije a Melero cuando caminábamos hacia el lugar donde se levantaba la cárcel de Torrero
-Bonito, bonito... Lo bonito sería que hubiera traído dos: uno para ti y otro para mí...



02 diciembre 2012

El hombre que nunca leía demasiado

En la primavera de 2007 tuve la suerte de acompañar a Pepe Melero al Centro Aragonés de Barcelona para presentar Los libros de la guerra. Bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón (1936-1939). Al llegar a la ciudad, me detuve en un paso de peatones porque en ese momento Melero, flamante consejero del Real Zaragoza, atendía en directo una llamada de un programa de una emisora aragonesa. El destino quiso que una patrulla de los mossos d’esquadra transitara por la calle dedicada a Joaquín Costa, donde yo había estacionado el coche justo enfrente de la rampa de entrada a un aparcamiento. Cuando me hicieron evidentes gestos de desaprobación y ya echaban sus pecadoras manos a la libreta de poner multas con el mismo ademán del árbitro que calma los ánimos de los jugadores señalando el bolsillo tarjetero, salí del coche y les conté que mi amigo era consejero de un gran club que esa semana iba a disputar un partido en Europa y que no quería entrar al subterráneo para que no se perdiera la señal del teléfono. Se miraron desconcertados. Seguro que nadie les había dado una excusa tan peregrina. Prometí que en cuanto el consejero terminara su entrevista, despejaría el paso de cebra. Los agentes me creyeron y me dejaron estar. Pasamos un día inolvidable. Estuvimos en casa de Ignacio Martínez de Pisón quien con esa generosidad que le es tan propia, nos invitó a comer. Luego paseamos demoradamente por la ciudad y a última hora de la tarde presentamos el libro en el mismo salón que ha acogido tantos actos importantes para los aragoneses de Cataluña durante el último siglo de nuestra historia. Al terminar la presentación un señor de Panticosa se me acercó para participarme una duda que le tenía intigrado:

–Si es verdad que su amigo ha leído ciento veintiocho libros para escribir este libro… ¡Buena tendrá la cabeza!

Esta es una de las anécdotas más divertidas que hemos compartido Pepe y yo. Melero vive en una gran biblioteca. En su casa mima, protege y ordena más de treinta mil volúmenes que le han hecho vivir muchas vidas, que le han procurado felicidad, placer, conocimiento y amistad porque así como suele aceptarse que unos libros nos llevan a otros libros, a Melero unos libros le llevan a más amigos, de manera que su biografía es, en buena medida, una bibliografía cuidadosamente seleccionada.
Escritores y escrituras es el último regalo que solo alguien tan generoso como Melero podría hacernos. Los coleccionistas disfrutan, sobre todo, teniendo lo que nadie tiene. Sienten, de esta manera, que los objetos les hacen distintos, que transitan el territorio de lo exclusivo, lo limitado y lo inalcanzable para la mayoría de los mortales. Sin embargo, Melero, sabiendo lo que nadie sabe, decide compartirlo para que seamos más cultos, para despertar una sonrisa inteligente en sus lectores, para demostrarnos que la vida está llena de pequeños placeres. Estamos demasiado acostumbrados a escritores que publican libros, catálogos, artículos y prontuarios en los que se limitan a resumir aquello que han leído apresuradamente la víspera. A Pepe Melero le ocurre lo contrario. Ha necesitado más de treinta y cinco años para componer esta galería de delicadezas, de detalles sutiles, de anécdotas divertidas que nos demuestran que la vida de los libros, y nuestra propia vida si nos empeñamos, es maravillosa.
Hace cuatro décadas Melero comenzó a tejer una red invisible hecha con palabras. En ella recogería y daría sentido a algunos de los más transcendentales asuntos de su existencia: Aragón, el Real Zaragoza, la jota, las vidas de escritores, la esencia de la amistad o el conocimiento del ser humano. Si algo ha descubierto Melero después de las miles de horas dedicadas a la lectura es que no hay en nuestra vida nada más importante que las personas que queremos, que no hay nada que importe más que la felicidad de nuestros amigos, que solo merece la pena empeñarse en construir una sociedad más justa y que hemos de estar cerca de quienes lo tienen más difícil para que su existencia sea más llevadera.
Melero jamás ha pretendido la erudición para ser el más listo de la clase, para quedar como el más guapo –que lo es– en fiestas y saraos. Tengo la fortuna de pasar algunos ratos con Melero. Cuando cuenta sus cosas siempre suele decir «como todos sabéis…», «ya recordaréis que…», «todo el mundo sabe…» y nuestro común amigo Miguel Mena le dice enseguida: «No, Pepe, no lo sabemos…» «No, es la primera vez que oímos eso…». Y es que resulta imposible recordar tantos detalles tiernos, delicados, luminosos, heroicos y miserables como los libros, esos treinta y cinco mil libros que Melero cuida y protege en su propia casa, le han proporcionado. Luego, Pepe nos regala libros como Escritores y escrituras con el que nos hace disfrutar de horas de serena placidez.
Para terminar, les diré una cosa más. Aquel señor de Panticosa a quien conocí en el Centro Aragonés de Barcelona tenía razón. Buena tiene la cabeza Melero… y bueno tiene el corazón.