Durante cincuenta años no había ido al
médico nunca, no me habían hecho un análisis de sangre, no había estado
ingresado en un hospital… Todo eso es mi pasado remoto. Ahora tengo equipo
médico habitual y he aprendido que soy más valiente de lo que creía, que el
dolor nos hace más humanos y nos ayuda a entender mejor el mundo. Estoy en ese
momento en el que me asusta más el sufrimiento de las personas que quiero que mi
propio dolor. Ahora sé que hay que afrontar la enfermedad con humildad y
confianza.
Mi cirujano y mi anestesista son hermanos:
Fernando y Javier Martínez Ubieto. Los dos son zaragocistas, es decir, personas
de bien. Javier, el anestesista, me atendió desde que entré en el quirófano.
–Los zaragocistas –sentenció– tenemos que
pincharnos entre nosotros.
Unos días antes habíamos coincidido en la
consulta de Fernando y yo le había regalado un ejemplar de nuestro Álbum de fotografías del Real Zaragoza
de ediciones La Ventolera. Aquella tarde en el quirófano, se sentó al borde de
la cama y me dijo que le gustaba mucho el texto de presentación del álbum que
firmamos Melero y yo. Mientras disponían todo en la mesa de operaciones, Javier
y yo hablamos de Melero, de su biblioteca y de su Leer para contarlo, que acaba de reeditarse. Luego me preguntó cómo
era Luis Alegre en la vida real. Le conté lo más aparente: que es amigo de
todos, que tiene mucho éxito con las mujeres y que organiza unos estupendos
encuentros con gentes de cine en Zaragoza… No tuvimos tiempo para más.
–Ahora –me dijo– te vas a dormir
enseguida. Lo mejor es que lo hagas pensando en nuestras cosas. Piensa en
Violeta, en Arrúa, en Juan Señor y en el gol de Nayim. Todo irá muy bien…».
Ya estoy en casa. He dormido mal en la
clínica y he comido peor, pero no vamos a los hospitales a dormir o a comer. Melero
me dice que un auténtico aragonés no tiene tiroides. Me río tanto que temo por
la costura de mi cuello.
Miguel Mena y Fernando Sanmartín me
escriben cada día. Mis amigos son la red sobre la que hago los saltos mortales.
Me recuerda Fernando que hay un tiempo para la acción y un tiempo para la
contemplación. Pronto volveré a predicar por los desiertos. Ahora he convertido
este valle de lágrimas en un balneario. Tengo la certeza de que para vivir os necesito
a vosotros. Del tiroides ya ni me acuerdo.
4 comentarios:
Querido Victor, al contrario que tú, llevo cuarenta años enferma, y lo que me queda... los de mi equipo médico ya son mis colegas hasta el punto de preguntarme a mí sobre mis tratamientos en vez de yo a ellos. Dicen que sin salud todo es imposible, pero no es cierto. Lo que nos mantiene anclados a este mundo, y de vez en cuando nos hace felices, es el amor. Por eso, cuando enfermamos, nos preocupa más el sufrimiento de nuestras personas queridas que el propio. Ahí has estado muy acertado... Me consuela saber que todo pasará y volverás a estar bien, algunos no deberíais ser tocados por la mano del diablo.
Querida Elena,
Gracias, gracias, gracias.
Gracias por compartirlo, Víctor.
Por tu sentimiento y tu palabra, por tu pasión...
Jacobo
Fenomenal, una vez más. Apostolando zaragocismo en las duras y en las maduras. Saludos
J.Vicente Casanova
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