21 abril 2019

Caspe. Días de despedida


Me sobrecogía el silencio al bajar con mi abuelo hasta la estación para coger el tren que me devolvería a Zaragoza. Aún siento la misma congoja cada vez que recreo la película en blanco y negro de los días que me despedía de Caspe. La calle Vieja, la calle Mayor, la calle Baja, el Hotel Latorre desde donde miraba de reojo el cine Goya, los jardines de la estación… Aquel era el corredor de la muerte de mis días felices. Yo caminaba detrás de mi abuelo Valentín con el mismo entusiasmo que un condenado camina hacia el patíbulo. Clavaba los tacones de sus zapatos en los adoquines y yo escuchaba el ruido de la suela de cuero cuando aplastaba piedrecillas o arena. Toda la vida he pensado que me gustaría hacer ese ruido de los zapatos de mi abuelo. Y lo que de verdad ha ocurrido es que en muchas cosas no he llegado ni a la altura de la suela de sus zapatos...
Una vez en el tren tenía que asimilar que me alejaba del paraíso. Antes de llegar a Escatrón, ya sacaba las cuentas de los días que pasaría lejos de Caspe, de mis amigos, de las bicicletas, de mis abuelos, de la plaza, del barbero, de los cines Lucero y Goya, de la Porteta, de los jardines de La Balsa, de la calle Borrizo, del Mar de Aragón, de los juegos en las escaleretas de la iglesia…

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