
07 agosto 2008
Un saco de canicas

05 agosto 2008
La patineta

Yo soy el niño de esta foto. Fabricábamos patinetas con los cojinetes que nos daban en los talleres de coches. Nunca tenían cojinetes, pero nosotros entrábamos casi a diario:
-¿Tiene cojinetes?
Cuando conseguíamos tres nos hacíamos una patineta. Una plancha de aglomerado, un palo de escoba para el eje, un listón de madera plana para poder girar, una docena de clavos y poco más. Como siempre se ladeaba, nos dejábamos las manos y las rodillas en el asfalto o sobre los adoquines. Aquello era lo de menos.
Mi abuelo le pidió a un carpintero de la RENFE que me hiciera una patineta. Cuando fui a buscarla, me quedé sin respiración. Era el regalo más bonito que nadie me había hecho nunca. Me tiraba cuesta abajo por aquellas cuestas de mi infancia. Y sí. Hacía ruido, el ruido del acero sobre los adoquines, sobre el cemento o sobre el asfalto. Tenía prohibido utilizarla a la hora de la siesta. Por la noche dejaba mi patineta en el patio de la casa de mis abuelos, un patio que estaba, como todos aquellos patios de principio de los setenta, siempre abierto. Una mañana fui a buscarla y no la encontré.
-Te la habrán robado -sentenció mi abuelo-. Alguien te ha visto dejarla allí y se la ha llevado.
Lloré. Lloré como cuando una gigantesca carpa se llevó mi caña de pescar al fondo del pantano, la caña con la que fui campeón infantil de Aragón de pesca de ciprínidos en 1977, el mismo año que nació Elena Monforte, el mismo año en que mis amigos fundaron Rolde de Estudios Aragoneses. El mismo año que le dije a una mujer de doce años que me gustaba.
Lo peor de la historia aún no había ocurrido. Un par de años más tarde, mi abuelo sacó la patineta del escondite en donde la había guardado quizá por preservar mi integridad física, quizá por el que si tal que si cual de los vecinos de la calle. Ojalá la maldita patineta no hubiera existido nunca. Ojalá me la hubieran robado de verdad. Así mi abuelo no me hubiera mentido. Con aquella decepción terminó parte de mi infancia. Cuando volvió a ser mía, ya no la quería. Por eso no me importó que mi hermano Carlos la destrozara lanzándose con ella por las escaleras de los jardines de la iglesia.
Fui un niño muy fácil de engañar. Ahora soy hoy hombre a quien se le engaña fácilmente. Me fío de las personas. Soy un ingenuo o un gilipollas, según quiera mirarse. Pero prefiero la amargura del engaño a vivir desconfiando permanentemente. Y, además, ya no lloro como lloraba.
[Tomo la fotografía del niño con la patineta del infinito blog de Antón Castro. La fotografía es Gerald Bloncourt]
11 mayo 2008
Mauricio Polo
Sábado, 12 h.
[ Para Yolanda ]
Venimos del entierro de Mauricio Polo, el padre de Yolanda. Cuando el cura ha terminado su trabajo, Pepe Melero nos ha hablado desde el púlpito de explicar los evangelios para agradecer la presencia de todos y para decirnos que su suegro era un hombre bueno, que nunca le había visto enfadado, que había dedicado su vida a hacer felices a su mujer, a su hija, a sus nietos y todas las personas que tuvo cerca. Nos ha dicho que Mauricio Polo era creyente, que era devoto de la Virgen del Pilar y por eso iba a ver a la virgen todos los días. "Seguro que mañana -ha concluido Pepe- le pide a la Virgen del Pilar que nos eche una manica con el Madrid".
Cuando yo me muera quiero dos cosas. La primera es fácil. La segunda imposible. Pero no me conformo con querer sólo lo posible. Quiero que me entierren un día que llueva, como llueve hoy sobre Zaragoza y quiero tener un yerno -o nuero, como decimos aquí- como Pepe Melero que me apondere como él ha aponderado a su suegro
13 abril 2008
Don Antonio
–¿Víctor Juan?
–Sí, pase...
–¿No te acuerdas de mí?
Traté de encontrar en su rostro un indicio que me ayudara a situarle en alguna de mis vidas, pero no lo conseguí.
–Soy Abellán, de La Salle Torrero.
Entonces sí: un niño rubio, con el flequillo de la época, un flequillo que yo aún conservo, los diminutos pantalones cortos, el pan con chocolate... y las canicas:
–Te recuerdo –me dijo Abellán– con una gran bolsa de canicas.
Aquella bolsa me la hizo mi abuela. Yo era un jugador legendario. A duras penas encontraba rivales durante los recreos que quisieran arriesgar sus chivas a mi juego implacable. La Salle Torrero: vuelta al año 1974. Fútbol, madrillas, el Canal Imperial, la harinera, los tranvías, la balseta y, sobre todo, don Antonio.
–He venido a comer a Huesca con mi mujer porque quería verte. Leí la entrevista que te hicieron en el Dominical de Heraldo de Aragón hace un año y cuando leí que alguien nombraba a un maestro que se llamaba don Antonio supe que era don Antonio. Luego leí tu nombre y vi las fotografías. Quería decirte que yo también le guardo mucho cariño a aquel maestro.
Eso fue todo. Paco Abellán se marchó con un ejemplar de Los niños del frente y un par de lapiceros bicolores para sus mellizos. La vida, realmente, es un cuento y a veces las cosas están en su sitio: Antón Castro me entrevistó, yo le hablé de don Antonio Corcuera, él quiso contarlo, Paco Abellán leyó la entrevista, –la tengo guardada, me dijo–, quiso venir a contármelo y yo se lo diré a don Antonio porque nos encontramos algunas veces en el parque de Huesca. Su hija es maestra, vive en Huesca y don Antonio suele pasear a sus nietos por el parque. Un cuento.
09 abril 2008
Alberto Zapater
Alberto Zapater se convertirá en el ídolo de los niños de Aragón, como lo fue Violeta. No olvidaremos el detalle que tuvo con el padre de Luis Alegre. Rasmia y paciencia. Que aquí nadie se rinde.
*
500.000 visitas en el blog de Antón Castro
18 marzo 2008
Ya todo es muy largo de contar
Siempre me paro en los jardines de La Balsa. Desde allí contemplo las rejas del minúsculo patio de recreo en el que hice mis primeros amigos de bata a rayas. Allí pasé los recreo gritando "quien-juega-a-carreras". Cuando organizábamos el juego, se había terminado el tiempo de jugar. Siempre me pasa lo mismo. Desde los jardines, pegada al patio de la escuela, se ve la puerta cerrada de la casa de La bochorna donde acompañaba a Olga y a Carmen a buscar todos los días la leche, en un tiempo añadido, en la prórroga, en el tiempo de descuento de cada día. Tenían que estar en casa a las nueve, pero volvían a salir para ir a buscar la leche. Al lado de la lechería vivía Rosamari Serra, que fue novia de mi hermano Carlos como sólo se tiene novia a los 11 años.
Plantado delante de esta manzana mágica tuve la tentación de llamar a Carmen para contarle lo que le he dicho mil veces, pero lo dejé estar por el pudor o por la autocensura a la que nos sometemos cuando nos plantemos la oportunidad de lo que aún no hemos hecho.
Entré en la panadería y pedí con la misma seguridad que hacía mi abuela: "una torta de balsa grande, un pan, una barra, una docena de magdalenas, una docena de mantecados y otra de pastas de alma". La panadera me miró extrañada. "Sí, soy de aquí -pienso para mí- pero sería muy largo de cortar".
Ya todo es muy largo de contar.
02 febrero 2008
Cuéntame algo
No le he hecho caso cuando esta mañana me ha mirado brevemente mientras me pedía que le contara algo. Luego ha vuelto a insistir como si esperara la caricia de las palabras. Cuéntame algo. Sácame de aquí aunque sólo sea un instante. Invéntame.
*
... Puede que sí, o que no.
¡Pero qué bien suenan, ay dios, las promesas de amor!
¡Miénteme, por favor!
Basta una mirada,y el resto en tus ojos me lo invento yo.
[La Ronda de Boltaña, "Del tiempo y sus mudanzas", en Salud, país]
26 enero 2008
Caja negra
06 enero 2008
El efecto RTDM
Si los Reyes me dejan esta noche una tele nueva sé que veré en su pantalla plana, con su receptor tdt, la final de la copa del rey de este año, una final que va a ganar el Zaragoza. El efecto RTDM (retirada de la tarjeta de Diego Milito) será decisivo para entender la transformación de este equipo que el domingo se llevará los tres puntos del Bernabeu.
Si a pesar de todo los Reyes Magos consideran que merezco una tele nueva, sé qué veré en su pantalla las crónicas de la expo que hablarán de una Zaragoza moderna, de un país laborioso. Veré la vuelta de las obras de arte que Salinas y sus amigos ("Salinas, devuelve las obras de arte, que la vida puede ser maravillosa") tienen secuestradas en Cataluña.
Quizá también pueda grabarme la película Por escribir sus nombres.
De momento, a esperar. Como siempre.
02 enero 2008
Que mis manos se acostumbren al nuevo año
Tengo que copiarlo muchas veces para que se acostumbren las manos al nuevo año.
Aún duermen todos. Me gusta estar despierto cuando todos duermen. También me gusta dormir mientras todos están despiertos. Qué le vamos a hacer. Más raro que la calentura... La calentura... cuando era niño oía imágenes como esta de la calentura, comparaciones que no entendía. Ahora que me he instalado en la duda me sorprende menos, pero entonces aspiraba a entenderlo todo.
Vísperas. El 123 de Revista de Cultura Aragonesa está a las puertas de la imprenta. Luisa Miñana y José Antonio Melendo nos han escrito un artículo muy bonito sobre la Zaragoza de la Expo, un artículo que se citará en las próximas décadas cuando alguien quiera explicar cómo se transformó la ciudad. Ojalá la Expo despierte en nosotros el amor por la ciudad, por este paisaje urbano y afectivo que compartimos. Nuestro río, nuestro parque, nuestro paseo, nuestras calles, nuestros vecinos... nuestra Zaragoza.
07 noviembre 2007
Roberto L'`Hôtellerie

Conocí a Roberto L’Hôtellerie en Sabiñánigo, el día de la Constitución de 2003, en la presentación de Los niños del frente. Compré el libro unos minutos antes de que comenzara el acto y no tuve tiempo de leer nada. Apenas me fijé en el texto de las solapas y acaricié las cubiertas… El libro sólo era sólo una promesa, pero me sorprendieron las ilustraciones de Roberto. Sabía que Los niños del frente era un libro singular, pero no esperaba encontrarme con aquellas ilustraciones de trazo minucioso, tan rigurosas incluso en los pequeños detalles de la indumentaria o en los objetos que se reproducían en cada escena, en la reproducción de elementos de la cartelería de la época... Además de reunir buenas dosis de talento y de sensibilidad eran necesarias miles de horas para realizar esos dibujos. Enseguida supe que las manos de Roberto trabajaban al dictado de un imperativo ético, el imperativo de recordar, de recrear para todos nosotros, el imperativo de quien sabe que está trabajando para otros, para hacer felices a los que tanto habían sufrido, para recordar el dolor de los perdedores. En Sabiñánigo Enrique Satué nos contó el proceso de elaboración de su investigación etnográfica, los detalles más íntimos de su trabajo, las profundas satisfacciones que su oficio de hurgador le había proporcionado. Luego Roberto tomó la palabra y se limitó a agradecerle a Enrique Satué –su hermano cómplice de tantos proyectos- que hubiera contado con él para trabajar en un proyecto tan hermoso. “Y nada más”. Eso dijo.
Durante años he querido comprarle a Roberto -o robarle, que al final ya me parecía que era mi única alternativa- el retrato que hizo de Palmira Plá, pero firme en sus ideas siempre ha sabido hacerme entender que él quería que toda la colección estuviera reunida, que no se desperdigaran los dibujos porque se trataba de un proyecto global en el que él se implicó intelectual y emocionalmente.
Ayer en el Museo Pedagógico de Aragón, en la presentación de Los niños del frente, Roberto tomó la palabra para agradecerle a Enrique que le hubiera permitido trabajar en un proyecto tan hermoso, para agradecer al Museo Pedagógico de Aragón lo que habíamos hecho –cuando en realidad no hemos hecho nada-, para decirnos que sus dibujos querían reflejar una parte de la historia de la educación aragonesa y para anunciar que había decidido donar los ochenta y dos dibujos que componen la muestra “Los niños del frente” al Museo Pedagógico de Aragón, al Museo de todos –dijo acertadamente-.
Ya lo saben. Roberto L’Hôtellerie, un hombre que camina con la vista larga y el paso corto, ha decidido regalarnos a todos nosotros tres años de trabajo, una colección hermosísima de dibujos y el ejemplo de su generosidad. Personalmente sólo lamento que ya no podré robar el retrato de Palmira Plá.
04 noviembre 2007
Los niños del frente

La guerra, cualquier guerra, es siempre un monumento a la sinrazón y los niños son las inocentes víctimas de la estupidez de los adultos. No entienden nada de lo que ocurre a su alrededor. Pierden siempre. Pierden la infancia, la alegría, las horas robadas al juego, las caricias de sus padres... Pierden, en definitiva, su derecho a ser niños.
Mi amor por este libro viene de lejos. Estuve en Sabiñánigo el día de la Constitución de 2003 en la presentación de Los niños del frente. Hice aquel viaje con Herminio Lafoz. La sala de la Casa de Cultura del Ayuntamiento estaba llena de “niños de la guerra” y de sus familiares. Se miraban, nos mirábamos, como si guardáramos un secreto. Nos habíamos reunido el día de la Constitución y juntos íbamos a poner palabras donde durante décadas sólo hubo miedo, silencio y olvido. Celebrábamos, a nuestra manera, la victoria de la convivencia y de la memoria.
Los niños del frente es una muestra del trabajo paciente y riguroso de Enrique Satué, de su gusto por los detalles pequeños, por lo cotidiano, de su interés por la sabiduría que esconde cualquier instrumento de boj tallado con manos humildes, expertas, abnegadas y, sobre todo, auténticas… Enrique nos habla en este libro de la dignidad de la historia y de las satisfacciones que le proporciona su oficio de hurgador.
Cuando contemplé por primera vez las ilustraciones de Los niños del frente imaginaba los centenares de horas de investigación necesarias para reflejar con tanta fidelidad la época, los objetos, la tipografía, los ambientes y las situaciones. Pensé en las docenas de bocetos y borradores que Roberto L`Hôtellerie habría hecho para recrear cada escena con ayuda del lápiz, de la tinta, de las acuarelas y del pincel, pero sobre todo con infinitas dosis de sensibilidad y de talento.
Finalmente, Los niños del frente es para mí el libro que nos devolvió a Palmira Plá, la maestra que sufrió dos guerras, dos exilios, el desgarro infinito de las ausencias y, que a pesar todo, se le encendían los ojos –los mismos ojos que miraban a Paco Ponzán- cuando nos decía que había que trabajar desde la escuela, que había que empeñarse en hacer una sociedad más justa. Palmira Plá Pechovierto (Cretas, 1914-Castellón, 2007) paseó su entusiasmo de joven maestra en el Teruel republicano del tiempo de la gran ilusión. Allí le sorprendió la sublevación del general Franco una tarde tranquila cuando había salido de casa con el dinero justo para tomar una limonada y montar en los coches chocantes. Tenía 22 años. Durante la guerra estuvo en Caspe dirigiendo las colonias escolares que el Gobierno de la República organizó para alejar a los niños de los desastres de la guerra… Y esta es la historia que nos regalan Enrique y Roberto.
El Museo Pedagógico de Aragón se honra en acoger entre sus publicaciones la segunda edición de Los niños del frente, una muestra de la importancia de la educación incluso en medio del sufrimiento provocado por una guerra.
Víctor M. Juan Borroy
Director del Museo Pedagógico de Aragón
03 noviembre 2007
Galope
Galopando con Luna por esos caminos de dios.
Voy bien y vuelvo fatal, pero no se puede tener todo.
29 septiembre 2007
No pasa nada. Llama a Pepe Melero y cuéntaselo, que estará preocupado
"Una noche, cuando tenía siete años, se acercó, me abrazó y, con toda la solemnidad que puede reunir un niño de tan corta edad, me dijo:
- Papá, me alegro mucho de haber nacido en esta casa.
- ¿Por qué? –le pregunté con esa cara de circunstancias que se nos pone a los padres ante grandes situaciones como ésta.
- Porque si hubiera nacido en otra familia, quizá ahora no sería del Zaragoza".
Así empieza "De portería a portería..." un cuento que he escrito para el libro colectivo Cuentos a patadas. Historias del Real Zaragoza. Las ilustraciones de mi historia son maravillosas y las ha hecho Blanca BK.
Pues bien. Ayer Guillermo me decía:
- Papá, no pasa nada. Hemos perdido en Barcelona como perdimos el año pasado, como hemos perdido desde hace más de 40 años, hemos empatado con el Santander como el año pasado, hemos empatado en Bilbao como el año pasado, le hemos ganado al Osasuna (que el año pasado se llevó los tres puntos de La Romareda) y perdimos en Murcia como el año pasado perdimos en Tarragona. Pero tenemos mejor equipo que el año pasado. Hoy le ganaremos al Sevilla. Vamos a ganar muchos partidos. Lo peor es lo de Matu. Oliveira va a meter un montón de goles y Ayala se queda suspendido en el aire cada vez que remata de cabeza. Llama a Pepe Melero y cuéntaselo, que estará preocupado.
23 septiembre 2007
El espíritu de la República
Gaceta de Madrid, 29 de Mayo de 1931
Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes
Ordenes
Ilmo. Sr.: Vista la reclamación promovida por D. Ramón Acín Aquilué, Profesor especial de Dibujo de las Escuelas Normales de Maestros y Maestras de Huesca, hoy en situación de excedencia, en súplica de que se le reintegre a dicha Cátedra con efectos desde la fecha en que fue declarado en situación de excedencia:
Considerando que el interesado intervino activamente en la gloriosa sublevación de Jaca; que a consecuencia de aquellos sucesos, perseguido, hubo de expatriarse, refugiándose en París; que obligado por esas circunstancias tuvo que solicitar la excedencia de su Cátedra, excedencia que le fue concedida el 5 de enero de 1931; que implantada la República se ha reintegrado a España y desea legítimamente reintegrarse a su cátedra:
Teniendo en cuenta que si es verdad que no ha transcurrido el año de excedencia que prescriben las leyes para que pueda concedérsele el reingreso, sería injusto que la República castigase a quien contribuyó a que Jaca mereciese el título de "Muy ejemplar" que le otorgó el Gobierno provisional de la República.
He resuelto se acceda a lo solicitado por el Sr. Acín, quedando sin valor ni efecto legal alguno la expresada disposición de 5 de Enero último y que se abonen al interesado los haberes que haya dejado de percibir por razón del reiterado cargo y en virtud de la referida excedencia.
Lo digo a V.I. para su conocimiento y demás efectos. Madrid, 18 de Mayo de 1931.
02 septiembre 2007
Tres veces felices

Hoy solo quería decir que ayer los abonados Guillermo y Víctor fueron por primera vez a la vieja Romareda ["Si me quieres escribir -canta La ronda de Boltaña en Avispas en el viento- ya sabes mi paradero, en la vieja Romareda, primera línea de fuego"]. Fuimos muy felices, tres veces felices en los tres partidos que vivimos en una noche ideal de luna llena.
Durante el primer partido, el consejero José Luis Melero nos llevó al palco, pisamos el césped de la Romareda, saludamos a Matuzalem, nos cruzamos con Miguel Pardeza y Pedro Herrera. Salimos por el túnel de vestuarios. "Mira, Guillermo, por aquí salieron antes que tú el gran José Luis Violeta, el portero Yarza, Arrúa o Nayim. Pepe sentó a Guillermo en el banquillo del Zaragoza: "Desde aquí dirigirá Víctor Fernández al equipo". Luego nos dijeron que si queríamos que Guillermo se hiciera una fotografía con los jugadores que volviéramos minutos antes de empezar el partido. Pepe nos acompañó a nuestras localidades. Nos despedimos. "Anda, Guiller, dame un beso". Esperamos a que se hicieran las 21:45 para volver al túnel de vestuarios. Mientras Guillermo se hacía la foto en el campo, vi salir a todo el equipo: Juan Morgado, que no se sentó en el banquillo, pero parecía absolutamente recuperado, Oliveira, Aimar, Zapater, Ayala, Diogo, Milito...
El segundo partido fue el partido íntimo, personal, cómplice, de mi hijo y yo. Los bocadillos de tortilla de patata, los prismáticos, los botellines de agua, los nervios porque no marcábamos, el verle gritar "fuera, fuera", cuando todo el mundo gritaba, que Guillermo se pusiera de pie, que se le arrasaran los ojicos cuando el Santander metió un gol bobo, o cómo me abrazó cuando Oliveira empató el partido...
El tercer partido es el del 1-1 que ustedes vieron. Al final Guillermo hacía una lectura favorable y generosa con el Zaragoza: si el árbitro no hubiera sido tan malo, si el portero no hubiera tenido tanta suerte, si nos hubiera favorecido algún rechace... "Me ha gustado mucho el partido". Ese fue su resumen antes de que cambiara la camiseta del Zaragoza por el pijama y se desplomara en su cama.
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sábado, 1 de septiembre
Se ha parado la cierzera. Saldré con Luna por esos caminos de dios. Aún lo estamos aprendiendo todo: "eso es un tractor, eso es un ciclista, eso es la sombra de un árbol, eso es un charco... no pasa pasa, tranquila, vamos, Luna, la yegua valiente...". Pepe Melero me dice que si alguien me escucha hablar con la yegua me incapacitarán definitivamente. Pero a mí me da igual. "Si icen que izan, mientras no hazan...".
Guillermo y yo estrenaremos hoy el ritual de los días de partido y nuestro carné de abonados. Antes estaremos en el Polideportivo de Miralbueno. Blanca y su banda (no sé si les había dicho que tengo una hija bandida o bandolera) dan un concierto.
Estoy dragando mi vida para hacerla navegable: mi vena cava, la ilíaca, el acueducto de Silvio, los agujeros de Luscka y Magendie, el cuerpo calloso que une mis dos hemisferios cerebrales, la cisura de Rolando... todo para procurar entender el mundo... Una vida navegable, como el Ebro, para que puedan subir los cayuquicos hasta la plaza del Pilar.
29 agosto 2007
Palmira Plá

“¿Qué sentido tiene la vida si no trabajas por mejorar el mundo en el que vives?...” Tenía noventa y tres años, había sufrido dos guerras, dos exilios, el desgarro infinito de las ausencias y, a pesar todo, se le encendían los ojos –los mismos ojos que miraban a Paco Ponzán- cuando nos decía que había que trabajar desde la escuela, que había que empeñarse en hacer una sociedad más justa. Palmira Plá Pechovierto (Cretas, 1914-Castellón, 2007) paseó su entusiasmo de joven maestra en el Teruel republicano del tiempo de la gran ilusión. Allí le sorprendió la sublevación del general Franco una tarde tranquila cuando había salido de casa con el dinero justo para tomar una limonada y montar en los coches chocantes. Tenía 22 años. Durante la guerra estuvo en Caspe dirigiendo las colonias escolares que el gobierno de la República organizó para alejar a los niños de los desastres de la guerra. Pasó la frontera junto a otros miles de españoles, sufrió el drama de los campos de refugiados y al final de la segunda guerra mundial se marchó a Venezuela con la firme voluntad de empezar de nuevo, de no “mirar atrás”. Fundó el Instituto Calicanto con una docena de alumnos que se convertirían en varios miles cuando a principios de los setenta vendió este centro para regresar a España.
Fue diputada por el Partido Socialista Obrero Español en las Cortes Constituyentes, concejala del ayuntamiento de Benicassim, presidenta de la fundación ADOPAL de la Universidad Carlos III, una fundación sostenida con el dinero que donaron Palmira Plá y Adolfo Jimeno, su marido, y que otorga anualmente unas becas que permiten seguir estudios universitarios en España a jóvenes venezolanos, pero por encima de todo fue maestra. Doña Palmira era una mujer cargada de ilusión y de proyectos y se sentía feliz cuando recibía cartas de los niños del Colegio Rural Agrupado que lleva su nombre.
Ahora que ha muerto llueve mansamente sobre Caspe, llueve en la costa de Benicassim, llueve en Cretas, llueve en todas las pistas de coches chocantes de Aragón, llueve en las escaleretas que bajan a la estación de tren de Teruel, llueve sobre las escuelas, llueve en un bosque cerca de Toulouse donde los alemanes asesinaron a Paco Ponzán. Llueve sobre la conciencia irreductible y sobre las ausencias, llueve sobre las palabras. Llueve tristeza y compromiso, llueve dolor y esperanza, llueve dignidad y memoria, llueve solidaridad, llueve firmeza y ternura. Palmira Plá ha muerto y sabemos que su vida ha tenido un sentido pleno porque consiguió hacer del mundo un lugar mejor. Por eso hoy, junto al sentimiento de orfandad, doña Palmira nos deja su ejemplo de compromiso, de amor, de generosidad, de coraje y de valentía.
Víctor Juan
Director del Museo Pedagógico de Aragón
11 agosto 2007
Iguácel



Yo soy bipadre y aunque tengo un curriculum mucho más corto como padre que como hijo, sé que hay pocas cosas más emocionantes que tener una hija de veinte años y verla crecer, tomar decisiones y asumir compromisos. Nada nos satisface más que contemplar cómo se convierte en una mujer con su mundo propio. Sentir que es mejor de lo que éramos a su edad, vivir pendiente de ella y que, a veces, sin venir a cuento, nos coja de la mano, o nos abrace, o nos regale un secreto o quiera saber nuestra opinión, o elija pasar la tarde con nosotros y nos lleve al cine, o nos pida que salgamos con ella a dar una vuelta por las mismas calles por las que paseábamos cuando veinte años atrás esperábamos que ella naciera.
Muchas felicidades, Iguácel.
06 agosto 2007


Ayer tuve sensaciones extrañas. No me acostumbro a ver sentadas en la cama a mujeres que veo por primera vez ni a compartir espacios en los baños con desconocidos. Ni a estar en el mismo dormitorio con gentes que abren las puertas de los armarios del dormitorio de la misma manera que abren la puerta de los armarios del dormitorio. Como en un escenario de gran hermano. Ayer estuve en Ikea.
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Sí, parece que hay un poquito de mal rollo en Mclaren. Estos pilotos parecen folclóricas Se hace acompañar de sus padres, pero me recuerdan las polémicas de las grandes voces de la canción española. Además, seguro que si les hicieran controles de gasolina encontrarían niveles anormales de octanos o aceite de motor enriquecido con epo.
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Presentación de Por escribir sus nombres [Pepe Melero]
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Hagan como yo: no inviten a cenar a nadie en sus casas
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Joan Manuel Serrat, Sinceramente tuyo
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Valentín Pinilla, uno de mis amigos de la República Independiente de Torrero me envía unos "picaportes de nuestro país". Son picaportes del Sobrarbe y de la Ribagorza. "El primero -me escribe Valentín- es de la ermita de San Mamés en San Chuan de Plan, el segundo de Casa Castel en Castilló de Sos (Ribagorza) Y el último de la iglesia de Sarabillo donde oficiaba Mosén Bruno Fierro".
A veces no paramos cuenta de los prodigios que ocurren cerca de nosotros. Esto es lo que ocurre cuando alguien nos recuerda, nos nombra, nos extraña o decide fotografiar un trucador para enviárnoslo de madrugada. Muchas gracias, Valentín.
16 julio 2007
Cultura Digital
Sí ya sé. Sacar el carrete de la cámara, llevarlo a una tienda, hacer tiempo por los alrededores, recoger las fotografías, escanearlas y subirlas a la web es tema de uno de los documentales de Eugenio Monesma para la serie "oficios perdidos".
10 julio 2007
El reloj que marcaba el tiempo
Sólo me falta el quejido de la vieja mecedora contra la tarima que acompasadamente le daba la réplica al corazón del reloj.
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Blanca ha abierto blog.
06 julio 2007
Súbditos, ciudadanos y feligreses
- Tú sí, pero el cura no”.
Manuel Rivas, La lengua de las mariposas
Deberíamos entender –y los obispos antes que los ciudadanos comunes- que vivimos en un Estado aconfesional, que las religiones son una cuestión reservada a la intimidad, a la vida privada de cada uno y que no deberían tener sitio en las escuelas públicas porque en esos espacios comunes sólo caben los símbolos de todos, los símbolos que nos unen y que están reconocidos en la Constitución de 1978. Hasta que entre todos decidamos modificarla, que no hay nada inamovible.
Leyendo la carta OKUPAR la educación (no he sido capaz de escuchar la versión leída por el obispo) he llegado a pensar que quizá el señor Sanz se sintiera más cómodo con leyes como aquella de educación primaria que defendió Ibáñez Martín en 1945. Esta ley es católica –dijo el gran depurador del magisterio- porque esta es la España católica de Franco. Quizá el señor Sanz añore aquellos tiempos de los modelos educativos que pretendían formar súbditos obedientes y feligreses sumisos. “Mitad monjes, mitad soldados”. Hace unos meses recibimos en el Museo Pedagógico de Aragón a un grupo de profesores franceses. Lo que más les llamó la atención fue la constante presencia de símbolos de la iglesia católica en las escuelas y en los libros de texto. Y este es un lastre que arrastramos durante dos siglos: en la escuela ha sido más importante el catecismo que el abecedario y así nos va, así nos ha ido.-
La educación para la ciudadanía tendrá unos contenidos que están recogidos en la Constitución. Y necesariamente los respetará. Así, se hablará, por ejemplo, de la Monarquía española que es, nos guste más o nos guste menos, un símbolo del Estado. Se explicarán los derechos y libertades de los ciudadanos, se hablará de tolerancia, de respeto a la pluralidad en la que vivimos. Y si en la asignatura se atentara contra la Constitución porque se vulnerara la libertad de cátedra, el principio de aconfesionalidad del Estado, la igualdad ante la ley independientemente de la procedencia social o la religión que se profese, o se hiciera apología de la violencia o se incitara a la xenofobia, o hubiera contenidos sexistas, etc., entonces hay recursos legales para denunciarlo. Lo demás son ganas de hacer ruido y de sembrar alarmas. La estrategia del obispo de Huesca y Jaca respecto a esta asignatura es un ejemplo más del haytomatismo que algunos se empeñan en llevar a la escuela y a la educación (a la escuela y a la educación pública, claro, que en las otras escuelas nunca pasa nada, ni hay violencia, ni imposición, ni más modelo que la libertad). El señor Sanz Montes es especialista en atraer la atención de los medios de comunicación con las cartas que dirige a sus queridos hermanos y amigos. Es hombre de titulares brillantes, como el de la impropia k que ha plantado en el título su pastoral.
05 julio 2007
Antonio Pérez Morte

Además de ser una magnífica persona y una gran mantenedor de las relaciones entre quienes escribimos en los blogs, intenta con entusiasmo divulgar la poesía a los cuatro vientos.
con él encendimos los recuerdos:
17 junio 2007
Cuarenta y tres
Cuarenta y tres años. No milito en ningún partido político, no estoy afiliado a ningún sindicato, no tengo bonos del Estado, ni una sola acción, ni una cuenta naranja, ni un plan de pensiones. No diré que voy por la vida ligero de equipaje como los hijos de la mar, pero lo más importante, lo llevo siempre conmigo.
Algunas cicatrices, claro. Tampoco es cosa de presumir. Lo normal. Muñones de poner las manos en el fuego por las personas que quiero, algunas hostias que me han sabido a gloria porque me han sentado mejor que los besos... Cuando toca, toca... Me gusta distinguir lo uno de lo otro, que las cosas no estén tan juntas que no se aprecien las diferencias.
Sé estar solo. Puedo pasar días enteros mirando el agua del Ebro o las copas de los árboles o viendo como outlook chequea el correo. Me basta recordar tus labios y mis travesías por el mar de tu piel estremecida. No quiero nada. Casi nada.
Sé que la gente desconfía de quien se confiesa feliz, de quien sonríe, canturrea mientras se dirige al trabajo, o dice buenos días de manera transparente. Yo soy feliz. Y no, no me importa mucho la gente, la verdad.
Cuarenta y tres años. La ilusión intacta. Y las mismas ganas de desnudarte. Como la primera vez.
19 mayo 2007
Lasieso. La piedra picada

La escuela se había inaugurado el 17 de septiembre de 1933. Aquel día fue una fiesta. Todo el pueblo se reunió, endomingado, en la explanada, bajo la sombra de los castaños. Aún parecían resonar las palabras que las autoridades pronunciaron desde el propio balcón de la escuela. La mejor manera de trabajar por la República era inaugurar una escuela a la que acudirían los niños durante el día y los adultos por la noche. La escuela era la auténtica casa del pueblo. Allí estuvo él, Ildefonso Beltrán, el joven inspector jefe de la provincia. No podía disimular la emoción. El Ayuntamiento de Lasieso había decidido que la escuela llevara su nombre y el cantero labró en la piedra negra Escuela Nacional Mixta I. Beltrán. Era el reconocimiento a las gestiones del inspector para que Lasieso fuera incluido en los planes de construcción de escuelas del Gobierno. Rodolfo Llopis, el Director General de Primera Enseñanza, repetía que había que sembrar el país de escuelas. Esto fue lo que se pretendió con el Decreto que aprobaba la construcción de 27.000 nuevas escuelas. Y el Sr. Beltrán consiguió que una de ellas se levantara en Lasieso. Cuando el alcalde le invitó a decir unas palabras, Ildefonso Beltrán habló de los hombres que habían traído la República, habló de igualdad, de justicia y del bienestar que proporcionaba la cultura. Habló de la democracia, de la dignidad de todos los seres humanos y de la injusticia que se materializaba en que la mitad de los habitantes del pueblo no supieran leer. La monarquía –concluyó Beltrán- prefería que permaneciéramos en la ignorancia, pero esta República que anunciaron los capitanes Galán y García Hernández nos necesita instruidos y libres. Los aplausos ahogaron las últimas palabras de Ildefonso Beltrán. Se escucharon vivas a la República. El alcalde descolgó la cortinilla que ocultaba el nombre de la escuela, la banda de música de Sabiñánigo interpretó el Himno de Riego y todo fue una fiesta.
Cinco años después alguien lloraba tras los cristales, en la oscuridad de una habitación vacía, mientras las llamaradas de la hoguera le devolvían escenas fragmentadas, sincopadas, de lo que estaba ocurriendo fuera. Desaparecieron las fantasmales siluetas. Llamaron a la puerta de una de las casas próximas a la escuela. Allí cogieron una escalera y una maceta de albañil. El primero que pretendió encaramarse a lo alto de la escalera, cayó al suelo. El alcohol que revolvía y avivaba el odio de su corazón le hizo perder el equilibrio. Una blasfemia puso fin a las risas del grupo de iconoclastas. Comenzaron a picar las letras. I. Beltrán. Querían borrar el nombre del inspector de escuelas. La escalera estaba apoyada en la fachada y media docena de hombres se habían reunido para romper la piedra. Hacían añicos cada letra, borraban el nombre de un hombre solo, pero estaban destruyendo golpe a golpe, con cada esquirla de piedra que salía disparada, el sueño igualitario, la ilusión del tiempo de la gran ilusión, los ideales de emancipación, la confianza en la educación. Aquellos hombres destruían, aplastada por la fuerza, la razón.
Apenas conocían a Ildefonso Beltrán. Mejor dicho, no le conocían de nada. Sólo sabían que se presentó a las elecciones de febrero por el Frente Popular. Les dijeron que él firmaba la carta que ordenaba quitar el crucifijo de la escuela. No sabían que Ildefonso Beltrán (Monzalbarba, 28 de febrero de 1900) había sido maestro en Tiermas desde 1925 hasta 1927 y después en Lalueza hasta que en noviembre de 1932 se incorporó al servicio de inspección. No sabían que era amigo de Telmo Mompradé, el comandante Telmo Mompradé, el valeroso maestro que se puso al frente del Batallón de la FETE para defender la República y que moriría en la toma de Biescas. También era amigo de Simeón Omella, el maestro freinetista de Plasencia del Monte y de Ramón Acín. Ildefonso Beltrán se sentía honrado de ser el sucesor, a su manera, de Herminio Almendros, el inspector que introdujo la técnica Freinet en España y que consiguió contagiar su entusiasmo por el texto libre y por la imprenta escolar a maestros como Simeón Omella, José Bonet Sarasa o a los hermanos Carrasquer. Entre todos hicieron posible que se celebrara en Huesca, en julio de 1935, el II Congreso de la Imprenta en la Escuela. Ildefonso Beltrán abrió bibliotecas en las pequeñas aldeas, impulsó la creación de Centros de Colaboración que permitían a los maestros reunirse para intercambiar experiencias, llenó de vida el Boletín de la Inspección de Huesca y, además, se comprometió políticamente y aceptó formar parte, por Izquierda Republicana, de la candidatura del Frente Popular que ganó las elecciones en febrero de 1936. Ildefonso Beltrán envió una tarjeta a los maestros de la provincia pidiéndoles que fueran garantes del proceso electoral en los pueblos donde fácilmente se podía alterar el resultado de las votaciones. Parte de esta correspondencia cayó en poder del Servicio de Información de Falange Española y de las JONS y se añadía, como un agravante, a los expedientes de depuración. Por ejemplo, entre los documentos enviados a la comisión de depuración del magisterio se reproducía la carta de Simón Soler Valenzuela:
“Sr. D. Ildefonso Beltrán y demás compañeros de candidatura.- No puedo ser Interventor por ser el presidente de la mesa.- Haré cuanto pueda en favor de ustedes.- Les saluda su correligionario y amigo.- Simeón Soler Valenzuela.- Maestro Nacional.- Apiés (Huesca)”.
Ellos no conocían a Ildefonso Beltrán. Sólo sabían que en la oscuridad crece el miedo. Aquellos hombres armados con la pistola al cinto, la maceta de albañil y la escalera pretendían apagar la luz. Esa era la consigna: castigar a los maestros que habían sido los encargados de llevar al pueblo el mensaje de la República, los encargados de convertir a aquellos hombres rotos en ciudadanos libres y responsables. Los maestros eran las luces de la República, la luz de los humildes. Los maestros llevaban este mensaje: juntos podemos hacer un mundo mejor, un país mejor. Podemos ser felices, podemos perseguir nuestros sueños. Se extendió entre los sublevados contra la República una simple consigna: hay que apagar la luz, terminar con aquel sueño emancipatorio basado en la justicia, en la liberación de las conciencias, en la igualdad ante la cultura. Muera la luz, hágase el miedo.
En realidad, destruyendo la piedra, pretendían borrar el anhelo cultural de la Segunda República que no era otro que llevar el aliento de la cultura a los pueblos, el respeto a la conciencia del niño y del maestro, la enseñanza laica, gratuita y universal para todos. La escuela debía transformar a aquellos hombres y mujeres llamados a ser súbditos de una monarquía en ciudadanos conscientes de la República. Ése era el trabajo imposible encomendado al maestro.
El mundo termina en aquello que podemos nombrar. Las palabras son el límite de la realidad, la frontera de nuestro universo. Más allá se extiende el silencio, lo desconocido y la muerte. Aquellos nombres picaban la piedra para negar la existencia del otro, para desterrar la palabra. Sabían que estaban echando sal sobre los recuerdos, que destruían la memoria depositada en palabras. Pretendían arrancar sus nombres, lo que representaron, sus compromisos, el proyecto que dio sentido a sus vidas. Se enfrentaban la frágil luz de las palabras y la rotunda oscuridad del silencio. Y pretendían el silencio.
Quien se acerque a Lasieso enseguida descubrirá esta escuela convertida desde que el pueblo se quedó sin niños en local social. Y le sorprenderá la piedra picada. No sabrá qué palabras fueron arrancadas a la piedra porque no hemos sido capaces de restituir la memoria, nadie ha puesto palabras donde durante setenta años ha habido solo silencio. Las víctimas continúan condenadas a la injusticia del olvido y del silencio que perpetúa el miedo. Es tan doloroso el recuerdo que preferimos no pensar que aquellos hombres y mujeres eran como nosotros, se amaban como nos amamos y tenían hijas y proyectos. Les conmovían los versos, se estremecían con la música, a veces tenían frío y se dejaban llevar por sus sueños como nosotros cuando soñamos. A veces, si estaban solos, sentían miedo y crecía un abismo en su estómago cuando pensaban en el dolor de sus hijos. Extrañaban a sus amigos… Setenta años de silencio.
Hemos aprendido a vivir en las mismas calles, en las mismas plazas y bajo el mismo cielo como si no faltara nadie, como si nada hubiera pasado. La piedra aún picada grita en medio de las montañas del Pirineo que es imposible olvidar, que aún nos queda mucho por hacer, que hemos de nombrar a las víctimas, escribir sus nombres, el nombre de los asesinados, de aquellos a quienes les robaron un país, una tierra y tuvieron que marcharse lejos y –muchos, como el propio Ildefonso Beltrán- murieron lejos.
Es hora de podernos nombrar, es hora de devolver, con el recuerdo, la dignidad a las personas que fueron exterminadas por tener una idea, por el entender el mundo de determinada manera, por discrepar, por soñar o por estar simplemente vivos. Es hora de terminar con la cobardía del silencio, con el olvido que nos deja huérfanos en un mundo sin sentido.
Aquella noche una hoguera alimentada con las palabras de los libros iluminaba la fachada de la escuela y se quejaba la piedra contra el hierro. Alguien lloraba tras los cristales en una habitación oscura. Un grupo de hombres, no importa quienes fueran, se afanaban en la destrucción de todo lo que pudiera quedar vivo y, sobre todo, de las palabras preñadas del recuerdo, de la memoria que florece y germina, del legado indestructible de dignidad y de compromiso, de justicia, de modernización y de progreso.
Ramón Acín Aquilué * Mariano Acín Gracia * Arturo Agud Piquer * Francisco Agud Piquer * Cesáreo Agudo Arguedas * Demetrio Alcalde López * Tomás Álvaro Pérez * Cecilia Álvarez Calvo * Joaquín de Andrés Martínez * Juan Bautista Ara Fernández * Germán Araujo Mayorga * Pedro Aranda Borobia * Francisco Aranda Millán * Florinda Arjol Naudín * José Arregui Vicén * Alfredo Atarés Gracia * Pablo Balaguer Camarasa * Higinio Barranco Lascas * Pilar Beltrán Pueyo * Julio Bendicho Balaguer * Manuel Bernal Martínez * José Berti Gómez * Raimundo Félix Bielsa Jordán * Luis Bobed Ayora * Justo Bosch Sanz * Rosa Arjó * Cándida Campos * Ricardo Cañizares Vicente * Antonio Casaus López * Vicente Castán Brosed * Francisco Celma Felipe * Luis Celorrio García * Constantino Cristóbal * Eduardo Dagnino Chambo * Manuel Díaz Erdolián * Pedro Díaz Pérez * José Domeneque Fañanás * Eduardo Dominguine Estella * Julián Escartín Casajús * Pilar Escribano Iglesias * Julio Estallo Gracia * Valeriano Estaún Ramón * Joaquín García Lardiés * Manuel García Pérez * Mauricio Garray Millán * José Gil Castillo * Ángel Gil Serrano * Benjamín Giménez Temes * Ángel Giménez Temes * Félix Godé Capistrós * Ángel Gracia Benedicto * José María Gracia Bretos * Restituto Herrero Cubillos * Miguel Herrero Palahí * Bernardo Herrero Rodrigo * Alfonso Iguacel Berges * Anselmo Jordán Otín * Alejandro Labuena Moliner * Toribio Lainez Gil * Joaquín Larrumbe Tomás * Antonio Latre Castillo * Emilio Loriente Vidosa * Julián Lozano Palacios * Bernabé Marín Pascual * Paulino Marquina García * Jesús Fermín Martín Luengo * Calixto Martínez Bueno * Antonio Meseguer Barceló * Isidro Mir Loncán * Alfredo Molinero Alegre * Augusto Muniesa Berenguer * José María Muniesa Berenguer * María Palacios Ciprés * Ramón Palazón Barranco * Antonio París Ortín * Jorge Pérez Membrado * Heriberto Pérez Ortubia * Isidro Pérez Romero * Domingo Rivera Sarvisé * Bernardo Rodrigo Herrero * Valentín Rodríguez Bobier * Genaro Romero Ríos * José Ruiz Galán * Pilar Salvo Jiménez * Matías Andrés Sánchez Rubio * Antonio Santolaria Viñuales * Antonio Santos Álvarez * José Sarasa Juan * Manuel Sauras Magallón * Antonio Soldevilla * José María Soler Berenguer * Francisco Toro Martínez * Enrique Torres Cañal * Alberto Valenciano Merodio * Gabriel Vera Oria * Ignacio L. Vicente Abad * María Viñuales Sarasa * Mariano Vispe Gil * Valentín Zaborras Santamaría * Vicente Zueras Palau * Rudesindo
07 mayo 2007
El murmullo de la vida
Escuelas nos muestra la intimidad de la escuela rural aragonesa, el lado oculto de la escuela, la cara que sólo pueden contemplar los protagonistas. Espacios, gestos, miradas que son patrimonio exclusivo de los niños y de sus maestros. En estas fotografías se escucha -si se atiende- el susurro de los niños cuando aprenden, los diálogos que les unen a sus maestras, el bullicio del patio de recreo, las conversaciones antes de la entrada en clase, la vida, en suma, que se derrama en sus manos, en sus palabras, en la voluntad de querer ser. Estamos acostumbrados a la contemplación de fotografías escolares caracterizadas por la quietud y el silencio. Grupos de niños con su maestro, recuerdos escolares de niños sentados en una mesa sobre un fondo gris y acompañados de elementos artificiales convertidos en símbolos. Estamos acostumbrados a las imágenes mudas de escolares posando especialmente para ser retratados. Sin embargo, en Escuelas las fotografías de Julio E. Foster, Marta Marco y Rosane Maurinho nos acercan a la escuela en acción, a la escuela por dentro. Laura Laliena pone palabras a las imágenes y disfrutamos de dos relatos, visual uno y verbal el otro. Dos discursos, dos narraciones que se complementan y se funden.
Las escuelas son, por encima de todo, niños y adultos que aprenden, se acompañan y se entienden. Niños que estrenan el mundo, miran, callan, esperan, piensan, atienden, comparten, sonríen y sueñan. En las fotografías de esta muestra palpita la emoción de las horas mágicas que los niños pasan junto a sus maestros, junto a sus compañeros, junto a las personas que les acompañan hasta los umbrales de la escuela.
En la escuela rural aragonesa no hay separación entre la vida y la escuela. Los niños se reconocen en otros niños, en la mirada de la maestra, en las palabras compartidas, en el mundo que juntos construyen cada día. La escuela rural aragonesa es el territorio para la participación de la comunidad: madres y padres colaboran con las maestras en talleres, contando cuentos, haciendo teatro, preparando fiestas, acompañando a sus hijos en las salidas escolares…
Cuando pienso en la escuela rural no puedo evitar acordarme de don Gregorio, el maestro de La lengua de las mariposas. Aquel maestro que daba sentido a todo lo que ocurría en la vida de los niños y que convertía cada hora en una aventura de emoción y descubrimiento.
La escuela rural aragonesa está estrechamente vinculada a la innovación. Los proyectos más comprometidos y valiosos que conozco se han gestado en escuelas rurales. Entre los que más admiro puedo destacar el trabajo en la biblioteca de Mariano Coronas en el Colegio Público Miguel Servet de Fraga, los talleres de sueños de Miguel Calvo en Villanueva de Sijena, el proyecto “Leer juntos” en Ballobar, con una trayectoria de más de una década de trabajo sostenido de Carmen Caramiñana y Merche Caballud, las propuestas sobre Educación Física de Alfredo Larraz en Jaca, el uso cotidiano que José Luis Ramo hace de la internet en su escuela de Villanueva de Huerva, las pizarras digitales que introdujo José Antonio Blesa en el CRA de Alloza-Ariño… La escuela rural es un motor de ilusión y de regeneración del sistema educativo aragonés.
A primeros de marzo de este mismo año, José Luis Capilla convocaba a los niños y niñas de su clase de Peñarroya de Tastavins en la plaza del pueblo. Les citaba a primeras horas de la noche para compartir el momento en que la Luna se asomara en el cielo. El maestro se sorprendió y se emocionó cuando no sólo acudieron los niños de su clase, sino que se presentaron veintitrés de los veintiocho niños del pueblo, algunos acompañados de sus padres. Habían ido a la plaza para ver cómo la Luna de adueñaba del firmamento, una ceremonia eternamente repetida, pero sobre todo habían salido de sus casas para estar juntos. Unos días más tarde en la misma escuela dieron amparo y cobijo en el aula a una tarabilla común, un pajarillo más pequeño que un gorrión que un niño encontró en la orilla de la carretera. Y buscaron información en internet sobre este animal, escribieron correos electrónicos a algunos de los mejores ornitólogos del país, hicieron un mural, pidieron libros sobre pájaros y conversaron toda la tarde enredados en ilusión y en palabras. Y la vida, siempre la vida, desplazó al programa… La escuela rural aragonesa son maestros capaces de encender con palabras la llama de la inteligencia de los niños que acuden a sus clases.
Cada escuela rural es una suerte de Macondo, un universo de relaciones que nos permite descubrir el valor, el sufrimiento, el afán de superación, la generosidad, la solidaridad, el compañerismo, el valor de la palabra, la ilusión y los sueños, el progreso personal, las relaciones, la amistad, el dolor, las risas y el llanto. Un mundo para descubrir “el nosotros”, el conocimiento compartido. Hay pocas cosas tan emocionantes como escuchar a un niño decir por primera vez “mis amigos y yo…”.
Tuve la suerte de ser un maestro rural en Alcorisa, en Magallón y, sobre todo, en Langa del Castillo. Allí comprobé cómo la escuela es la escuela de todos, un espacio compartido, un elemento vertebrador del territorio.
La escuela rural es el compromiso de maestras jóvenes y de maestras con mucha experiencia. Maestras que trabajan un año tras otro, un día tras otro lejos del ruido, en silencio, tejiendo un manto de complicidad, de inteligencia, de sensibilidad hacia los libros, hacia el trabajo bien hecho. Maestras que persiguen despertar en sus alumnos la tolerancia y el respeto, que dan palabra a los niños, que les ayudan a quererse y a interpretarse, que les enseñan a mirar la realidad, que contribuyen, en definitiva, a que cada niño descubra su propia identidad.
La escuela rural aragonesa es una escuela que cuenta con recursos para afrontar los retos que la realidad plantea. Tenemos un sistema educativo complejo por la propia complejidad de la sociedad en la que vivimos. Pero la escuela rural ha dejado de ser la cenicienta del sistema, la gran olvidada, la escuela de segunda categoría, la escuela residual de los años setenta del pasado siglo. En los últimos veinte años han cambiado mucho las escuelas rurales. Poco se parecen estas escuelas a la escuela unitaria que describía Jesús Jiménez, a la escuela que denunciaba Juan Salanova, o a aquella escuela resistente y rutinaria que transformaron, volando contra la gran costumbre, los maestros del Colectivo Aula Libre.
Entre todos hemos querido que la escuela rural sea una escuela de calidad. Entre todos hemos construido espacios públicos integradores, tolerantes, democráticos y participativos. Nuestra escuela rural es el fruto del compromiso de la sociedad aragonesa. Entre todos mantenemos abiertas pequeñas escuelas con cinco niños, pequeñas escuelas que dejan escapar por sus ventanas los colores de los trabajos escolares, la risa de los niños, las canciones y las advertencias de la maestra. Es, en definitiva, el murmullo de la vida que se estremece en cada palabra, música que reconforta como el agua que baja por el río, como el fuego que consume la leña en los hogares o como el calor del aire que anima los nuevos brotes cada primavera…
Por eso cuando pasamos junto a una escuela rural vemos una luz encendida, sabemos que la escuela está viva y que crece allí la vida. Y se nos escapa una sonrisa que ilumina el corazón: estamos vivos, aún estamos vivos.
Víctor M. Juan Borroy
Director del Museo Pedagógico de Aragón
(Tomado del prólogo a Escuelas. La educación en el medio rural aragonés)
30 abril 2007
26 abril 2007
Embolicado
Las mismas cosas que nos hacen felices, que nos ayudan a vivir, que llenan de luz nuestros ojos y nos acarician las entrañas son las cosas que nos hacen sufrir. El mundo es así. Y está bien hecho. Ayer se murió Dana, la gatica de Blanca. La enterré antes de que los niños se despertaran. Ellos llevaron durante todo el día el peso del dolor inexplicable. José Luis me decía que no volviera a tener gato, que con los animales siempre pasa lo mismo: te encariñas de ellos y te quedas fatal cuando se mueren. Es verdad. Cuando las cosas nos duelen estamos tentados de no volver a querer a nadie, de no entregarnos, de no dejarnos seducir por nada. Evitaríamos así el dolor de la separación y de las decepciones, pero también nos perderíamos el calor de los días, la ilusión y el tiempo en el que parecíamos felices. A mí me duelen tanto las lágrimas de Guillermo como me consolaba su risa entregada y transparente cuando jugaba con el animalico. Por eso mientras escribo estoy esperando que Alina nos traiga otro gato. Quizá cuando Guillermo y Blanca se despierten se encuentren con esta sorpresa. Y en unos minutos les parecerá el mejor gato del mundo. Volveremos a empezar. Siempre, pase lo que pase, podemos volver a empezar.
22 abril 2007
Por primera vez
Por escribir sus nombres ya no me pertenece, como no me pertenecen sus hermanicos. Por escribir sus nombres es muy especial para mí porque es mi primera incursión en la narrativa. Por primera vez he hecho hablar, sentir, esperar, llorar, sufrir y amar a los personajes que aparecen en las historias que cuento. Por primera vez me ha importado qué se dijeron al encontrarse por la mañana, si el viento les hacía cerrar los ojos, si sus corazones se habían acelerado o si les faltó aire en el último beso.
Le he dedicado Por escribir sus nombres a Palmira Plá:
"A Palmira Plá que, al aceptar mis fabulaciones, me regaló lo que pudo ser: un territorio infinito que he transitado con palabras"
20 abril 2007
Por escribir sus nombres

18 abril 2007
Tensión
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Ya hay tensión en el ambiente. Estamos terminando la limpieza de obra de museopedagogicodearagon.com. En unos días abriremos la sede digital del Museo Pedagógico de Aragón. Como las fotografías son de José Antonio Melendo el éxito está asegurado. Melendo debería hacerles un reportaje a los Militos para que el Zaragoza se instalara definitivamente en la zona champions.
09 abril 2007
La pequeñez de los días
07 abril 2007
No sirvió de nada
04 abril 2007
Conguitos

Compraba Conguitos en el ambigú del cine Lucero, mientras pasaban el NODO. Nadie nos explicó nunca qué era el NODO, pero nosotros aplaudíamos cuando se acababa y los títulos de crédito de la película de romanos o de indios y vaqueros o de espadachines ocupaba la pantalla.
26 marzo 2007
Escuelas
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He recibido un texto muy bonito que Marisancho Menjón ha escrito para Escuelas. El tiempo detenido, la primera exposición temporal del Museo Pedagógico de Aragón. Inauguraremos la muestra el 18 de mayo.
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Esta tarde pasaré un rato en el Colegio Público Tenerías. Me reuniré con un grupo de padres y de maestros. Hablaremos de escuelas, de hijos, del vértigo que nos produce sentir cómo crecen. Traigo aquí un par de comentarios que he encontrado en el trastero de mi servidor. Cada día soy más republicano por eso lo publico todo varias veces.
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[7 de abril de 2007]
Ayer estuve en el Instituto Ramón y Cajal de Zaragoza. Cumplían 10 años. Antes, mientras presenciaba cómo el equipo de mi hijo Guillermo ganaba 13-0 a un conjunto de aficionados que jugaban sin peto de entrenamiento y sin orden ni concierto, recibí una llamada de Javier Torres, llamadas de santo Tomás, llamadas de una y no más. Me decía que había oído por la radio que un experto en pedagogía daba una charla en el Ramón y Cajal y había supuesto que sería yo. Me hizo mucha gracia. El Diego Milito de la educación. Cada día tengo un poco más claro que es imposible ser especialista en un terreno caracterizado por la incertidumbre y la fragilidad. Mi único mérito es que quizá pienso desde hace tiempo en la escuela, en los maestros, en la sociedad... Llevo en el sistema educativo 39 años. Entré siendo un niño asustado, vestido con una bata en la que mi abuela bordó ni nombre, una bata de rayas azules y grandes bolsillos para que llevara el pañuelo y donde yo guardaba todo lo que encontraba en el recreo. Doña Julia, mi maestra, le dijo a mi madre que me comprara una silleta de anea y que podía ir a la escuela. "Así no te dará guerra en casa, que bastante tienes con estos dos...". He pasado mi vida a un lado y a otro de los pupitres. Siempre me acuerdo de cuando Javier Cansado está en la habitación de una hospital y confiesa que entró de paciente y ahora era el jefe del servicio. Algo así me pasó a mí en la escuela.
Mi primera cartera escolar
Víctor M. Juan Borroy
(Viernes, 6 de septiembre de 2002)
Como en párvulos no llevábamos libros (ni proyectos, cuadernillos de preescritura, fichas de prelectura, etc.), ni se utilizaban entonces grandes tecnologías escolares (como el pegamento, la plastilina, las ceras, los pinceles, las ceras acuarelables, los gomets...) todo me cabía en una cajita de madera, un plumier, que nosotros, no sé por qué, llamábamos catedra.
Mi madre trajo a casa mi primera cartera escolar por estas mismas fechas. Y como no tenía nada que meter dentro, salvo lo fundamental: un pequeño cuaderno y la catedra con el lápiz, la goma y media docena de pinturas, la llené de viejos periódicos. No sabía aún que podía esperar de la escuela, pero no me cabía ninguna duda de que la cartera, una cartera importante, tenía que estar bien llena. Y pasé la tarde llevando mi cartera de aquí para allá y oliendo de vez en cuando el inconfundible aroma de la gomas de borrar, de los lapiceros, y acariciando las tapas de aquel pulcro cuaderno. Era el olor de lo nuevo. Todo estaba, como mi propia vida, aún por estrenar.
Hasta donde alcanza mi recuerdo, septiembre ha sido -y posiblemente lo sea ya para siempre- un mes iniciático. Un mes de reencuentros, buenos propósitos y cosquilleo en el estómago y en el corazón, donde habitan los recuerdos.
Palabras clave de la época:
doñajulia,
ah,cuandovayasalaescuela
silleta
catedra
borre
pizarrín,
tarzán
vendráabuscarteelyayo
domingoporlatarde
noquieroiralaescuela
pórtatebien
quienjuegaacarreras
yanotajunto
25 marzo 2007
Palmira Plá
*
Todos los años me parece que la hora que nos roban esta madrugada es justo la que más necesito.
"Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio".
22 marzo 2007
Letra a letra

Hay objetos que parecen devolvernos a otra época o nos transmiten la emoción que sintieron quienes los sostuvieron antes que nosotros en sus manos como si en las cosas pudiera latir la memoria. Un poco todo esto es lo que me ocurre cuando acaricio el humilde papel en el que los niños de Plasencia del Monte y Simeón Omella, su maestro, estamparon, letra a letra, algunas de las páginas más hermosas de la historia de la educación y de la escuela aragonesa del último siglo. El libro de los escolares de Plasencia del Monte es una muestra del trabajo entregado de un maestro y sus alumnos, un libro que nos susurra algunos de los secretos que habitualmente se guardan en la intimidad del aula. No resulta difícil imaginar el amor por la escritura que hay detrás del trabajo paciente y meticuloso necesario para componer los textos, para realizar los meritorios grabados a varias tintas sirviéndose del linóleo, del caucho o del simple cartón. El trabajo que Simeón Omella realizó con sus alumnos en la escuela de Plasencia del Monte con la imprenta escolar es un argumento irrefutable para demostrar que el mundo puede transformarse con palabras. El libro de los escolares de Plasencia del Monte es la crónica de una escuela rural convertida en taller y en laboratorio de experimentación. Cada uno de los textos libres elaborados por niños de ocho a diez años nos hablan de una escuela que ha desterrado los libros de texto, de una escuela en la que los niños aprenden de la vida y de la comunidad en la que viven. Gracias al trabajo con la imprenta Freinet se había producido una importante transformación en la sociedad en la que la escuela estaba inmersa: por primera vez el conocimiento de los padres, de los abuelos, de los pastores, de los agricultores y de los artesanos, el conocimiento, en definitiva, de la gente común fue considerado un conocimiento valioso. Las personas de la comunidad –muchos de ellos analfabetos- son la principal fuente de información de aquello que luego se pondrá por escrito. Un conocimiento que gozará de la dignidad de la letra impresa.
Gracias a la imprenta escolar los niños de la escuela de Plasencia del Monte hicieron su mundo más grande porque mantenían intercambios con escuelas españolas y con escuelas de Suiza, Bélgica o Francia.
La edición de El libro de los escolares de Plasencia del Monte nos permite recuperar los nombres, las trayectorias profesionales y los empeños de educadores como Simeón Omella, Herminio Almendros o Ramón Acín. Este libro también nos devuelve, junto al impulso modernizador que sacudió las escuelas durante la II República, la amarga memoria de la escuela que perdimos, del país que pudo ser. Esta forma de entender la educación, la escuela, el conocimiento, el aprendizaje, la actividad escolar y el trabajo de los maestros es una muestra del prometedor rumbo que habían tomado las escuelas aragonesas. Pero pocos días después de que Simeón Omella y los niños de Plasencia del Monte concluyeran de encuadernar este libro, con el papel recién herido por la tinta, estallaba la Guerra Civil. Las palabras fueron ahogadas por el estruendo de las balas y las bombas. En Plasencia del Monte alguien escondió los libros de Simeón Omella, les dio amparo y cobijo. Y con los libros, alguien guardó, quizá sin saberlo, la esperanza de que las palabras pudieran volver a encender en nuestros corazones el fuego de la memoria y del recuerdo.
El paso del tiempo ha dejado su huella en las páginas de El libro de los escolares de Plasencia del Monte y no ha sido posible reproducir en esta edición facsímile todos los textos que Simeón Omella y los niños de su clase encuadernaron en 1936. De cualquier modo, los que aquí se ofrecen transmiten lo esencial del documento: la alegría de aprender, la pasión por la palabra y por el conocimiento compartido.
No quiero terminar sin agradecer el trabajo inteligente y generoso de Fernando Jiménez Mier y Terán, uno de los grandes especialistas del mundo en maestros freinetistas que aceptó la invitación del Museo Pedagógico de Aragón para realizar el estudio preliminar de este facsímile. Durante estos últimos meses ha sido un privilegio recibir los correos electrónicos que Fernando me enviaba desde México dando cuenta de sus progresos. Estaremos siempre agradecidos a Elena Ruiz Gallán y a su familia, por haber guardado durante setenta y un años El libro de los escolares de Plasencia del Monte y por permitir que ahora el Museo Pedagógico de Aragón pueda ponerlo a disposición de todos.
Víctor M. Juan Borroy
Director del Museo Pedagógico de Aragón
21 marzo 2007
Poco a poco
Mientras escribo tengo sobre mi mesa un ejemplar de El libro de los escolares de Plasencia del Monte. Estoy contento con ese trabajo. También hemos recibido los marcapáginas y las invitaciones para la presentación de este libro (miércoles, 28 de marzo, a las 19 h., en el Museo Pedagógico de Aragón).
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Esta tarde veré la versión beta de la web del Museo Pedagógico de Aragón. En unos días inauguraremos la sede digital del Museo: museopedagogicodearagon.com
13 marzo 2007
El mundo se estremece
10 marzo 2007
Útero

07 marzo 2007
Por ti
06 marzo 2007
30 años
05 marzo 2007
Treinta años es ya siempre
03 marzo 2007
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El libro de los escolares de Plasencia del Monte, el Nº 1 de la colección Publicaciones del Museo Pedagógico de Aragón está en la imprenta. Nos cuesta despedirnos de los proyectos que nos han atrapado tanto, pero ya estamos dedicados al segundo: la exposición temporal del Museo Pedagógico de Aragón: Escuelas. El tiempo detenido que se inaugurará el próximo 18 de mayo
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Ya he revisado primeras pruebas de Por escribir sus nombres, mi primera novela, una historia que escribí en secreto hace dos años
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Un día menos para nuestro viaje a Barcelona