13 abril 2008

Don Antonio

El jueves pasado, a última hora de la mañana, un señor llamó a la puerta de mi despacho del Museo Pedagógico de Aragón. Luego resultó que tenía mi edad y esta circunstancia lo convirtió en un chico.
–¿Víctor Juan?
–Sí, pase...
–¿No te acuerdas de mí?
Traté de encontrar en su rostro un indicio que me ayudara a situarle en alguna de mis vidas, pero no lo conseguí.
–Soy Abellán, de La Salle Torrero.
Entonces sí: un niño rubio, con el flequillo de la época, un flequillo que yo aún conservo, los diminutos pantalones cortos, el pan con chocolate... y las canicas:
–Te recuerdo –me dijo Abellán– con una gran bolsa de canicas.
Aquella bolsa me la hizo mi abuela. Yo era un jugador legendario. A duras penas encontraba rivales durante los recreos que quisieran arriesgar sus chivas a mi juego implacable. La Salle Torrero: vuelta al año 1974. Fútbol, madrillas, el Canal Imperial, la harinera, los tranvías, la balseta y, sobre todo, don Antonio.
–He venido a comer a Huesca con mi mujer porque quería verte. Leí la entrevista que te hicieron en el Dominical de Heraldo de Aragón hace un año y cuando leí que alguien nombraba a un maestro que se llamaba don Antonio supe que era don Antonio. Luego leí tu nombre y vi las fotografías. Quería decirte que yo también le guardo mucho cariño a aquel maestro.

Eso fue todo. Paco Abellán se marchó con un ejemplar de Los niños del frente y un par de lapiceros bicolores para sus mellizos. La vida, realmente, es un cuento y a veces las cosas están en su sitio: Antón Castro me entrevistó, yo le hablé de don Antonio Corcuera, él quiso contarlo, Paco Abellán leyó la entrevista, –la tengo guardada, me dijo–, quiso venir a contármelo y yo se lo diré a don Antonio porque nos encontramos algunas veces en el parque de Huesca. Su hija es maestra, vive en Huesca y don Antonio suele pasear a sus nietos por el parque. Un cuento.

09 abril 2008

Alberto Zapater

El domingo estuve en La Romareda. Perdimos y no lloré. No lloré porque tenía que consolar a mi hijo Guillermo. Nos quedamos sentados hasta que terminó el partido, a pesar de la tristeza de la derrota. O justo por eso. Nos quedamos con quienes se quedaron. No gritamos contra los jugadores ni contra la directiva. Hoy he escuchado a Alberto Zapater. Ha dicho que hay que jugar con más rasmia. Cuando le he oído pronunciar esa palabra he sabido que lo vamos a pasar mal, pero que vamos a ganar. Quizá estos siete partidos que quedan nos deparen las grandes alegrías que no hemos tenido durante toda la temporada. Y si toca sufrir, sufriremos.
Alberto Zapater se convertirá en el ídolo de los niños de Aragón, como lo fue Violeta. No olvidaremos el detalle que tuvo con el padre de Luis Alegre. Rasmia y paciencia. Que aquí nadie se rinde.
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