06 junio 2016

Querer ser como seña de identidad (80º aniversario del Estatuto de Caspe)

Sr. Presidente del Gobierno de Aragón, Sr. Alcalde de la ciudad de Caspe, señores y señoras consejeros y consejeras del Gobierno de Aragón. Autoridades, señoras y señores:

La memoria se deposita en nombres, en fechas del calendario y también en lugares como este Teatro-Cine Goya en el que nos encontramos. Personalmente el Cine Goya forma parte de mi pequeña memoria. Ahora mismo se me amontonan los recuerdos de los centenares de películas que vi aquí cuando el cine era un ritual semanal del que todos participábamos. Pero, sobre todo, se me llena el corazón recordando a las personas que conocí aquí: a Joaquín el maquinista –que me permitía ver las películas desde el cuarto de proyección– al otro Joaquín, que regentaba el ambigú, porque en el Teatro Cine Goya de mi infancia había ambigú y no bar o cafetería. Y por encima de todo me hace feliz recordar a mi abuelo Valentín, que fue acomodador en este cine tras jubilarse como ferroviario. Pero lo que más nos importa es que este Teatro Cine Goya es también un lugar de memoria colectiva. Hoy recordamos que aquí se celebró el congreso que reunió entre el 1 y el 3 de mayo de 1936 a un puñado de aragoneses venidos de distintos lugares de Huesca, de Teruel, de Zaragoza y también de fuera de Aragón que quisieron soñar y pensar cómo querían que fuera Aragón. Se reunieron para soñar un país, para imaginar un mundo. No trataban de mejorar su situación personal. Vinieron a hacer política, es decir, a trabajar para el común, para mejorar las condiciones de vida de la gente. Eran hombres esperanzados que actuaron con la convicción de quienes creen que van a mejorar la realidad. Tenían la voluntad de querer ser. No eran personas de una única ideología, pero querían hacer de Aragón un lugar más próspero. En aquel Congreso pro Estatuto de Autonomía participaron también gentes de Caspe. Recordaré a todos ellos en José María Repollés, secretario de la comisión organizadora, que fue el padre de Florencio Repollés Julve, presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, y abuelo de Florencio Repollés Lasheras, queridísimo alcalde de la ciudad de Caspe.

Aquellos días de 1936 este teatro se llenó de pancartas y carteles con el lema «Viva Aragón autónomo». Según las crónicas de la prensa, el Teatro Goya estaba «materialmente abarrotado. Butacas, galería y palcos ofrecían un aspecto espléndido».
El historiador Manuel Tuñón de Lara afirmaba que la II República fue el tiempo de la gran ilusión, de una ilusión cultural. Creo que no se puede hacer un resumen más certero de lo que fue la II República, un tiempo en el que todo parecía posible. La República deslumbró a aquellos que habían nacido con un no: no a la educación, no a la esperanza. Marcelino Domingo, el primer ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, escribió que la República heredó una tierra poblada de hombres rotos. Sabemos que aquella fractura estaba ocasionada por el analfabetismo y la tremenda desigualdad que caracterizaba a la sociedad española. La República fue también el tiempo de descubrimiento de la ciudadanía, de los derechos de los ciudadanos frente a la sumisión impuesta y aceptada por los súbditos. En ese marco de derechos y de ciudadanía hay que considerar también el derecho de las comunidades a tener un estatuto de autonomía. En Aragón se inició la elaboración del estatuto con el congreso de mayo que ahora estamos recordando, pero no hubo tiempo para completar el proceso. Todo se rompió con la sublevación militar que provocó la guerra civil.
Hoy, que vivimos unos tiempos de un «presentismo feroz», hay quienes niegan permanentemente el valor de la historia como si todo empezara cada día. Sin embargo, es necesario conocer el pasado, no como un ejercicio de erudición o de nostalgia. Es necesario conocer el pasado porque el pasado no está detrás de nosotros. El pasado lo tenemos ante nosotros porque somos lo que fuimos y para entendernos es necesario reivindicar nuestro derecho a la memoria. Hoy encontramos en la sociedad elementos que aún nos hacen pensar que, lamentablemente, somos hijos de una guerra que partió la historia del siglo XX en dos, que terminó con décadas de modernización, progreso y europeización de la sociedad española. Somos hijos de una dictadura injusta que borró las conquistas de personas que, como hoy hacemos nosotros, se reunieron en este Teatro Cine Goya de Caspe porque querían un Aragón más libre y más justo. La dictadura nos legó la desconfianza, el miedo y la resignación. Todo estaba prohibido. Todo se hacía contra algo o contra alguien. La dictadura también nos robó de mil maneras nuestro derecho a desear, nuestro derecho a querernos, nuestro derecho a querer ser. Aún nos cuesta mucho, demasiado, lo que debería ser común y natural: amar Aragón, conocer su historia, defender su cultura. No se trata de un amor excluyente. Entre las bases del Estatuto de 1936, aprobadas en el congreso que hoy recordamos, hay una en la que se afirma que: «La personalidad de Aragón queda definida por el hecho histórico y la actualidad de querer ser». En Aragón basta con querer ser. Basta con querer estar –no importa de dónde vengas o donde hayas nacido–. Aquí basta con la voluntad de querer trabajar para traer un futuro mejor.
A veces, recordar duele, pero tenemos el deber de recordar y tenemos también el derecho a contarnos la historia que no nos contaron. Cada vez que analizamos nuestra historia más contemporánea descubrimos, junto al dolor por del país perdido, por el país que no pudo ser, los nombres y los proyectos que nos robó la dictadura y no podemos evitar preguntarnos por el nivel que hubiéramos alcanzado en educación, cultura, derechos, arte, ciencia y en la ética ciudadana si no hubiéramos sufrido una guerra civil y una larguísima dictadura que echó sal sobre los recuerdos. El olvido fue, quizá, la mejor estrategia para conseguir dejarlo todo «atado y bien atado». Siendo maestro de Paniza, Santiago Hernández Ruiz, publicó en Zaragoza tres libros de lectura para las escuelas: Un año de mi vida, Mis amigos y yo y Curiosidades. Después de la guerra, Santiago Hernández se exilió en México y sus libros fueron prohibidos. Enrique González, propietario de la librería La Educación y editor de estos libros, protestó ante el ministerio y, finalmente, le permitieron seguir publicándolos siempre que el nombre de Santiago Hernández Ruiz desapareciera y siempre que se cambiara el título de los libros. Así Mis amigos y yo, se editó con el título de Mis camaradas y yo. Un año de mi vida pasó a ser Un año escolar y Curiosidades se convirtió en Conocimientos.

Otro ejemplo de cómo se extendió el olvido lo encontramos en la escuela de Lasieso, muy cerca de Sabiñánigo. En 1938 alguien picó la piedra en la que estaba escrito el nombre de la escuela. Si hoy mismo nos acercáramos a ese edificio, podríamos leer: “Escuela Nacional Mixta…, y comprobaríamos que falta un nombre. Afortunadamente podemos contarnos que el nombre que falta es el de Ildefonso Beltrán, el inspector de escuelas de Huesca durante la República, militante de Izquierda Republicana, que fue diputado por el Frente Popular tras las elecciones de febrero de 1936. Esta imagen de la piedra picada de la escuela de Lasieso refleja exactamente lo que la dictadura hizo con las personas, las ideas, los proyectos, las iniciativas, los sueños y las aspiraciones de quienes perdieron la guerra. No nos podemos permitir más piedras picadas, más desmemoria y olvido, no podemos permitir esos agujeros negros por los que ha desaparecido parte de lo que somos.


Para terminar mi intervención, quiero recordar los actos de conmemoración del cuarenta aniversario del congreso pro Estatuto de Caspe. El 4 de julio de 1976 se reunió en Caspe la oposición democrática -desde representantes del partido comunista a representantes del carlismo- para recordar el Congreso Pre-Estatuto de autonomía de 1936. El general Franco había muerto unos meses antes. Algunos partidos aún no habían sido legalizados. Para conseguir la autorización para celebrar aquella reunión tuvieron que mediar el Colegio de Médicos, el Colegio de Arquitectos y más de sesenta entidades aragonesas. Cuando se autorizó la reunión, un tren especial trajo a Caspe a mil personas. Otras tres o cuatro mil vinieron por carretera. Caspe se llenó de banderas con barras rojas y pancartas con unos significativos lemas que unos meses atrás resultaban impensables: «no a las bases», «no al polígono de tiro», «no a las centrales nucleares». «Sí a los riegos», «sí a la universidad aragonesa», «sí al trabajo», «sí al ferrocarril de Canfranc».
Aquellos miles de personas que se reunieron en Caspe sentían el mismo estupor ante la libertad que quienes se reunieron en este Teatro cine Goya en 1936. No terminaban de creer que aquellas cosas se pudieran decir y se pudieran escribir. Estaban asombrados de poder estar juntos. El cántico más repetido aquel día fue: «Aragón, unido, jamás será vencido».
Hemos de recuperar la ilusión por hacer juntos un Aragón mejor. Ese era el espíritu de aquellos aragoneses que se reunieron en Caspe en la primavera de 1936, cuando todo parecía posible. Ese era también el entusiasmo que congregó a 10.000 personas en el patio de recreo de las escuelas de Caspe en julio de 1976, cuando con el fin de la dictadura, sabían que se podía crear un mundo nuevo. Esa es también la voluntad de nuestro Gobierno de Aragón con la conmemoración del octogésimo aniversario del Estatuto de Caspe que hoy, 6 de junio de 2016, nos congrega en nuevamente en Caspe.

Muchas gracias
Víctor Juan





No hay comentarios: