Para Eva
Hay muchas pruebas de
amor. Tantas, que no es raro que a unos nos parezca un gesto sublime que la
persona que nos quiera cruce el desierto sin víveres, o se alimente durante
cuarenta días de saltamontes o que vele durante cien noches bajo nuestra
ventana, aguantando sin inmutarse el frío y la lluvia, o que pase el aspirador
todas las semanas por nuestra habitación y lave nuestra ropa y nos la devuelva
planchada. Claro que a otros todo esto les parecerán solemnes tonterías. A
esos quizá lo que de verdad les conmueve es que les regalen un diamante de muchos quilates,
un abrigo de visón o un coche deportivo. Para mí, la prueba definitiva de que alguien te quiere es que te avisa cuando llevas la cremallera del pantalón
bajada. Cuesta creer que algo que parece tan fácil como decir discretamente: «Tienes
abierta la cremallera del pantalón», se convierta en la prueba del algodón de
la confianza y la complicidad. Voy a tratar de
explicarme. La vida me ha enseñado que es imprescindible tener cerca a alguien
que te quiera y que tenga la confianza suficiente para decirte algo que no es
agradable. A quienes no les importas les da lo mismo que hagas el ridículo. Si
yo pudiera elegir, me gustaría tener muy cerca a alguien que me diga la verdad,
que me diga que me estoy equivocando, que cuando todos me aplaudieran fuera
capaz de reunir el valor necesario para decirme que ese no es el mejor camino,
que todo no vale, que me estoy apartando de lo que siempre había querido ser.
Necesitamos a alguien que nos diga quiénes somos. Que no permita que olvidemos
nuestros orígenes, que nos ayude a mantenernos fieles a nuestros principios.
No, no eres el más grande, no eres el mejor, eso no ha estado del todo bien… En el éxito nos rodearán gentes que nos aplaudirán, que
nos dirán lo guapos y lo listos que somos. Pero cuando nos pierde la vanidad o
nos desborda nuestra propia estupidez, necesitamos alguien cerca que nos quiera
y que nos diga la verdad: «súbete la cremallera del pantalón».