El pacto por la
educación será, en realidad, un refugio en el que los niños y los jóvenes
aragoneses podrán cobijarse, un sitio en el que soñar su futuro, un lugar para
crecer, un espacio desde el que mirarán demoradamente la realidad para
entenderla y mejorarla. Cuando dispongamos de este espacio levantado con la
participación de todos, alumnos, padres y profesores, y la sociedad en su
conjunto, sabremos en qué dirección hemos de dirigir nuestro esfuerzo. Mientras
escribía este texto, pensaba que una poderosa imagen del pacto por la educación
son los muros y los edificios construidos con la técnica de la piedra seca. Al
principio, al contemplar el montón de losas y de guijarros, todos de formas
irregulares y de distintos tamaños, cualquiera creería que levantar un muro,
una pared o un lugar para guarecerse es una tarea imposible y, sin embargo, se
puede. Ahí están las viejas edificaciones del Maestrazgo turolense en Cantavieja
y en La Iglesuela del Cid o las de Montalbán, las de la Jacetania o las del Somontano
del Moncayo. Algunas siguen en pie desde la prehistoria después de haber
soportado todo tipo de inclemencias. Y las levantaron muchas manos, con
humildad, paciencia y determinación. Cuando las miramos nos dicen que, a veces,
basta querer, pero la lección que nos brindan, la que más nos interesa tener
presente ahora, es que es tan importante contar con los grandes bloques de
piedra como con los humildes guijarros, esenciales para la estabilidad y la firmeza
de la construcción. El pacto por la educación aragonesa será realidad si somos
capaces de sumar y de aunar voluntades. Para lograr este propósito hemos de
contar con lo que propone la mayoría, pero también, y especialmente, con las
opiniones y las sensibilidades minoritarias. En el pacto por la educación
aragonesa, como ocurre con cada uno de los componentes de un muro de piedra
seca, todos somos necesarios e imprescindibles. Y nadie es, por sí solo,
suficiente.
Queremos un
pacto educativo porque entendemos que la educación es un asunto de todos, que
exige participación, diálogo y debate. Nos hemos de exigir generosidad y amplitud
de miras. Hay que pensar en el bien común, huyendo de las urgencias a corto
plazo que tantas veces han frustrado valiosos proyectos. No puede olvidarse que
más allá del nivel de conocimientos en matemáticas, inglés, latín o literatura
que alcanzan los estudiantes, la educación de un país solo puede valorarse en
el tiempo largo porque es entonces cuando se manifiesta el civismo, el grado de
cultura y de justicia de una sociedad, la tolerancia y el respeto hacia las
ideas de quienes no piensan como nosotros. Y madurar en esa dirección exige
tiempo y constancia, como ha de ser constante la lluvia que fecunda la tierra. Necesitamos
consolidar planes, proyectos y programas. El sistema educativo no puede cambiar
de orientación cada vez que cambia la mayoría política en los parlamentos.
Pacto es sinónimo de estabilidad y de una necesaria previsibilidad. En
educación, el cambio permanente genera confusión y desconfianza.
Un pacto por la
educación ha de basarse en acuerdos previos. Compartimos muchos principios, más
de los que a veces nos parece. El Consejo Escolar de Aragón, la institución en
la que todos estamos representados y que resume la dimensión moral que la
educación tiene, trabaja desde hace meses, sin desmayo, para alcanzar ese gran
acuerdo. Aragón es tierra de compromisos. Considerando nuestra historia, el
pacto por la educación es factible. En Aragón hacemos realidad cotidianamente aquello
que al principio se antoja imposible.
Víctor Juan
(Publicado en Heraldo de Aragón el 31 de marzo de 2016)
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