30 septiembre 2006

VICENTE MARTÍNEZ TEJERO

Vicente Martínez Tejero o la bibliofilia en estado puro
José Luis Melero Rivas
Letras Aragonesas, Nº 3, septiembre de 2006


Aragón ha sido tierra fértil en grandes bibliófilos. Aquí nacieron, entre otros muchos, Benedicto XIII (cuya excelente biblioteca inventarió el profesor Galindo Romeo en 1929), Lastanosa, los marqueses de Ayerbe, Martín y Francisco Zapater (cuyos libros irían con el tiempo a parar a manos de los hermanos A. y J. de San Pío, uno de ellos, Álvaro, catedrático en nuestra Universidad, quienes en 1907 editarían el catálogo de su biblioteca en dos rarísimos volúmenes hoy inencontrables), Francisco Manuel de Moner y Siscar (que reunió en Fonz una extraordinaria biblioteca e imprimió él mismo libros en aquella localidad) y Juan Manuel Sánchez, aquel legendario médico de la Armada a quien debemos, entre otros libros, las ya clásicas Bibliografía zaragozana del siglo XV y Bibliografía aragonesa del siglo XVI y que, según contó Pedro Vindel en sus memorias, fue dueño en su momento de la mejor biblioteca que había en España, que desgraciadamente tuvo que vender en 1920 "por grandes pérdidas sufridas con otras aficiones distintas a las de los li­bros". Juan Manuel Sánchez, que firmó alguno de sus libros no con su verdadero nombre sino sólo como "Un bibliófilo aragonés", utilizó en su ex-libris y en las cubiertas y portadas de aquéllos un lema memorable que se ha hecho ya clásico: "Todo por Aragón y para Aragón". Pues bien, Vicente Martínez Tejero es el más importante bibliófilo aragonés desde los tiempos de Juan Manuel Sánchez (quizá haya en Aragón una o dos bibliotecas similares a la suya pero pertenecen a bibliófilos de corte coleccionista que carecen de proyección social y perfil investigador) y su digno sucesor en el trono de la bibliofilia aragonesa. Le une a nuestro bibliógrafo una misma pasión por Aragón y una misma vocación investigadora que le ha llevado a publicar numerosos libros y artículos en la mejor tradición de los grandes bibliófilos como Gallardo, Rodríguez Moñino, Miquel y Planas (de quien decía Sagarra que tenía "un aire de cura antiguo, de los que se tomaban una copita de ratafía cada domingo y conservaban flores disecadas en el breviario") o Sainz Rodríguez.
Un bibliófilo sólo debe aspirar a tener un cierto reconocimiento social cuando se den en él dos circunstancias o características que lo hacen singular: que sus libros estén a disposición de la sociedad en la que vive y trabaja, y que esos libros le sirvan para investigar y den origen a diferentes publicaciones. Si un bibliófilo reúne un gran número de libros pero nadie tiene acceso a ellos, ¿qué ganan sus conciudadanos con la existencia de esa biblioteca? Y si no lee y estudia esos libros ni publica sobre ellos ¿qué beneficio intelectual obtiene la sociedad por contar entre sus miembros con ese bibliófilo? El bibliófilo que así actuara sería sólo un coleccionista o acaparador de libros, un bibliómano con tintes patológicos, que en poco o nada se diferenciaría de un vulgar coleccionista de vitolas de puros o alfileres de corbata.
Así pues el bibliófilo que aspire a ser útil a su comunidad no puede ser ágrafo ni avaro. Por el contrario, ha de ser generoso con sus libros y debe escribir sobre ellos. Vicente Martínez Tejero posee esas dos cualidades: una generosidad desmedida, que le ha hecho prestar sus libros a cualquier investigador que se los solicitara -yo le digo medio en broma y medio en serio que tampoco es necesario que los deje con tanta alegría y ligereza porque crea malos precedentes, y que sería suficiente con que facilitase su consulta en casa como hace uno-, y una importante vocación intelectual que le ha llevado a publicar numerosos libros y artículos.
La biblioteca de libros aragoneses de Vicente Martínez Tejero es, sin ningún género de dudas, la más importante que existe actualmente en Aragón. Comenzó a comprar libros hace ya cincuenta años, siendo estudiante de Farmacia en Barcelona, y no ha parado de buscar los mejores y más raros ejemplares hasta el día de hoy. En ella se encuentran representados todos los libros aragoneses más importantes de las más variadas materias: de Derecho y de Medicina, de Historia, Filología y Literatura, de Ciencias y Artes, de Farmacia, de Botánica.... Ningún libro ha sido ajeno al interés de Vicente Martínez si era importante para Aragón. Y no ha escatimado esfuerzos en conseguir los libros más exquisitos y singulares, aquellos que por su rareza apenas nadie conoce, los más delicados por sus encuadernaciones o por sus dedicatorias autógrafas, los que proceden de otras bibliotecas importantes por atestiguarlo así sus ex libris o marcas de propiedad, y también los libros de apariencia más humilde, aquellos que quizá no sirvan para vestir los plúteos de las bibliotecas de las casas distinguidas pero que almacenan sabiduría en cada una de sus páginas.
En la biblioteca de Martínez Tejero se encuentran las primeras ediciones de Zurita y de todos los Cronistas de Aragón, de Gracián, de los Argensola, las primeras Crónicas de Aragón, los más importantes libros de Derecho aragonés y las más antiguas recopilaciones de nuestros Fueros, todas las bibliografías y las historias locales, los libros de fiestas, los más raros poemarios de las vanguardias, los libros de Ramón y Cajal y de Odón de Buen, de Jarnés y Sender, de Servet y de Andrés Piquer, de Ángel Samblancat y Miguel de Molinos, de Nipho y Jerónimo Borao, del general Burguete y de Isidoro Villarroya. Así hasta casi el infinito. Su valor científico y cultural es incalculable.
Es muy difícil además que nadie llegue ya a formar una biblioteca de la importancia de la suya. Hoy día los grandes libros apenas salen al mercado y cuando aparecen lo hacen a unos precios tan elevados que imposibilitan en la práctica su adquisición. Vicente Martínez conoció una época en la que todavía se podía comprar a unos precios razonables, en los que la competencia con otros bibliófilos e instituciones públicas y privadas no era tan dura como ahora. Eso le permitió conseguir esos maravillosos libros que son la envidia de todos los que los conocen.
De ahí la importancia extraordinaria de que esa biblioteca permanezca en Aragón. Porque conseguir reunir otra biblioteca unitaria –con Aragón como tema central- de ese alcance y magnitud es, como digo, tarea ya irrealizable. Con grandes esfuerzos (como se está haciendo por ejemplo en las Cortes de Aragón gracias a los desvelos de Guillermo Redondo y al patrocinio de una entidad de ahorro) podríamos encontrar algunos de estos libros, quizá un veinte o un treinta por ciento del total. Pero ¿cómo conseguir esa biblioteca en su plenitud, con la práctica totalidad de los libros aragoneses más importantes? Sería hoy una labor casi imposible, que Martínez Tejero ha podido hacer realidad después de toda una vida dedicada a los libros antiguos.
Parece que Vicente Martínez va a donar esa magnífica biblioteca al pueblo de Aragón, representado en este caso por su Gobierno. Pocas veces un ciudadano hace gala de un gesto tan desprendido y magnánimo. Ese acto de generosidad le honra y todos debemos estarle agradecidos. Extraordinariamente agradecidos, diría yo, pues se trata del mejor tesoro cultural con el que podría soñar cualquier sociedad que se precie. Cincuenta años buscando los mejores libros, pagándolos de su bolsillo, para acabar regalándonoslos a todos. Es ciertamente una actitud tan ejemplar como inusual y la mejor muestra que podría presentarse del ciudadano culto, cultivado, progresista y comprometido con su territorio. Creo por ello que nuestro Gobierno debería valorar extraordinariamente esta donación (pues siempre existe la tentación de no reconocer suficientemente el valor de lo que no se ha obtenido con esfuerzo), homenajear a Vicente Martínez de la mejor de las maneras posibles, otorgarle las más altas distinciones y, sobre todo, cuidar de sus libros con el mayor de los esmeros: es la mejor herencia que van a recibir los aragoneses del mañana.

27 septiembre 2006

Lo primero fue contar

Melero Rivas, José Luis, Los libros de la guerra. Bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón (1936-1949), Zaragoza, Rolde de Estudios Aragoneses, 2006.

Leer es un placer, un vicio secreto y en algunos extremos una perversión. En cualquier caso, leer es una posibilidad que hay que conquistar porque implica un esfuerzo consciente y una inversión considerable de tiempo, de ilusión y de confianza en la promesa que los libros encierran y que no es otra que la remota posibilidad de encontrar en sus páginas secretos que nos harán mejores, más sabios, más felices, o nos ayudarán a soportar la vida y a entendernos mejor. Antes de conquistar la libertad que supone el aprendizaje de la lectura escuchábamos las historias que nos contaban las personas que más nos amaron y que junto a las narraciones nos regalaron la palabra protectora, un refugio seguro contra la soledad y el desamor. Por eso creo que el placer de leer es superado por el placer que despierta en nosotros el acto de generosidad que supone que una persona a quien respetamos, valoramos o queremos nos cuente lo que ha leído, lo que ha vivido, lo que sido. Entonces conocemos las historias desde la mirada de otro, desde la biografía y desde las lecturas previas de quien nos cuenta.
Hace mucho tiempo, José Luis Melero Rivas (Zaragoza, 1956) decidió leer, leer para vivir, “leer trece veces por minuto”. Los libros de la guerra. Bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón (1936-1949) se ha cocido al fuego lento de esta pasión de Melero por la lectura. Varias décadas después de ser lector, José Luis Melero decidió contarnos aquello que había leído. Estoy seguro de que yo no hubiera sido capaz de leer esos 128 libros (ni los miles de libros que es necesario haber leído para entender este centenar y cuarto de obras).
El resultado es un libro cargado de erudición, brillante y ameno que se lee con una sensación de fastidio al comprobar que –irremediablemente- se agota el alfabeto y que con las letras se agotará el repertorio de libros que el autor ha seleccionado.
Sabemos que entre las obras comentadas hay un libro realmente malo “uno de los peores libros que uno ha leído nunca”. En una ocasión, Pepe Melero recuerda el surrelismo de Mariano Sebastián, conocido como Pichorretas, el genial pastelero de Aguarón que se confesaba “autor de lo peor que se ha publicado hasta el día”. Por Los libros de la Guerra sabemos que Albalate del Arzobispo se llamó Albalate del Luchador y también sabemos que si se hubieran aceptado los argumentos de Gimeno Riera cuando afirmaba que “El mar de España debe ser para todos los españoles” ahora Zaragoza tendría una playa en Benicarló o en Los Alfaques. Podemos imaginar la miseria, el romanticismo, el dolor, la crueldad que presidían aquellos días. Melero no cae en la tentación de suavizar algunos terribles episodios: la mutilación y agonía del obispo de Barbastro, el asesinato de Ramón Acín y de Conchita Monrás, el ensañamiento con algunas familias caspolinas, la frialdad de las confesiones (“he matado a 110 personas”). También tenemos noticia del insólito encargo que recibió mosén Jesús Arnal de sacar de Bujaraloz a todas las mujeres que habían llegado con los milicianos, trasladarlas a Sariñena y devolverlas a Barcelona...
La sabiduría de Melero jamás parece pedantería. Nos podría hacer sentir ignorantes, abrumarnos con su conocimiento y su portentosa memoria, con todos los saberes que ha atesorado durante una vida dedicada a la lectura. Pero Melero escribe sin estridencias, sin esperar nada a cambio, sin otra pretensión que contar. Leer a Pepe Melero es como si una noche serena, después de una cena en Villa Albina, tuviéramos el privilegio de escuchar a José Oto cantar una magallonera amoninico. Pepe Melero escribe con la misma humildad que el agua menuda hace barro y fecunda la tierra: sin hacer ruido, sin molestar a nadie, sin innecesarios alardes de erudición. Sin trampa ni cartón.

Víctor Juan

Mañana, jueves, a las 20 h., Víctor Pardo presentará Los libros de la Guerra en el Museo Pedagógico de Aragón.

25 septiembre 2006

Dios es negra



Dios es negra. Hay -o había- una pintada en una plaza de La Almunia de Doña Godina que afirmaba contundentemente que dios es negra. Quizá se trate de una revelación. Ángel Vergara me contaba que cuando los Titiriteros de Binéfar tenían que actuar en La Almunia siempre quedaban en la Plaza de dios es Negra.
Ahora Marisancho Menjón cuelga en su blog una imagen teológica: dios es Inalámbrico También podía dar nombre a una avenida del recinto de la Expo.

24 septiembre 2006

Cruz Barrio

Hay ciudades a las que, como a algunas mujeres, todo les sienta bien. Ayer llovía y Barcelona se mostraba acogedora y amable con los ciudadanos. Paseé por el Puerto Olímpico y luego por las Ramblas y por la Plaza de Cataluña. Siempre imagino la ciudad rojinegra y a los hermanos Carrasquer defendiéndola de los sublevados. Ayer se celebraban las fiestas de La Merced. Había casetas de la feria del libro antiguo. Compré Programa de Física de Julián López Catalán, un maestro que nació en San Martín del Río (Teruel), que ejerció en Zaragoza y después en Barcelona y a quien mis amigos catalanes lo creen tan suyo, y lo quieren tanto, que hasta lo llaman Julià López Catalán. También he leído en alguna ocasión que hacían catalán a Odón de Buen y a Martínez Vargas. No sé si algún día harán lo mismo con Federic Jiménez Losantos o con Lluis Roldán.
En la Plaza de Cataluña me ha ocurrido algo que demuestra que en la infancia de Antón Castro llovían ranas y que los golfiños de Barrañán le acariciaban las piernas cuando se bañaba en aquellas aguas.
- Perdona, ¿puedo hacerte una pregunta?... ¿Tú eres Víctor Juan?
- Sí, pero... no sé de qué podemos conocernos o dónde hemos coincidido...
- Yo entro todos los días en tu página web. Primero entro en la web de Mariano Gistaín, luego en la de Antón Castro, de allí paso a la tuya y termino con la de Mariano Coronas y la de Herminio Lafoz.
Como diría mi madre: si me pinchan, no me encuentran sangre. He tenido un pensamiento explosivo:
- Tú tienes que ser Cruz Barrio, la bibliotecaria del Centro Aragonés de Barcelona.
- Sí. Soy Cruz.
[Mi encuentro con Cruz Barrio ha sido muy emocionante. Aún me pregunto cómo me ha conocido. Tampoco sé cómo se me ha ocurrido mientras hablábamos que ella podría ser Cruz Barrio, la legendaria bibliotecaria de Centro Aragonés en Barcelona].
Iremos al Centro Aragonés de Barcelona. Dentro de unas semanas presentaremos allí Los libros de la guerra (la tercera o cuarta edición).

20 septiembre 2006

El ateneo

Ayer estuve en Madrid. Es la primera vez que no dudé en cada rotonda o en cada paso subterráneo. Soy de esos tipos que cada vez que existe una mínima posibilidad se equivocan. Pero ayer no me perdí. Creo que todo es un problema de autoestima, de confianza en uno mismo. Dejé el coche donde había previsto dejarlo y abandoné la Corte sobrepasadas las 22 h. Ni siquiera que vi atrapado en un atasco o me engulló una tuneladora municipal. Comí en la Plaza de Santa Ana, junto al Teatro Español donde Antonio Machado hizo pequeños cameos. Como los lugares están asociados a canciones yo temía que se me "acercara una petarda faltona diciendo que es amiga de Pachito Varona". Entré en algunas librerías de viejo y tuve un par de primeras ediciones de Pedro Saputo en las manos, pero no quise comprarlas. También estuve sentado en un banco la Plaza de Las Cortes. Tiene razón Labordeta: es imposible distinguir a los diputados de sus guardaespaldas. Se ha impuesto definitivamente el horterismo. Además, en determinados círculos, en Madrid no eres nadie sin chofer. Me habían invitado a dar una charla en el salón de actos del Ateneo. Antes paseé bajo la mirada indiferente de algunos los más notables ateneistas de Madrid: Emilia Pardo Bazán, Joaquín Costa, el Conde de Romanones, Luis Buñuel, Juan Ramón Jiménez...

16 septiembre 2006




Todo empezó cuando el 25 de noviembre de 2004 escribí en la web esta nota. Pepe Melero me llamó emocionado y decidimos hacer la caja de música de Ramón Acín.

La cajita de música
Hace unos meses, cuando preparé un rincón de esta e-casa para reunir algunos materiales sobre Ramón Acín escribí:
"Me emociono cada vez que José Manuel Ontañón cierra los ojos y entona el Lied que sonaba en la cajita de música que Ramón Acín tenía en su estudio. Era una jaula en cuyo interior revoloteaba un pajarillo acompañando la melodía. Esta cajita de música y el esqueleto encandilaban a los hermanos Ontañón cuando acudían con su madre, mi María Sánchez Arbós, a casa de los Acín, a jugar con Sol y Katia".
José Manuel Ontañón me envió la partitura que encabeza esta página, y el título del Lied que sonaba en la cajita de música de Ramón Acín. Por eso ahora podemos escuchar esa melodía. La misma melodía que escuchada Ramón Acín.

15 septiembre 2006

Los libros de la guerra

En la peor de las contiendas también hay detalles de generosidad [Mariano García entrevista en Heraldo de Aragón a José Luis Melero]
Martes, 19 de septiembre: presentación de Los libros de la guerra
"esta ansia por la salida al mar lo explica José Luis Melero en su formidable western transversal Los libros de la guerra. Bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón (Rolde), una antología de espantos, un destilado de erudiciones infinitas" [Mariano Gistaín]

14 septiembre 2006

Un buen día

Por un momento he creído que hoy sería mi gran día. Cuando escribo son las cinco menos diez de la tarde. Si fuera torero me estaría ajustando la taleguilla, colocándome la montera y el paquete en la posición correcta después de sentirme aliviado tras haber echado la meadilla del miedo. Pero ni siquiera me gustan los toros. A pesar de eso son igualmente las cinco menos diez de la tarde.
Mi gran día ha empezado pronto. Como siempre, me he despertado a las 6:30. Cuando estaba completamente enjabonado ha comenzado a sonar el despertador de la qtek. He pensado que estaría encima de la mesilla y he salido de la ducha chorreando agua y jabón para desactivarla y evitar que se despertara toda la familia y, sobre todo, para impedir que me tiraran la qtek por la ventana. No la he encontrado, he vuelto al baño y allí estaba, debajo de la toalla.
Al bajar por las escaleras he oído un agudo pitido ¿qué será eso? ¡la alarma!!! ...he llegado por los pelos para desactivarla. Con el corazón en la garganta me he preparado el primer café.
He roto una taza, me he cortado al afeitarme, y al ir hacia el coche he pisado una plasta de perro, de uno de mis queridos perros. Entonces he sabido que hoy sería definitivamente un buen día.
Como iba en la reserva, en la primera gasolinera de la autovía he puesto gasóleo. El día apuntaba maneras. No me apetecía quedarme tirado en la carretera. He debido elegir el surtidor que utilizan los camiones y la manguera no cabía en el agujero del depósito del coche. El tamaño, ya se sabe. Me ha costado casi 10 minutos meter 50 euretes de combustible.
Al llegar a Huesca no he encontrado sitio hasta la tercera vuelta a la manzana. Cuando he querido echar un euro en la máquina me dice que me dirija al parquímetro más próximo que ese está fuera de servicio. Una mierda. Aunque no diluviara no iría a buscar otra máquina. Que me detenga la guardia civil, pero no estoy obligado a tanto. Cuando he terminado de atender las múltiples dudas, consultas y reclamaciones de los estudiantes me he encontrado una multa en el limpiaparabrisas. "Estacionar sin ticket en la calle Balentín Carderera". La ortografía me exime de pagar la sanción. Cualquier juez -hasta el juez que ha paralizado las obras de La Romareda- me daría la razón.
En la plaza del Mercado he comprado flores para mi hija. Tiene 11 años. Que me mire es un regalo. Pronto, dentro de treinta o cuarenta años, empezará a ir con chicos. El día que algún gilipollas le regale flores se me partirá el alma.
He llegado casi tarde a recoger a los hijos. He preparado la comida, no funciona el correo electrónico, no avanzo en la media docena de proyectos que tengo entre manos... En fin, aún queda día, pero no sé si este será mi gran día.

13 septiembre 2006

Un fumador que no gasta tabaco

Dejé de fumar en el peor momento: dos días antes de defender la tesis doctoral. De nada me sirvieron los consejos de mi familia ni los avisos de mis pulmones: dejé de fumar cuando me llegó la hora de hacerlo. Ahora se cumplen diez años desde que no gasto tabaco. Dejé de fumar humildemente, sin saber cuanto tiempo sería capaz de aguantar sin encender un cigarrillo, un cigarro o una de aquellas maravillosas pipas. Sí, yo le daba a todo. Durante los primeros meses viví con la certeza de que nunca volvería a ser feliz. Por esas fechas yo iba un par de veces por semana a la cárcel. Allí, ya se sabe, no se puede hacer casi nada, pero se fumaba generosamente. La gente fumaba como corachas. Una mañana me ofrecieron un truja y lo rechacé:
- Hace tiempo que no fumo -le dije-. A veces sueño que fumo y cuando me despierto me siento culpable por haberlo hecho.
- Yo también sueño a veces que hago cosas que hace tiempo que no hago, pero cuando me despierto no me arrepiento nada.
Al leer el artículo de Jesús Marchamalo que recomienda Magda Díaz Morales en su inabarcable página he recordado que soy un fumador que hace 10 años que no gasta tabaco.
Me equivoqué: he sido sido feliz sin tabaco. He sido feliz casi siempre de manera inesperada. He sido feliz cuando no tocaba serlo. Me han ocurrido cosas que no hubiera imaginado.
Llueve fuera mientras escribo.
No necesito nada más.

kilometoinómano

- Ave María Purísima
- Sin pecado concebida
- Padre, me acuso de ser adicto al gasóleo. El 12 de abril me dieron la furgoneta y ya le he hecho 20.000 kilómetros.
- Eres un pervertido. Vete y no pienses más

11 septiembre 2006

Déjame otra vez en casa de la yaya

Hace cinco años llevé a Guillermo por primera vez a la escuela. Bueno, venía todos los días a buscar a su hermana Blanca en aquel mismo patio de recreo. Además me había visto hablar muchas veces con María Luisa, la maestra que sería su maestra durante toda la Educación Infantil. Quizá por eso, porque se sabía en territorio conocido, miraba con cierta distancia todo el drama que se representaba a su alrededor: niños que lloraban (madres que lloraban), rabietas, niños que entran en la escuela en volandas, prófugos... Sólo me pidió no ponerse en la fila. Lo encontré razonable. Detesto las filas y la sirenas de las escuelas. Una periodista recogía testimonios para el mismo reportaje de cada septiembre:
- ¿Tenía usted ganas de que empezara la escuela?
- No. Ninguna gana.
- Es usted muy raro.
- Sí, es lo más suave que me dicen quienes no me conocerán nunca.
Cuando llegó la hora, Guillermo me dio un beso y se colocó el último de la fila. Cada hilera de niños seguía a su maestra. La impronta de las gaviotas, de los patos o de los cisnes. Si esto no funciona, si alguno de aquellos niños cosido a una pegatina de colores en la que puede leerse los datos que le identifican no sigue a su maestra, es posible que estemos asistiendo a la forja de un psicópata o de un asesino en serie o de un escritor. Para mi tranquilidad, Guillermo siguió a su maestra. Apenas miró atrás. Ya sabía que cuando toca, toca y no tiene ningún sentido mirar atrás.
Repetimos este ceremonial durante unos 10 días. El chaval ni se quejaba ni mostraba grandes entusiasmos por los nuevos amiguitos, por los juguetes, por lo bien que se lo pasaba en el recreo ni por las cosas que aprendía. Al final de la segunda semana me dijo:
- Ya he venido mucho a la escuela, papa. Mañana déjame otra vez en casa de la yaya.
No pudo ser.
Hoy empieza otra vez la escuela. Blanca, su último año de primaria, su último año de puré de verduras, de estofados y de patatas a la riojana. Guillermo empieza tercero. Dice que lo pasa bien en la escuela, pero él y yo sabemos que se quedaría sin dudarlo con su abuela. Menos mal.

08 septiembre 2006

José Luis Melero Rivas

Quienes lean fascinados Los libros de la Guerra o vean a Pepe Melero en carne mortal en el palco de La Romareda, o se presenten al certamen oficial de jotas de las fiestas del Pilar y descubran que él es uno de los más rigurosos y exigentes miembros del jurado se harán, seguro, una idea equivocada de lo ha sido ser Pepe Melero. En realidad, nunca ha sido fácil ser Pepe Melero. Para que Pepe Melero haya podido ser Pepe Melero han sido necesarios los treinta y un años de asistencia ininterrumpida al certamen oficial de jotas de Zaragoza mientras sus amigos le decían que si estaba mal de la cabeza y él tenía que reunir toda la paciencia del mundo para aguantar bromas, chanzas y chascarrillos. También han pasado más de treinta años desde que decidió recoger en la que más tarde sería su inmensa y legendaria biblioteca junto a sólidos volúmenes, a la primeras ediciones y a los saputos, los libros humildes, folletos de media docena de páginas sólo porque hablaban de Aragón o los había escrito un aragonés. Quiso recoger del arroyo las obras de autores de segunda o cuarta fila, autores oscuros y malditos que recobran vida en los textos y en las palabras de Pepe. Estoy convencido de que antes de casarse le ocultó estas cosas a Yolanda. Luego, ha metido algunos libros a hurtadillas en casa, temiendo cada vez que aquella fuera la gota que colmara el vaso y terminaran internándole en un frenopático.
Y hoy tampoco es fácil ser Pepe Melero: un hombre bueno que sólo siembra concordia, una de las personas más cultas e inteligentes que conozco. Ustedes coincidirán conmigo en que hay que ser muy lúcido para repetir, como suele repetir él, que estamos aquí para ser felices. Y eso hace Pepe Melero: un ejercicio permanente de felicidad mientras lee, mientras escribe, mientras curiosea por los puestos del rastro, mientras se adentra en el interior de las librerías de viejo, mientras está con sus amigos y, sobre todo, mientras pasea con Yolanda y juntos contemplan como Iguácel y Jorge crecen amando Aragón, su mayor deseo
Yo ya no me atrevo a poner aquí la jota del cura que vendió la yegua...

07 septiembre 2006

Libros Contados (Ismael Grasa)


En estos días se pone a la venta el libro de José Luis Melero Los libros de la guerra. Bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón (1936-1949) (Rolde). Un bosquejo de este libro estaba en la conferencia que Melero leyó en Huesca, invitado por José Domingo Dueñas, y que después apareció publicada en Literatura, cine y guerra civil (IEA, 2004). Una parte considerable del libro está dedicada a ediciones, episodios o autores oscenses: Felipe Alaiz con su Vida y muerte de Ramón Acín, o los títulos variados de Cirilo Martín Retortillo, entre otros muchos. Melero va dando a conocer todo este fondo bibliográfico, extrayendo citas o comentarios que hacen que el volumen, con estructura de catálogo, se convierta en un libro de lectura. La erudición de José Luis Melero es sorprendente, con un estilo en el que cada línea ofrece datos e informaciones variadas, a la vez que no abandona su punto de vista irónico y, pese a lo terrible de la materia, ameno. Melero es autor también de Leer para contarlo (BARC, 2003). Antes de que publicase, hace tres años, ese primer libro en solitario, cuando había que escribir sobre José Luis Melero se le acompañaba de la palabra "bibliófilo". Como experto en autores raros, en jotas, o cualquiera de las otras materias de las que es conocedor, aparecía nombrado en los artículos de prensa y antologías como "el bibliófilo José Luis Melero". Ahora, de un modo natural, es también escritor. Ser amigo suyo y de Yolanda es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida. La pasión de José Luis Melero por los libros no ha dejado de dar silenciosamente frutos a su alrededor. Ha sido soporte y fuente de otros muchos buenos libros, como el Enterrar a los muertos (Seix Barral, 2005), de Ignacio Martínez de Pisón.
Creo que me parezco poco a José Luis Melero. Él tiene una memoria admirable, mientras que yo apenas consigo, a final de curso, haberme aprendido el nombre de mis alumnos. Él es un hombre preciso, aficionado a los datos, capaz de decir siempre los cargos que han ocupado las personas (ex ministro, consejero, cónsul, secretario de notarías.), mientras que yo soy despistado y tiendo a ir un poco a bulto. Él tiene una biblioteca ordenada, ya legendaria, mientras que yo amontono libros de un modo más bien desperdigado y casual. Aunque quiero pensar que en el fondo coincidimos en algunas cosas importantes, además de en unos cuantos amigos. Melero es todo un ciudadano. Desde que dejé la casa de mis padres he vivido en más de una docena de pisos, la mayor parte compartidos. Supongo que esto ha contribuido a que entre mis primeros propósitos no estuviese el crear una biblioteca. Por otra parte, quizá por mi propensión a la melancolía, me he mantenido al margen de, por así decirlo, campos de especialización. Esta prevención a ser especialista de algo hizo que acabase la carrera universitaria a contrapelo. Pero puedo decir que me gusta la vida, que no dejo de obtener placer de los libros y que no renuncio a aprender.
Ismael Grasa, Heraldo de Aragón, 5/9/2006

06 septiembre 2006

De Luis Alegre

Adiós a mi forofo favorito de Luis Alegre en el blog de Antón Castro

05 septiembre 2006

Un caballo blanco

Madre... no me riñas,
que ya nunca vuelvo a ser malo...
No me riñas, madre...
que ya no vuelvo a llenarme de barro.
Madre... no me riñas,
que ya no vuelvo a manchar mi vestido blanco.
Madre...
cógeme en tus brazos...
acaríciame,
ponme en tu regazo...
Anda... Madre mía,
que ya nunca vuelvo a ser malo.
Así...
Y arrúllame y cántame... y bésame...
duérmeme... apriétame en tu pecho
con la dulce caricia de tus manos...
anda... madre mía
que ya no vuelvo a llenarme de barro.
Madre...
¿verdad que si ya no soy malo
me vas a comprar
un caballo blanco
y muy grande,
como el de Santiago,
y con alas de pluma,
un caballo que corra y que vuele
y me lleve muy lejos... muy alto... muy alto...
donde nunca pueda
mancharme de barro
mi vestido nuevo,
mi vestido blanco?...
¡Oh, sí madre mía...
cómprame un caballo
grande
como el de Santiago
y con alas de pluma...
un caballo blanco
que corra y que vuele
y me lleve muy lejos... muy alto... muy alto...
que yo no quiero otra vez en la tierra
volver a mancharme de barro!
León Felipe

sí...
voy a comprarme un caballo

01 septiembre 2006

Un suspiro

Ha vuelto mg. No se han cumplido los pronósticos de Javier Torres y Mariano Gistaín ha llegado antes de la ofrenda, justo cuando los feriantes y el ayuntamiento están a punto de ponerse de acuerdo sobre el sitio donde montarán este año los coches chocantes, las tómbolas y los puestos de algodón de azúcar y de manzanas cubiertas de caramelo rojo que le devuelven a Félix Romeo los sabores las ferias de su infancia.
Ha vuelto mg unos días antes de que se presente Los libros de la guerra de Pepe Melero.

* * *
Veinte años no es nada. Este curso se cumplen dos décadas desde que empecé a dar clase. Veinte años estrenando septiembres al otro lado del pupitre. Un suspiro.