Cuanto más pasa el tiempo, con más frecuencia me acuerdo de mi abuela, de sus consejos, de su manera prudente de entender la vida y de las palabras que me regaló para nombrar el mundo. Recuerdo cómo me miraba. Su único plan para mí consistía en que yo fuera, por encima de cualquier otra cosa, una buena persona.
Para todas las abuelas sus nietos son los más guapos, los más listos y los más buenos. Mi abuela y yo no éramos una excepción a esta regla general.
Un día, siendo muy pequeño, jugaba en nuestra casa de Caspe con Abelardo, Abelardito, un chico que vivía, como yo, en Zaragoza y que volvía al pueblo para pasar las vacaciones de verano. En casa habían obrado y en el rellano de la escalera alguien había dejado algunos materiales de la obra. Abelardo y yo discutimos y yo le lancé un trozo de ladrillo, con tan mala fortuna que le acerté en la cabeza. Abelardo empezó a sangrar y se fue a su casa llorando. Yo me quedé realmente angustiado por lo que acababa de hacerle, sin querer del todo, a mi amigo. También yo lloraba cuando le conté a mi abuela lo que había pasado.
Enseguida llamaron a la puerta. Abelardito volvía acompañado de su abuela.
-Mire lo que acaba de hacerle su nieto al mío -dijo aquella sofocada señora.
-Ya me lo ha contado Víctor. Y está muy mal lo que ha hecho, claro. Pero una cosa voy a decirle: si su nieto hubiera estado en su casa, no le hubiera pasado nada, que mi nieto en su casa estaba.
19 octubre 2014
16 mayo 2014
Elías Moro y "Manga por hombro"
Elías Moro
Elías Moro es del Rayo Vallecano. Esta
circunstancia ya basta para explicar su vida. Ser del Rayo quiere decir que ha
aprendido a sufrir cada domingo, a compartir las penas y, al mismo tiempo,
podemos estar seguros de que también es experto en alargar los gozos cuando la
felicidad, de tarde en tarde, se codea con la afición del equipo de Vallecas. Ser
del Rayo Vallecano indica que Elías no es un oportunista de esos que tanto
abundan, que se apuntan a las victorias, que salen en procesión tras los
poderosos. Alguien del Rayo Vallecano nunca se conducirá como aquel personaje
de la historieta de Miguel Gila que al salir del cine vio que le estaban
pegando cuatro tipos como cuatro armarios a un pequeñajo. «¿Qué hago? –le dijo
a su mujer–, me meto, no me meto… Al final me metí y le pegamos una buena paliza
entre los cinco…». Elías fue un niño que prefería la camiseta del Rayo –de mi
rayito, suele escribir– a cualquier camiseta de cualquier equipo de los que
acostumbran a ganar ligas y copas. Y esta circunstancia le hace ser dos veces
grande. Es grande, ya lo veis, por su tamaño –mide más de seis pies de alto, como los pistoleros de las
novelas de Marcial Lafuente Estefanía que Elías y yo devorábamos en nuestra
infancia–. Esta altura no le convirtió en cawboy, pero le llevó a jugar a
baloncesto. Además de por los seis pies que mide, Elías también es grande por
ser, en estos tiempos que corren, un hincha del Rayo Vallecano.
Elias Moro es un tanguista. No
dejéis de ver la fotografía que ha colgado en su exitoso blog «El juego de la
taba». Os encandilará su manera de lucir bigotito porteño, la caída de su sombrero,
la mirada desafiante y entenderéis por qué le abraza como le abraza la mina con
la que baila.
En la vida de Elías Moro hay
cuatro mujeres: Lali, su esposa, sus dos hijas, Sara y Alba y, Noa, una nieta
de unos meses con quien Elías pasea por Mérida.
–No te puedes imaginar –me
confesaba la otra tarde– cuánto se liga con una nieta. Hoy por la mañana se me
han acercado diez o doce señoras, todas estupendas, a preguntarme por la cría–.
Elías Moro es el amigo que todos
querríamos tener. Detallista, atento y generoso. Nos envía sus libros. Está
pendiente de las cosas que nos hacen felices. Lo mismo se preocupa por los
resultados de nuestro equipo de fútbol que por cómo nos ha ido en las presentaciones
de nuestros libros. Elías es el más fiel seguidor de la tertulia «Somos» del
programa «A vivir Aragón» de Radio Zaragoza que conduce nuestro queridísimo
Miguel Mena, en la que participamos Pepe Melero, Antón Castro y yo. Cada vez
que puede bebe cerveza Ámbar o disfruta de un vino de cualquiera de nuestras
denominaciones de origen. Y todo lo celebra como una fiesta. Por eso decimos
que Elías Moro es un extremaño. Vive en Mérida, pero cultiva y cuida su
universo aragonés del que forman parte escritores como Fernando Sanmartín, José
Luis Melero, Antón Castro, Cristina Grande, Julio José Ordovás, José Antonio
Labordeta –a quienes nombra en este libro– y otros muchos a quienes tiene
presentes en otros textos.
Elías Moro es un antiguo. Como
yo mismo, como todos sus amigos de la cosecha del cincuenta y nueve, a los que
tiene reunidos en un rincón de su blog. Fue niño ayer mismo, pero el mundo ha
cambiado tan velozmente que nos cuesta reconocernos porque apenas queda nada de
aquella infancia que Elías cuenta en sus libros.
Cuando recrea su infancia nos
cuenta un mundo que ya no existe: la barbería, los cines, la caja de reclutas… radiocasetes
de Karina o Juanito Valderrama en las gasolineras, el colchonero, el afilador, el
hombre del hielo…
Elías Moro es un escritor
memorioso. Bebe en las fuentes de la memoria. Se acuerda perpetuamente de las
cosas. Y las escribe en sus me acuerdo.
Las escribe para que la memoria se deposite en la escritura.
A Elías Moro le gustaría viajar
en calesa, en simón o en diligencia para conversar durante el viaje con el
vecino de enfrente, para hacerle requiebros a la chica de al lado y,
finalmente, para ser atacado por los indios, por los hombres del Cardenal
Richelieu o por una partida de clásicos salteadores de caminos. Y uno tiene la
seguridad de que viajando con Elías Moro estaría sufriendo todo el camino al
pensar que el viaje se iba acortando y que con el viaje se terminarían las
historias, los poemas y las palabras porque con Elías uno estaría horas y horas
charrando, cogiendo un capazo tras otro. Elías todo lo cuenta. Todo lo mira de
otra manera: los charcos, los árboles, la mantis religiosa, una mañana de
domingo, la salamanquesa, las nueces y las castañas, las espinacas o el fuego…
Elías Moro resumió su vida en
cincuenta palabras para la revista de pensamiento y cultura El Ciervo:
«La teta materna. Mis hermanos. Escarcha y
bochorno. Arroz y sandía. Operación pulmonar. Baloncesto. Amor y amistad. Literatura.
Viajes. Mérida. Lali, Sara y Alba. Los Marx, Woody Allen, El Padrino. Lisboa.
Vidal. Copla, fado y tango. Música y poesía. La muerte. Un beso inolvidable. Y
su mirada marrón. Stop».
Manga por hombro
Manga por hombro es una de las frases de mi
vida. La otra es, sin duda, «súbete los pantalones que te pareces a Casiano»,
pero esto lo contaré otro día. Me parece estar escuchando a mi abuela: «Todo lo
tienes, maño, manga por hombro». Daba igual que utilizara esta expresión para
describir mi habitación, el estado de los aparejos de pescar o el orden que
reinaba en mi cartera escolar. Mi vida también la vivo manga por hombro.
Los textos reunidos en Manga por hombro fueron entradas de «El
juego de la taba», un blog que tiene centenares de visitas cada día. A mi
página y a la de Melero la mayor parte de los visitantes llegan desde el blog
de Elías. Estos textos de Elías tienen la frescura que se espera de los textos
escritos con la inmediatez de una impresión, de un sentimiento o de una visión
fugaz y, si embargo, tienen también una extraña profundidad. Al ser hijos de un
blog, podría pensarse que nos esperarían textos ligeros, a medio cocer, pero
esto no sucede nunca con la escritura de Elías, quien parece vivir el tiempo
lento y nos muestra con palabras la mirada demorada sobre las cosas.
Manga por hombro es el libro de un lector impenitente. Sus páginas están llenas de
referencias literarias. Manga por hombro
es el libro de un lector que lee en cualquier lugar, en cuanto se le presenta
una pequeña oportunidad: en el coche, en casa, incluso en la consulta del ginecólogo
extraña los libros. Siempre lleva un libro consigo como los fumadores llevan
tabaco y chisquero. Siempre tiene libros cerca porque es un hedonista. Los
libros le procuran, fundamentalmente, placer. Los libros le han permitido ser faraón
en Egipto, escudero de Aquiles en la guerra de Troya, gladiador en Roma,
arquero en las Cruzadas, pícaro en Flandes o samurái en Japón. Por los libros
ha bajado al centro de la Tierra, ha subido a la
Luna
o ha navegado por el Amazonas. Elías lee porque sabe que de la lectura nace la
escritura. También escribe a cualquier hora y en cualquier momento, escribe en
un cuaderno que le acompaña allí donde va. Escribe sudando la gota gorda, a
pico y pala… He disfrutado particularmente con un texto dedicado a las lecturas
que hicieron de Elías el ser humano que es hoy y también el escritor que es, un
capítulo titulado «Desenfunda, forastero (elogio de la lectura)», que les
recomiendo.
Hay en Manga por hombro mucho humor, la mejor arma para combatir la
sinrazón a la que hemos de enfrentarnos diariamente. En algunos capítulos es
imposible contener la risa –como en Carta a los reyes magos o en José María–.
Me suele ocurrir que cuando conozco a los autores, leo sus obras con su propia
voz. Eso me pasa con los libros de Elías. Y me siento privilegiado por eso.
Ya para terminar voy a hacerles
una confesión. Hay algo que condeno enérgicamente en este maravilloso Manga por hombro. Una mancha en un
inmaculado expediente, un detalle que, por otra parte, humaniza al autor. Cuando
Elías entró en quintas y fue a la caja de reclutas para que le tallaran, le
examinaran la dentadura como se les mira los dientes a los animales en las
ferias de ganado, le auscultaran los pulmones y el corazón y, finalmente, para
que le tocaran los huevos, decidió cumplir con la patria como voluntario en
Aviación porque así se libraba de destinos no deseados. El peor de todos ellos,
peor que servir a España en los Regulares de Melilla era la tortura de los Cazadores
de Jaca. (Hostias qué frío –dice el insensato escritor–). A un seguidor del
Rayo Vallecano no le afecta el frío, a un señor del Pozo del Tío Raimundo no le
afecta el frío ni el calor. Y el frío del Pirineo, querido Elías, es el precio
del paraíso.
Pero en fin, hasta esta leve
mancha en tu expediente te perdonamos porque tú todo lo tienes perdonado por
ser tan buen tipo como eres y por escribir como escribes.
Librería Antígona, Zaragoza, 15 de mayo de 2014
02 mayo 2014
Víctor Juan: el último de los amigos de Pepe Melero
Soy el último de los amigos de Pepe Melero, pero si en lugar de ser el raro de Garrapinillos como Silverio Lanza lo fue de Getafe, yo hubiera jugado el fútbol llegando a ser conocido como el León de Garrapinillos porque hubiera sido el máximo goleador de la liga y hubiera rechazado una oferta millonaria del Real Madrid para continuar defendiendo los colores del Real Zaragoza, mi equipo de siempre, entonces Melero me subiría en el escalafón de sus amigos y me pediría las botas con las que marqué el gol de la niebla o la camiseta que llevaba puesta cuando Andrés Magallón, sirviéndose de una jeringuilla para caballos percherones, me inyectó en la banda de La Romareda un preparado milagroso que me permitió volver al campo después de la entrada traicionera y criminal de Luis Aragonés. Si yo fuera el León de Garrapinillos seguro que también me rogaría que le regalara firmados los calzoncillos con los que debuté en primera división, aunque luego no se atrevería a enmarcarlos para exponerlos en su casa junto a la fotografía de Ava Gardner en el coso de La Misericordia, sino que los guardaría en el trastero sin decirle ni media palabra a Yolanda.
También
es cierto que si cantara jotas ocuparía un lugar privilegiado entre los amigos
de Melero, siempre que fueran antiguas cantas de esas que se entonaban en las
despedidas o cuando el corazón rebosaba de alegría, cantas auténticas, sin
adherencias. No digo yo que tuviera que cantar como José Oto, el Royo del Rabal,
Vicente Olivares o como Ánchel Pablo, la joven promesa de la jota aragonesa. Ni
siquiera sería necesario que hubiera ganado cinco mundiales de jota o que me
hubiera presentado al premio extraordinario con una jota dedicada a José
Antonio Labordeta. Me bastaría con saber interpretar dignamente una fiera o una
fematera. Pero nada de eso es probable que ocurra.
Y si un
día yo escribiera un texto, aunque fuera un texto muy breve, y se pareciera de
lejos y en la distancia, a los textos que nos regalan permanentemente Fernando
Sanmartín, Antón Castro o Miguel Mena, Melero me consideraría entre la nómina
de escritores aragoneses que despiertan su emoción cuando los lee y yo saldría
de la postergación en la que me encuentro entre sus amistades. Yo sé que
tampoco es fácil que esto ocurra.
Lo
mejor será aceptar que soy el último de los amigos de Pepe Melero. Me parece
bien que así sea. A veces le digo a Miguel Mena que iré a su programa de Radio Zaragoza como un hombre
sin más. Él me contesta que mientras no vaya como un árbol caído o como un
pájaro herido todo le parece bien. A mí ya me va bien siendo el último de los
amigos de Pepe Melero porque a veces ser el último es una manera de ser el
primero.
19 abril 2014
Sopa con cofia
Desde que recibí estas fotografías no dejo de preguntarme por los efectos secundarios que deja en el corazón, en el cerebro y en la conciencia de un estudiante universitario que cada día le sirvan la sopa en el comedor del colegio mayor unas señoritas tocadas con cofia y con un delantal inmaculado.
Me preocupa mucho que entre estas escenas congeladas para siempre en estas fotografías y nosotros hayan pasado poco más de cuarenta años. Estaría más tranquilo, desde luego, si pudiera decir que hace cuatrocientos años en España estudiaban unos pocos privilegiados a quienes incluso les servían la sopa boba unas camareras ataviadas para la ocasión. Sé que esta es la España que muchos añoran cuando hablan de educación. Echan en falta lo bien que estaban cuando a la universidad solo accedían tres de cada cien niños que empezaban la escuela primaria. Cómo no echar de menos aquellos tiempos de sopa con cofia...
Hoy mi hija come y cena entre esas mismas cuatro paredes y con ella muchas jóvenes procedentes de todos los lugares del Estado. No les sirve nadie. Tienen, lo sé, la mirada limpia. Saben que estudiar, aprender, pensar y reflexionar es un privilegio que han de aprovechar para devolver a la sociedad todo lo que entre todos les hemos dado.
Estos jóvenes de ahora son infinitamente mejores que los de entonces. Y el país de ahora -con todos sus problemas y a pesar de los pesares- es mucho mejor que aquel, aunque a algunos les moleste reconocerlo.
10 abril 2014
Victoria Martínez entrevista a Víctor Juan en «Aragoneses» de ZTV
Victoria Martínez entrevistó el 2 de abril a Víctor Juan en el programa «Aragoneses» de ZTV. Durante media hora, Víctor y Victoria conversaron sobre educación, sobre los ocho años de andadura del Museo Pedagógico de Aragón, sobre Rolde de Estudios Aragoneses y sobre "Rolde. Revista de Cultura Aragonesa". Finalmente, se ocuparon de Vademécum, el último libro de Víctor Juan publicado por la Editorial Olifante.
La entrevista puede verse aquí
La entrevista puede verse aquí
23 marzo 2014
Víctor Jara y el capitán Marlow
Blanca estuvo en la presentación de Notas sobre Zaragoza del capitán Marlow de Fernando Sanmartín. De vuelta a Salamanca les contó a sus amigos del colegio mayor que Fernando Sanmartín había escrito un libro maravilloso sobre la ciudad, que nos devolvía una Zaragoza hermoseada y que lo había hecho tallando cada palabra como se talla un diamante.
Una
noche, después de la cena, un estudiante la invitó a dar un paseo. Contemplaron
iluminado el Jardín de Calixto y Melibea, pero la sorpresa que le tenía
reservada no estaba en aquellos jardines, sino en el escaparate de la librería
Víctor Jara donde por la mañana él había visto, expuesto bajo palio, un ejemplar de Notas de Zaragoza
del capitán Marlow de Fernando Sanmartín.
Blanca
me mando estas fotos a medianoche, yo le escribí a Fernando de buena mañana y
ahora lo cuento aquí para que nadie lo sepa.
08 marzo 2014
El general Sanmartín [Presentación de "Notas sobre Zaragoza del capitán Marlow"]
Una de las promesas que más firmemente hubiera querido cumplir era, precisamente, la de no presentar jamás, bajo ningún concepto, un libro con Pepe Melero. Y aquí me tienen, interviniendo en una presentación en el peor escenario posible: justo después de que Pepe haya estado, como siempre, brillante, tierno, original, divertido y certero. Pero no me importa. A Fernando Sanmartín siempre le diré que sí. Cuando me invitó a participar en la presentación de sus Notas sobre Zaragoza del capitán Marlow me hizo muy feliz. Yo hubiera aceptado aunque hubiera tenido que presentar el libro en compañía de Mejuto González o del mismísimo Belcebú, aunque ahora vivo este momento con una gran tensión. No me gustaría que, tal y como confiesa en sus Notas sobre Zaragoza del capitán Marlow, Fernando estuviera deseando no haber venido a la presentación de su propio libro porque mis palabras le aburrieran o me extendiera demasiado en detalles innecesarios o me dirigiera a ustedes con palabras propias de una rechifla.
Seguro que se preguntan, como yo mismo, qué piensan los poetas cuando van
en bicicleta. Esta es la duda que me consume cuando veo Fernando Sanmartín
pedalear por la Avenida Goya, camino de su casa. En este libro he encontrado la
respuesta. Fernando cuando va en bicicleta mira la ciudad y nos devuelve una
Zaragoza «quintaesencializada», una ciudad interiorizada, vivida y proyectada,
una ciudad amada a pesar de los abandonos, la desidia y «sus dolencias
hepáticas», por utilizar sus propias palabras.
Una de las características de los libros de Fernando es el equilibrio en
la tristeza y en la alegría y la sobriedad. Quizá sea por el paisaje estepario
en el que se levanta Zaragoza, por el desierto que sitia la ciudad y que nos ha
hecho suaves como la arcilla y duros del roquedal, tal y como nos cantó José
Antonio Labordeta.
En esta crónica de Zaragoza están el Mercado Central, el Ebro con su
pozo de San Lázaro, el Pilar y Santa Engracia, El Plata, el Café Levante, los
parques, El Belanche, las calles, las plazas y los paseos, los bares, las
terrazas y los restaurantes. Junto a Tabernillas y la Ontina Fernando se
detiene en Casa Emilio donde, según nos cuenta, las cenas son una mezcla de
timba, manicomio y humor.
Somos las ciudades en las que vivimos porque las ciudades nos
construyen por dentro y dibujan nuestros límites. Por eso en estas Notas sobre Zaragoza del capitán Marlow,
Fernando Sanmartín nos habla de lo que somos, del amor, la amistad, la infancia,
de los años de estudiante en la universidad, del Real Zaragoza… De la evolución
darwiniana que ha convertido bares en farmacias, un colegio mayor en residencia
de ancianos, y ha hecho desaparecer una bolera en la que había un camarero que
a Fernando le resultaba «borde, chepudito y mamón».
Nos buscamos en las ciudades. Buscamos al niño que fuimos, al joven
que descubría la vida. Buscamos la pasión de los primeros besos y las ilusiones
perdidas. Buscamos la inocencia y el recuerdo de las personas que se nos
fueron. La ciudad son también los amigos. Y Fernando Sanmartín nombra a muchos,
a muchísimos y lo hace con la generosidad que tienen los hombres buenos.
Hay en Notas sobre Zaragoza del
capitán Marlow mucho humor:
«A José Echegaray, pobre Echegaray, le dieron
el premio Nobel en 1903 y hoy deberían darle un premio a todo el que lo
leyera».
Subir
a un autobús urbano me relaja, como el yoga, aunque nunca haya hecho yoga.
Todos
escondemos algo: metáforas, frustraciones, deseos sexuales con la vendedora de
perfumería, lecturas inútiles, un antepasado vampiro, un recelo…
Fernando
nos cuenta que una noche se bañó desnudo en la piscina del polideportivo Salduba
después de aprobar un examen de Derecho Penal y saber a qué atenerse si le
pillaba la policía.
Las mujeres de este libro son muchachas longilíneas, de rostro suave,
inteligentes, mujeres que merecen la felicidad, mujeres rebeldes sin causa,
mujeres que son una tesis sobre el deseo, mujeres que convertían su instinto
básico de poeta (el de él) en el instinto de un peón caminero; mujeres que
suben a una bicicleta para llegar a una cita, a un restaurante o a una
conclusión.
En este libro las cosas siempre son, no parecen. Las imágenes
perfectas, son –como sabemos– señas de identidad de la escritura de Fernando:
«Un hijo es un país lleno de gladiadores que lucharán a nuestro lado o
contra nosotros»
«La bicicleta es la verdad. Un principio socrático».
«La enfermedad es una puerta giratoria de la que se sale».
«La oscuridad es una novia que se viste de negro».
Antes de escribir sobre Zaragoza, Fernando escribió sobre otras
ciudades. En estas notas hay referencias a París, Amman, Bruselas, El Cairo,
Leningrado, Milán, Helsinki, Madrid, Barcelona, Tetuán. Quizá hay que patearse
medio mundo para hacer una declaración de amor a Zaragoza tan rotunda como la
que hace Fernando: «Escucho el mar y pienso que si no pudiera volver a mi
ciudad me volvería loco».
El único de mis amigos que bebe Fantas es Fernando, pero no es un
pagafantas. Yorgos, Ismael Grasa y Fernando se abrazan en La Romareda cuando el
Zaragoza mete un gol. Últimamente se abrazan poco, es cierto, pero hay que
tener paciencia. Dentro de unos años harás una edición aumentada de estas notas
sobre Zaragoza y nos contarás que tomaste una Fanta de naranja (doble, en esta
ocasión) para celebrar que el Zaragoza había ganado la Champions.
Se pregunta Fernando Sanmartín si los héroes de la resistencia contra
los franceses que dan nombre a las calles de la ciudad serían hoy empleados de
la Opel o dirigentes de Ibercaja. Quizá así sería. Lo importante es que tú,
querido Fernando, eres un héroe de los sitios, un defensor de la ciudad. Has
hecho con nuestra Zaragoza lo que los poetas hacen con la realidad: nos la has
devuelto más hermosa y has conseguido que nos sintamos orgullosos de esta
Zaragoza antigua y moderna, nuestra y de todos. Por eso Melero y yo hemos
decidido nombrarte general. Esta insignia que te impongo te acredita como
defensor de Zaragoza y del Real Zaragoza. A partir de ahora serás el general
Sanmartín y compartirás generalato con Melero, nuestro general de bibliotecas,
en un tiempo en el que hay que velar por los libros, los cuentos y las palabras
que dan sentido a nuestras vidas, y conmigo mismo que soy general de museos.
En sucesivas ediciones, Chusé Raúl Usón tendrá que darle a este
maravilloso libro el título que realmente le corresponde porque lo de capitán
Marlow estuvo bien para la primera vez. A partir de ahora este libro se
titulará «Notas sobre Zaragoza del general Sanmartín».
Víctor Juan
Zaragoza, 7 de marzo de 2014
[Fotografía de Vicente Almazán]
[Fotografía de Vicente Almazán]
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