23 junio 2009

Contar el mundo

Cuando el auto de transportes que realizaba el trayecto Barcelona-Barbastro dejó en la escuela la imprenta, los niños supieron que nunca olvidarían aquel día y escribieron en la primera página de Chicos:
“La fecha de hoy, 1 de junio de 1933, será célebre en la historia de nuestra escuela dirigida por D. José Bonet (…). Grandes eran nuestros deseos de ver nuestros pensamientos en caracteres impresos”.
Cada vez que pienso en estos textos libres, compuestos letra a letra, tengo la certeza de que estamos ante el relato de la vida contada con ojos de niño, una gran novela colectiva que convierte a Barbastro en Macondo. En esta sinfonía coral fluye la memoria, la pasión, la aventura, el humor, los sucesos íntimos de las familias, las tradiciones, las romerías, los viajes, las celebraciones, las travesuras, los dramas cotidianos, los juegos, los paisajes, los rincones de la ciudad y los personajes que pululaban por el entorno vital de aquellos centenares de niños que tuvieron el privilegio de contar el mundo con palabras auténticas, con palabras de señalar, nombrar y querer porque en su vida se cruzó José Bonet Sarasa, un maestro que puso a su disposición la herramienta que les permitía hacer reales y tangibles –mediante los tipos de plomo, el linóleo, las gubias, la tinta y el papel– sus pensamientos y sus sentimientos.
El tiempo ha convertido a aquellos niños que compartieron la alegría de la palabra y de la creación, en cronistas de la ciudad ya que en estas páginas encontramos la historia cotidiana de Barbastro: los aniversarios de la proclamación de la República, los resultados de los exámenes de reválida del instituto, el cine, los comercios, el circo, la siembra, la poda, la fabricación de cañizos, la molienda de la oliva, la colonia escolar de Torredembarra, los partidos de fútbol…
Junto a estas páginas de las revistas Caricia, Chicos y Helios también recuperamos la luz de la palabra que alumbró algunas escuelas aragonesas gracias al trabajo de maestros como José Carrasquer, Ramón Acín, Herminio Almendros, Simeón Omella y José Bonet.
Los textos escritos por los niños de Barbastro son una evidencia del poder emancipador de la palabra, una muestra de cómo las palabras nos permiten apropiarnos del mundo, contarnos y explicarnos, desear, recordar y soñar. Y hoy más que nunca, en nuestra sociedad mediática, la palabra es un instrumento imprescindible.

Víctor Juan

[Presentación del libro Transformar el mundo desde la escuela con palabras. Los cuadernos freinetianos de Barbastro durante la II República

02 junio 2009

Tres mujeres

El Hermanos Marx fue mi tercer destino como maestro. Había trabajado un año en Alcorisa y dos en Langa del Castillo, una pequeña escuela unitaria donde viví algunas de las experiencias profesionales más hermosas de cuantas he disfrutado.

Llegué al Hermanos Marx uno de los primeros días de septiembre de 1990 después de dar muchas vueltas por unas calles que me parecían todas iguales. No teníamos ni móvil, ni GPS así que pregunté a varios vecinos hasta que entre todos dimos con el emplazamiento de la escuela.


María Sánchez Arbós

Quiero tomar prestada una frase de una de las mujeres de mi vida: María Sánchez Arbós (Huesca, 1889 - Madrid, 1976). Cuando doña María recordaba su trabajo en la Institución Libre de Enseñanza afirmaba: “En mi contacto con la Institución aprendí más que enseñé…”.

Yo también aprendí más que enseñé durante los dos cursos que pasé en el Hermanos Marx. Aprendí de mis compañeras de Educación Infantil y del resto del profesorado del claustro. Aprendí mucho de los padres de los niños y del grupo de maestros que nos quedábamos a comer y a reír (no sé si por este orden) en el comedor escolar y luego tomábamos café en la cafetería del Tiempos Modernos. Aprendí de Paco, el conserje a quien aún saludo cada vez que nos cruzamos por las calles de Zaragoza.

Como afortunadamente no hice la mili, mi anecdotario personal se alimenta de mi relación con estudiantes de todas las edades porque en los últimos veinte años he dado clase en todos los niveles del sistema educativo. De entre las cosas que me han sucedido hay dos que recuerdo varias veces cada año, las cuento en mis clases, en alguna de las charlas que ocasionalmente doy en escuelas, se las cuento a los amigos... Las dos historias nombre de mujer.


Elisa

Elisa tenía cuatro años. Hoy será doña Elisa. Una mañana hicimos juntos el recorrido desde el puente de Santiago hasta la escuela. Ella en el Panda blanco de Ana Malo, su madre, y yo detrás, en mi viejo Renault. A veces se asomaba por luna trasera, me miraba y sonreía. Al llegar a la escuela Ana me dijo:

–¿Sabes qué me ha preguntado Elisa?

–Cualquier cosa.

–Me ha preguntado que dónde vivías y yo le he explicado que no muy lejos de nuestra casa. Luego me ha preguntado que con quién vivías y le he dicho que con tu madre. Entonces me ha mirado con unos ojos como platos y ha exclamado:

–¡¿Víctor aún es hijo?!

Sí, era hijo. Entonces no sabía que somos hijos hasta que nos hacemos padres. Ser hijo es un estado pasajero. Sin embargo, somos padres para siempre. Aunque nuestros hijos crezcan y sean –como deseamos– más fuertes y más sabios que nosotros. Aunque no nos necesiten. Somos padres para siempre.


Irene

Irene tenía cinco años. Hoy será doña Irene. Un día tuve que llevarla al centro de salud para que le curasen una brecha que se hizo en la frente. Yo creía que me moría del dolor que me causaba mirarla y ella me repetía “No me pasa nada”.

En clase teníamos un calendario que estudiábamos todos los días para apropiarnos de la secuencia temporal en la que transcurre nuestra vida: “Lunes, regamos las plantas”, “martes, tomamos el flúor”, “miércoles, hacemos psicomotricidad”, “jueves,…”. Un jueves Irene defendió vehementemente que no podía ser jueves:

–Mi tía come todos los jueves en mi casa. Hoy no ha venido a comer a casa. Es imposible –sentenció– que sea jueves.

¡Cuánta razón tenía Piaget!


Dice el tango que veinte años no son nada. Y no es cierto. En nuestro caso, veinticinco años son muchos sueños, risas, palabras, juegos, emociones, descubrimientos, esfuerzo, ilusión, ganas de querer ser mejores… Y por todo ello, y por lo que es imposible contar, hemos de felicitarnos.

[El colegio Público Hermanos Marx de Zaragoza ha cumplido 25 años. Ayer se presentó el libro del XXV aniversario, un libro bien pensado y muy bien desarrollado. Me pidieron un breve texto y escribí este].

10 mayo 2009

Zaragocismo




Como si de mí dependiera el resultado, esta temporada más que ninguna otra, a partir del jueves sólo pienso en el partido del sábado. Siempre creo que vamos a ganar. Y hoy que jugamos contra el Huesca también quiero que el Zaragoza gane. No quiero ganar en el Alcoraz de una manera especial porque con el Huesca no nos une una especial rivalidad. Aunque soy mayor no había nacido la última vez que el Huesca y el Zaragoza se enfrentaron en el campo de San Jorge hace 58 años. Por eso este encuentro no es un derbi, sino un accidente, un hecho ocasional. Un derbi se celebra entre equipos cuyas aficiones mantienen una constante rivalidad. Y no es el caso. He de reconocer -y no quisiera herir la sensibilidad de nadie- que hasta donde alcanza mi recuerdo en casa se ha hablado siempre de fútbol, pero yo he pensado muy pocas veces en el Huesca. Quizá cuando hace dos o tres temporadas se jugaba en ascenso a segunda división me pareció genial la propuesta de Mariano Gistaín: que el Huesca jugara en La Romareda y que pudiéramos ir 30.000 zaragocistas a apoyar al equipo altoaragonés. Hubiera sido muy bonito. Y allí hubiéramos estado.

[Hoy intervendré en Radio Huesca. Me han invitado por ser un zaragocista que trabaja en Huesca, por ser un zaragocista a quien le gusta mucho la Huesca de Ramón Acín, María Sánchez Arbós, Paco Ponzán, Víctor Pardo, Carlos Castán, Óscar Sipán, la Huesca del Museo Pedagógico de Aragón, de Walca...

Estos dibujos los hizo Ramón Acín en 1923-1924. Acín guardaba entre sus papeles algunos recortes de prensa con noticias de fútbol y fotografías de futbolistas]

08 mayo 2009

Ramón Acín


[Para Marta Navarro]

El perro de Ramón Acín se llamaba Tobi y era famoso en la ciudad como lo son los tontos de capirote. Era un perro negro, sin rabo, alegre, inteligente y juguetón que se entristecía cuando le ponían el bozal. Por eso Ramón Acín cogió una brocha y le pintó el bozal que tenía que llevar obligatoriamente al salir de casa. Con su falso bozal el perro corría feliz por las calles y los laceros municipales no le molestaban.
Ramón Acín tenía un amigo zapatero. También gozó de la amistad de escritores, poetas, artesanos, militares partidarios la República, estudiantes, sindicalistas, obreros.... Fue amigo de Buñuel, de Lorca, de Sánchez Ventura… Pero su mejor amigo se llamaba Juan Arnalda y tenía un taller de zapatería en la calle San Orencio, en Huesca. Con Arnalda se escondió en su casa de la calle Las Cortes una noche asfixiante de julio, cuando los militares se sublevaron contra el Gobierno de la República. Estuvieron escondidos hasta que Ramón Acín decidió entregarse para terminar con el sufrimiento de Conchita y de sus hijas. La víspera convenció a Arnalda para que huyera y le pintó –con las mismas manos que años atrás simularon un bozal para el Tobi- unos bigotes. Le dejó una de sus grandes boinas para que nadie le reconociera. Arnalda salió de Huesca y murió en Bayona en 1977. Acín se entregó y lo fusilaron el 6 de agosto de 1936.
Ramón Acín era un hombre bueno. Jugaba con la vida y se reía de sí mismo. Sólo tomaba en serio la injusticia y su compromiso con los humildes. Quienes lo mataron no soportaban que fuera feliz, que soñara, que amara a Conchita, a Katia y a Sol, que sus alumnos le quisieran. Ramón Acín eligió estar del lado de los humildes. Eligió la alegría y la vida.
“No te defraudaremos -escribió Paco Ponzán en Nuevo Aragón de 9 de marzo de 1937- Tus hijas, Katia y Sol, verán en cualquiera de nosotros un pedazo tuyo”.
Somos un pedazo de Ramón Acín cuando elegimos la bondad, la belleza y la alegría. Cuando nos comprometemos con causas justas y cuando somos capaces de trabajar para hacer un mundo mejor para los demás.

13 marzo 2009

Para nosotros

El martes 3 de marzo dándole vueltas al diseño de unas jornadas que se celebrarán en Huesca con el título “Aragón: Educación y Libertad. En el centenario de Ferrer i Guardia” pensé que sería interesante hacer una edición facsímil de un ejemplar del diario Nuevo Aragón, portavoz del Consejo de Defensa de Aragón, que se publicó en Caspe desde el 20 de enero de 1937 hasta que el 11 de agosto del mismo año las tropas de Enrique Líster entraron en Caspe y asaltaron los talleres en los que se imprimía este periódico.
No me interesaba cualquier ejemplar. Tenía que ser el del martes, 9 de marzo de 1937, el número en el que Paco Ponzán, Evaristo Viñuales, Miguel Chueca y José Mavilla rinden un homenaje a Ramón Acín, asesinado en Huesca el 6 de agosto de 1936. Después de sorprenderme con esta idea intenté dominar el vértigo que despiertan en nosotros los sueños imposibles y deseé que en el fondo “Ramón Acín” depositado en el Museo de Huesca se conservara el ejemplar entero y no únicamente los cinco recortes que yo conocía por La línea sentida de Emilio Casanova y Jesús Lou.
El miércoles por la mañana hablé con Mari Paz Cantero, la conservadora del fondo “Ramón Acín” del Museo de Huesca y me confirmó que sólo tenían los cinco recortes, que no sabía cuántas páginas tendría el ejemplar completo. Le conté quiénes eran Evaristo Viñuales y Paco Ponzán, le repetí el estremecedor párrafo del testamento que Paco Ponzán firmó el 27 de diciembre de 1943 en la prisión militar de Furgolle:
“Deseo que mis restos sean trasladados un día a tierra española y enterrados en Huesca, al lado de mi maestro, el profesor Ramón Acín, y de mi amigo Evaristo Viñuales”.
En Nuevo Aragón de 9 de marzo de 1937 estaban juntos Ponzán, Viñuales, Ramón Acín… Le conté a Mari Paz que por aquellos días Palmira Plá también estaba en Caspe, enamorada de Paco Ponzán, dirigiendo las colonias escolares… Le dije que he encontrado cosas que parecían perdidas y que mi amigo Eloy Fernández Clemente suele repetirme que los brazos de la Venus de Milo están en algún sitio, que alguien los encontrará… Luego preferiremos la Venus sin brazos…”
Cuando ya nos despedíamos le dije a Mari Paz:
-Si en el ejemplar de 9 de marzo de Nuevo Aragón hay un texto de Palmira Plá… yo me tiro por la ventana.

Aquella misma mañana llamé a mi primo Javier Cortés, vinculado al Centro de Estudios Caspolino, por si tuviera noticias de alguna colección particular, hablé con Carlos Serrano –que le envió recado a José Luis Ledesma–, les escribí a Antonio Peiró, a Julián Casanova y a Javier Díaz… Busqué por internet, consulté la bibliografía que tenía en casa… Le escribí a Alberto Serrano Dolader –caspolino, periodista, amante de todo lo que tiene que ver con Caspe y con Aragón– … Nada… Tendríamos que ir a Salamanca, al archivo de la guerra civil y ver si allí nos permitían la reproducción del ejemplar de Nuevo Aragón.
Un poco antes de las doce de la noche recibí un correo de Alberto Serrano. “Has tenido suerte –me decía–, en mis tiempos de estudiante en Barcelona compré algunos, muy pocos, ejemplares de Nuevo Aragón y tengo el ejemplar que te interesa que incluye una fotografía de Ramón Acín. Cuando quieras te lo dejo”.
“Lo quiero mañana –tecleé apresuradamente–. Iré a buscarlo dónde me digas y cuándo tú me digas”.
El día de la cincomarzada fui a casa de Alberto. Me dio el ejemplar –inmejorablemente conservado– en una carpeta azul. Mis hijos me esperaban en el coche. Blanca, que ya tiene 14 años y es mi cómplice en muchas de mis locuras me preguntó:
-¿Está?
-Aún no lo sé. No lo he mirado.
Empezamos a pasar las páginas y en la página siete, junto a un artículo sobre gallinas ponedoras en el que se explicaba cómo construir un gallinero, allí estaba... El texto de media página de Palmirá Plá sobre colonias escolares. Estaban todos juntos… Acín, Ponzán, Viñuales y Palmira Plá.... Estábamos todos juntos.
Supe que todo lo habían hecho para mí. Palmira Plá pudo publicar su texto cualquier otro día, Alberto pudo no haber comprado ejemplares de Nuevo Aragón o que entre ellos no se hubiera encontrado éste. Cuando acaricio las ocho páginas de Nuevo Aragón sé que este cuento se escribió para nosotros.
Como no soy un hombre de palabra, no me he tirado por la ventana. Sólo he sido feliz.

13 febrero 2009

El señor de las palabras [A propósito de Fotografías veladas de Antón Castro]

Me voy a permitir contarles o recordarles algunas circunstancias que nos ayudan a entender quién es Antón Castro. Su manera de fabular y de escribir sólo se explica si atendemos a cómo fue su infancia. Antón nació en Santa María de Lañas, una aldea próxima a Arteixo. Después de veinte años de zozobra intelectual, Pepe Melero ya acepta que los delfines acariciaran las piernas de Antón cuando se bañaba en las playas de Barrañán. También hemos dado por bueno que llovieran ranas cuando Benito, el padre de Antón, volvía de Suiza con un saco de naranjas sanguinas bajo el brazo. Antón era un niño que todo lo miraba de otra manera. En su casa le decían “Planetas” porque cuando contaba las cosas nunca se sabía bien dónde terminaba la realidad y dónde empezaba el terreno de la fantasía. Antón improvisaba partidos de fútbol con botones y los más bonitos se llamaban Yarza, Violeta, Canario, Santos, Sigi, Marcelino, Villa y Lapetra.
En Aragón Antón Castro es, simplemente, Antón. Así se le conoce en el mundo de la cultura y de la política, en el mundo del arte, en el mundo del deporte. Y por supuesto, aquí, en Garrapinillos.
Antón ha contado en muchas ocasiones que vino a Aragón casi por accidente, huyendo de todo, huyendo de sí mismo. Hace treinta años una tempestad le dejó varado en Zaragoza. Como cuenta en “La estación del adiós” aquí encontró a la mujer de su vida, se enamoró, tuvo cinco hijicos que, como dice Mariano Gistaín, valen más que cinco bemeuves. Se quedó entre nosotros con su mirada de niño perpetuo dispuesto a dejarse conmover por los prodigiosos cotidianos de la vida. Cuando decidió quedarse quizá tuviera una camisa blanca que lavaba cada noche y que tendía al raso para que se la planchara la Luna. Quizá viviera en la calle Estudios o en Casta Álvarez y luego se instalara en una avenida que se estremecía con el paso de los trenes. Quizá tuviera algunos libros o carpetas llenas de recortes y fotografías de los temas que le apasionaban: el cine, el fútbol, el boxeo, el atletismo, la fotografía. Lo que sí es seguro es que tenía las 27 letras del alfabeto. Y con ellas contaba el mundo.
Mientras escribía esta breve presentación recordé un delicioso episodio de El cartero de Neruda, la novela de Antonio Skármenta que refleja la importancia de las palabras para entendernos, para explicarnos, para encontrarnos y para amarnos.
Como recordarán, Mario Jiménez, era un joven que cambió su destino como pescador para llevarle la correspondencia a Pablo Neruda. Un día se armó de valor y le confesó a don Pablo que quería ser poeta.
-Hombre, en Chile –dijo Neruda- todos son poetas. Es más original que sigas siendo cartero. Por lo menos caminas mucho y no engordas. En Chile todos los poetas somos guantones.
Neruda retomó la varilla de la puerta, y se dispuso a entrar, cuando Mario mirando el vuelo invisible de un pájaro dijo:
-Es que si fuera poeta podría decir lo que quiero.
-¿Y qué es lo que quieres decir?
-Bueno, ese es justamente el problema. Que como no soy poeta, no puedo decirlo.
Durante estos años, Antón se ha convertido en el señor de las palabras, en el escritor que sabe qué quiere contar y cómo ha de contarlo.

Fotografías Veladas
Catorce años después de publicar Veneno en la boca, un libro de entrevistas que yo he leído decenas de veces, Antón vuelve a Xordica para ofrecernos una veintena de cuentos reunidos en un gran libro titulado Fotografías veladas.
Conviene tener claro desde el principio que una fotografía no es la realidad. Una fotografía es una representación y a veces oculta la realidad o la tergiversa o la embellece de tal manera que preferimos la imagen a la realidad misma. La realidad es un concepto permeable, cambiante. Por eso en Fotografías veladas los personajes de Antón saltan a la realidad y se pasean por lugares reales, pero al mismo tiempo los personajes reales invaden el universo que Antón crea con palabras. En los cuentos de Antón la realidad y la ficción se dan la mano en un territorio mágico.
En Fotografías veladas hay homenajes permanentes. Homenaje a Leoncio Gascón, a Teruel, a Urrea de Gaén, al Somontano del Moncayo, a Loarre, a Zaragoza. Hay mucho fútbol y algunos maestros (como don Antonio y Matilde). Hay muchos personajes reales como Miguel Mena, Paco Boisset, Balfagón, José Luis Melero…
Antón tiene una asombrosa capacidad para enamorarse de los paisajes, de la gente que le acompaña cotidianamente, de la tierra en la que vive. Luego lo cuenta con esa pasión tan suya por contar y a todos nos entran unas tremendas ganas de vivir en Cantavieja, en La Iglesuela del Cid, en Urrea de Gaén o en Fisterra para contemplar los cielos que descubre Antón. Creemos que encontraremos seres imposibles o que nos mirarán las sirenas como le miran a él.
Antón ha hecho de Garrapinillos un escenario definitivamente literario. En estas calles sucedió el encuentro de Manuel Martín Mormeneo con Sonia en “La joven y el reportaje imposible”:
“…Vengo a menudo por aquí. Me gustan los huertos, los albérchigos, las higueras, los manzanos. Alargas una mano y coges lo que te apetece. Además hay una casa que me gusta mucho, toda cerrada con mirtos. Se llama El Aleph. Siempre juego a pensar qué ocurre dentro, en los jardines, cuando cae la tarde”.
Les confesaré que yo he paseado por los alrededores del Alehp con la vana esperanza de encontrarme con Sonia, la miseriosa mujer que conduce un Audi y me consta que lo mismo hicieron en más de una ocasión Javier Torres, Pepe Melero o Rodolfo Notivol. Incluso colgué en la web una fotografía de una falsa Sonia sólo para despertar los celos de Antón y la envidia de Pepe Melero.
Antón Castro ha construido letra a letra su universo literario, un mundo reconocible del que forman parte playas de nombres imposibles y lugares como Garrapinillos, Barrañán, Huesca, Loarre, Cantavieja o Ejulve, y en esos paisajes Antón hace sentir, amar, recordar y, en definitiva, vivir a unos personajes que también son ya nuestros: los masoveros, las sirenas, los fantasmas, las brujas, escritores y futbolistas, niños que sueñan y hombres y mujeres que persiguen el amor porque saben que sólo las pasiones dan sentido a nuestra existencia.
Lean Fotografías veladas. Déjense llevar por las palabras y prepárense para sumergirse en este Macondo particular de Antón Castro en donde viven Patricio Julve y Manuel Martín Mormeneo en un mundo en el que las mujeres huelen a bambú o a manzanas rojas, un universo de seres atrapados en mil pasiones, arrastrados por la melancolía, un universo de seres que miran lo cotidiano como nosotros no seríamos capaces de mirar nunca.

06 febrero 2009

El cielo que miraba Paco Ponzán

Tropiezo con un papelillo que guardé en el cajón de la mesa de mi despacho. En el verano de 2004 escribía la historia de amor de Paco Ponzán y Palmira Plá y una tarde, sin venir a cuento, Blanca me dejó encima del teclado del ordenador una acuarela que ella había dibujado en secreto para mí y el papel que ahora acarició:
"El cielo que miraba Paco Ponzán mirado ahora por Víctor Juan".
Blanca tenía nueve años. Yo la quería, pero no imaginaba cuánto la iba a querer ahora que está a punto de cumplir 14 años.

01 febrero 2009

En el puesto fronterizo de Ariza




El general de carabineros Víctor Juan en tareas de adiestramiento de la caballería aragonesa.

El brigadier Melero está ordenando la biblioteca.



31 enero 2009

Las manos de Julia*


Una mañana vino a verme un carpintero. La lectura de un artículo que firmé en el suplemento dominical de un periódico sobre la violencia de los primeros días de la guerra civil le animó a visitarme. Enseguida llegué a la conclusión de que era una de esas personas que necesita tiempo para contar, para contarlo todo a su manera. Me explicó que suele detenerse a repasar los muebles que se amontonan en las aceras esperando que los lleven al basurero. Busca tesoros entre los despojos de esta sociedad de la opulencia. Cree que todo puede servir para algo, que a todo se le puede encontrar una segunda utilidad. En algunas ocasiones recupera un tirador, unas bisagras, un trozo de cristal, el marco de un espejo o las baldas de un armario... Otras veces recoge muebles enteros que alguien hizo con sus manos utilizando madera de nogal, de roble, de pino o de abeto… Disfruta devolviéndoles la vida. Tras unos meses en la carpintería, aquellas piezas que arrastran una historia de dignidad, un pasado de esplendor, de servicio, de vergüenza, de abandono o de sufrimiento vuelven a ser útiles, vuelven a existir, están en condiciones de conquistar de nuevo un espacio, un hueco en el universo de la materia viva.
Así encontró una mesa de roble. Enseguida se dio cuenta de que se trataba de la mesa de alguien que escribía, leía o pensaba apoyado en ella. Tenía cajones a ambos lados del hueco preparado para las piernas. En uno de esos laterales descubrió un pequeño rectángulo metálico en el que leyó “Ministerio de Instrucción Pública. Madrid, 1924”. Era la mesa de un maestro. Y le gustó que fuera una mesa que había estado en una escuela, sobre la tarima, junto a la pizarra. Seguro –pensó– que alrededor de ella se congregarían los niños. Esa mesa había soportado el peso de los libros, de los trabajos escolares, del borrador y la tiza, de la hucha con forma de cabeza de chinito, de la botella para preparar la tinta. Era la mesa de un maestro que habría disfrutado de la monotonía de la lluvia en esas tardes de escuela cuando llovía. Así lo escribió Machado. Decidió que la restauraría para que su hija Irene, una niña de diez años, empezara a estudiar sobre ella. La cargó en su furgoneta y la llevó al taller.
Siempre tenía encargos pendientes. Los entregaba irremediablemente con retraso porque nunca sabía qué iba a pedirle la madera. No podía predecir el momento en el que una ventana, una escalera, una caja o una estantería estarían terminadas. Él trabajaba mientras la madera reclamaba sus cuidados. Era incapaz de dar por concluido un trabajo hasta que tenía la certeza de que sus manos no podían hacer nada más por cada mueble, por cada pieza de madera por pequeña que fuera. “Sabe –me decía para que entendiera cómo hacía su trabajo–, cuando alguien entra en mi taller, yo dejo que me cuente, que me explique qué quiere, y después decido si acepto el encargo”.
La mesa se quedó arrinconada en el taller, esperando pacientemente que llegara su turno junto a los restos de lo que parecía haber sido una puerta, entre maderos y listones, sepultada bajo una capa de serrín cada vez más espesa que amenazaba con ocultarla totalmente.
Una mañana el carpintero tomó un trapo y se dirigió a la mesa del maestro. Al quitar el serrín pudo ver la madera surcada de líneas, las esquinas astilladas, la huella que el paso del tiempo había dejado en el tablero… La madera aún estaba viva… Abrió y cerró algunos cajones. Como si sus ojos no le bastaran para conocer el estado de la mesa, la acarició demoradamente con sus manos decididas y firmes. Sonrió. Le gustó mucho más que cuando unos meses atrás la recogió de la basura. “Hoy –dijo para sí– me pondré con la mesa de Irene”. La empujó hacia la zona de trabajo, el espacio en donde lo más importante de aquel universo lo tenía al alcance de la mano: la lijadora y el cepillo, las escuadras y las reglas, los formones y las gubias, las barrenas, los martillos, los destornilladores de todos los tamaños, los lapiceros y los compases, los serruchos, las fresas, los sargentos, las tenazas, el bote de cola blanca… Antes de hacer nada contempló nuevamente la mesa, se acercó al calendario y trazó con su lápiz rojo un círculo sobre el día 20 de septiembre. Encima escribió: “Mesa de Irene”. Aquel acto no tenía ninguna importancia práctica. El 20 de septiembre, la víspera de estrenar el otoño, no iba a ser la referencia de nada. Él trabajaba sin plazos y sin límite como si el trabajo no tuviera que ver con él. Pero quería saber cuánto tiempo era necesario para que la mesa decidiera nacer. Sus manos trabajaban silenciosas sobre el roble. Acuchillaban, lijaban, cepillaban, volvían una y otra vez sobre los bordes, pulían los cantos, eliminaban algunas manchas de tinta que habían teñido el tablero de la mesa…
Después de unos días en el pequeño taller del artesano todo giraba alrededor de la mesa. El mundo se reducía a la relación del carpintero con ese mueble. Parecía que conversaban, se estremecían, sufrían y disfrutaban al unísono. Lo que sentía el uno lo percibía también el otro. Cuando se sumergía en sus proyectos, el carpintero sólo podía pensar en el modo de responder a las preguntas que le hacía la madera, como si las virutas que se extendían por el suelo impregnaran también sus sueños.
Cuando ya había concluido los trabajos más urgentes por el exterior de la mesa, sacó los cajones y comenzó a prepararlos para recibir el barniz que protegería la madera. Entonces, al darle la vuelta completa a la mesa fue cuando descubrió, pegado en el fondo de la cajonera, un sobre marrón. Lo arrancó cuidadosamente procurando no romper el papel y comprobó que había algo en su interior. Abrió el sobre y sacó una fotografía y una papeleta electoral en la que bajo el título de “Elecciones a Diputados a Cortes. Coalición de Izquierdas” había escritos cuatro nombres. Con ese patrimonio se presentó en mi despacho.

* Fragmento de la novela Las manos de Julia. Siempre es difícil encontrar editor para las historias. Pero es más difícil escribirlas. Y esta novela ya está escrita.

06 enero 2009

Zaragoza

Hace unos días recibí Laberintos, una revista admirable hecha con mucho cuidado y mucho talento en el Instituto de Educación Secundaria ELAIOS de Zaragoza. Entre muchas sorpresas agradables me emocionó un gran texto de Daniel Gascón sobre Zaragoza:

"Con sus maravillas y sus desastres, Zaragoza es mi ciudad, la ciudad de muchos de mis amigos y de muchos de los escritores que más me han marcado. He vivido en bastantes sitios, pero en Zaragoza tengo la sensación de que los personajes de sus relatos caminan a mi lado, y me parece que paseo en la mejor compañía".

Lean el texto completo: En buena compañía.

Mariano García ha recuperado en un artículo en Heraldo de Aragón la historia de un tango dedicado a Zaragoza que triunfó en la Alemania de Hitler. Creo que este tango de 1932 también es una buena compañía para las palabras de Daniel Gascón, uno de los grandes escritores
zaragozanos. [Aquí pueden escucharlo]

30 diciembre 2008

Queridos Reyes Magos,

Como este año no he sido todo lo malo que hubiera podido ser si me lo hubiera propuesto seriamente quiero para Elena Monforte un administrativo –no hace falta que sea el administrativo de la señorita Pepis- bastará con que sea eficiente, atento, educado y con capacidad para ilusionarse con nuestros proyectos. También quiero que le traigáis a Elena calor para el corazón y luz para sus ojos de mirar el mundo. Y que llenéis su casa de felicidad. A Fernando no hace falta que le traigáis un Golf nuevo. Ya arreglará el que tiene.

A Pepe Melero no le traigáis nada. Ya tiene una vida perfecta con Yolanda, Iguácel y Jorge. Dejad la primera de Pedro Saputo que me habéis ofrecido en el balcón de cualquier otro bibliófilo. No es bueno tenerlo todo. Que espere Pepe Melero. Los deseos nos mantienen vivos.

La Tercera para mi hermanico Víctor Pardo.

Una playa para Antón Castro , que ya tiene una casa con sirena. Una playa en la que el orballo fecunde la memoria, una playa en la que la brisa acune los sueños, una playa en la que de vez en cuando se extiendan las bretemas precisas para que Antón escriba nuestras historias de fotógrafos, aparecidos, mares, mujeres y marinos, enloquecidos, meigas y pasiones destadas. Una playa con Golpes de mar y con prometedor horizonte y, sobre todo, tiene que ser una playa en la que Antón sienta al atardecer el roce en su piel de aquellos golfiños que le acariciaban en el mar de las primeras tardes de su infancia.

También quiero el número ocho de la serie Publicaciones del Museo Pedagógico de Aragón.

29 diciembre 2008

Alargar los gozos con palabras

Me han hecho mil veces mil esa advertencia. Primero mi madre y ahora mi mujer. "Eso ni lo sueñes". Pero yo no hago caso. No hago caso casi nunca. Quizá sea un gen, el gen de no hacer caso, el gen que me transmitió mi abuelo Valentín:
-Ten cuidado, maño. Aquí, si te descuidas, te quitarán hasta la manera de andar.
"Eso ni lo sueñes". Pero yo sueño. Y cuando he soñado ya nada tiene remedio.
Soñábamos por obligación. Nos alimentábamos de sueños. Cualquier cosa teníamos que quererla mucho. Sabíamos que siempre era o lo uno o lo otro: el balón de cuero o las botas de fútbol. La bicicleta o una caña de pescar nueva. Esperábamos a reunir méritos y a juntar las escasas pesetas que ponían a nuestra disposición: nuestro cumpleaños, la paga que nos daban nuestros abuelos, el regalo de reyes... Y mientras tanto nos contábamos la vida, soñábamos todo lo que haríamos con un balón nuevo, un disco nuevo, un pantalón nuevo. Si por fin conseguíamos una mochila o unas gafas de bucear nos recreábamos -con palabras, siempre con palabras- en nuestra suerte. Después de cuarenta años he sabido que eso es en gran parte la felicidad. Alargar los gozos con palabras. Contarse la vida. No hay otra.

14 diciembre 2008

Como tú quieras que sea

Hazme nueva -me dijo-, llámame de otra manera para volver a empezar el resto de mi vida siendo otra, con otro nombre. Seré como tú quieras que sea.

13 diciembre 2008

Ocho islas y un invierno

El jueves estuve en Los Portadores de sueños en la presentación de Ocho islas y un invierno de Marta Navarro, un libro de poemas de agua, poemas de islas, poemas de luz y de amor, poemas desnudos y despojados de adornos hasta donde pueden ser desnudados los poemas. Llegué con el tiempo justo y estuve junto a Javier Aguirre, un zaragozano profesor en la Universidad del País Vasco, traductor de Aristóteles al euskera, coordinador del libro homenaje a José Antonio Labordeta. Justo antes de que Eva Cosculluela nos diera la bienvenida a su librería pude cruzar un saludo cálido y cariñoso con Salomé Ballesteros, mi compañera de tantas cosas desde los primeros años ochenta cuando compartimos aulas en la escuela de magisterio.
Me gusta mirar a la gente. Y escribir sus nombres. Sé que suena mal, pero a mi edad puedo asumir esos riesgos. Ya les confesé que durante la presentación de Piedad de Miguel Mena yo miraba el rostro de Mercedes y ella interpretaba para mí, sin saberlo, el sentido de las palabras de Miguel. Aunque ni pude saludarla, ayer vi la emoción reflejada en la boca, en los ojos y en las manos de Inma. Yo la miraba cuando Pepe Melero leyó la carta que Labordeta había escrito para la presentación y mientras Luisa Miñana se adentraba en los secretos de los poemas de Ocho islas y un invierno. Luego, el rostro de Inma reflejó la amistad cómplice y guerrera que le une a Marta cuando Marta habló con palabras verdaderas sin ocultar ni la ternura ni la firme determinación que fecundan su escritura.
A veces también miré a Marta y, como siempre que pienso en ella, me acordé de la caja.
Al salir de la librería nos encontramos con Ewerthon. Me dio un vuelco el corazón al verlo en la calle a esas horas en las que los elegidos deberían estar recogidos en el Olimpo en el que vivan. Me acerqué a saludarle y no pude evitar decirle: "Abrígate, maño, no nos vayas a coger frío".

12 diciembre 2008

Cuatro años del homenaje a Ramón Acín y Concha Monrás


Hoy, aniversario de la sublevación de los capitanes Galán y García Hernández, también se cumplen cuatro años desde que celebramos el homenaje a Ramón Acín/Concha Monrás. Quiero recordar las tres intervenciones que se sucedieron en la calle Las Cortes justo antes de que dos maestros interpretaran "La última rosa del verano".

La familia Acín os quiere dar las gracias

Tenemos derecho a no olvidar

Intervención de un representante de la CNT

11 diciembre 2008

Pepe Melero: "Yo no podría vivir sin los libros"

Ayer fui feliz dos o tres veces. No quiero olvidar que tengo el privilegio de ser tan feliz en un día como otras personas lo son en un cuatrimestre. Por la mañana me hizo feliz hablar con Miguel Mena. Luego fui feliz en clase -si es que a mi edad aún me está permitido hablar así- y fui muy feliz durante una hora y media en el Ateneo del CPS de nuestra Universidad. Antón Castro hizo una presentación exacta de Pepe Melero. Luego Pepe nos habló de algunas de sus pasiones, de su amor por la vida que procura vivir tan intensamente como si supiera que sólo tiene una. Durante una hora que se nos hizo corta Pepe nos contó secretos que sólo él conoce de escritores y de libros, de bibliófilos y bibliópatas, de locos de atar, de coleccionistas de sermones, de escritores que se casaron por poderes cautivados por un verso, de otros que fornicaban con panteras, de gentes que se retaban a duelo, de las tretas que utilizan los bibliófilos para engañar a sus mujeres. Y concluyó: "No hay mujeres bibliófilas porque las mujeres tienen sentido común". Entre otros muchos profesores y estudiantes asistieron a la conferencia Vicente Martínez Tejero y Fernand0.

Don Francisco, uno de los protagonistas de mi novela Las manos de Julia tiene una biblioteca como la de Pepe Melero. José Manuel Herrero es un niño de ocho años a quien la emoción apenas le permite respirar cuando acompaña a su padre a casa de don Francisco
"Nunca había escuchado tocar el violín. Tampoco había visto tantos libros juntos como cuando acompañaba a mi padre en sus habituales visitas a don Francisco. Quizá fueran los libros la razón de que en aquella casa del ensanche de la ciudad la luz fuese distinta, la luz que irradiaban las ideas y las palabras contenidas en miles de volúmenes minuciosamente ordenados. Al traspasar la puerta de la casa de don Francisco, tenía la sensación de que la vida estaba allí detenida y los libros podían protegernos del dolor, del miedo y de la incertidumbre. Era imposible no admirar a alguien capaz de reunir tantos libros y de cuidarlos como el amigo de mi padre los cuidaba. Una tarde le pregunté si los había leído todos.
– No, claro que no. Aquí hay unos treinta y cinco mil volúmenes. Necesitaría dos o tres vidas para leerlos. Pero algunos libros no es necesario leerlos enteros. Me acompañan y se dejan acariciar cuando lo necesito. Algunos los he rescatado de un destino incierto y están aquí a disposición de quienes quieran consultarlos o estudiar con ellos. Mira, en una ocasión le preguntaron a Anatole France, un importante escritor francés, si había leído todos los libros de su biblioteca y él contestó: “¿Acaso usted desayuna todos los días en su vajilla de porcelana de Sèvres?”.
Él sonreía. Yo sonreí también, pero entonces no entendí aquellas explicaciones. Sólo mucho tiempo después he sabido que los libros siempre hablan de otros libros, nos traen el recuerdo de amigos y de amores pasados y perdidos o nos hacen creer en la promesa de los amores por venir, nos trasladan a lugares remotos, nos permiten vivir cientos de vidas distintas, nos ayudan a recordar lo que fuimos o lo que pudimos ser. Los libros que hemos leído forman parte de nuestra biografía, como las personas que hemos conocido o los lugares en los que fuimos felices".

03 diciembre 2008

Sentidiño


Catorce años después Antón Castro vuelve a Xordica para ofrecernos una veintena de cuentos reunidos en un gran libro titulado Fotografías veladas. Durante más veinte años, es decir, desde siempre, Antón Castro ha construido letra a letra su universo literario, un mundo reconocible del que forman parte playas de nombres imposibles y lugares como Garrapinillos, Barrañán, Huesca, el Somontano de Barbastro, Cantavieja, Ejulve o Zaragoza, y en esos paisajes Antón hace sentir, amar, recordar y, en definitiva, vivir a unos personajes que también son ya nuestros: los masoveros, las sirenas, los aparecidos, las brujas, los fotógrafos Patricio Julve o Manuel Martín Mormeneo, escritores y futbolistas, niños que sueñan y hombres y mujeres que persiguen el amor porque saben que sólo las pasiones dan sentido a nuestra existencia.
Hace treinta años una tempestad dejó a Antón Castro varado en Zaragoza, en la ciudad amante del viento. Aquí se enamoró, tuvo cinco hijicos que, como dice Mariano Gistaín, valen más que cinco bemeubes. En Aragón Antón Castro es, simplemente, Antón, el escritor imprescindible de las palabras suaves y las metáforas que nos acechan emboscadas en cualquier párrafo para robarnos para siempre el alma. Y con palabras, durante veinte años, Antón ha construido un mundo de amistad, de atenciones y delicadezas. Cuando lean Fotografías veladas se encontrarán con el Antón de los tres mil espectadores que ven cada semana Borradores, su programa de televisión, el Antón del millón de visitantes en el blog, el Antón que comisarió la Exposición del Real Zaragoza, el Antón de Aragón, el Antón de Artes & Letras... Lean Fotografías veladas. Déjense llevar por las palabras y prepásense para sumergirse en el mundo de Antón Castro.

19 septiembre 2008

El domador

Ella nació para nosotros el 10 de mayo, el aniversario del día que Mohamed Alí Amar metió el gol de Nayim, el gol que cambió su vida y la nuestra. Es una yegua de capa pía, cuatralba -algún día galoparé con ella hasta enterrarlos definitivamente en el mar-. Podría llamarse de muchas maneras, pero se llama Zaragoza como la vieja y hermosa ciudad en la que ha nacido, la ciudad en la que hace doscientos años nos hubieran matado al tío Melero y a mí en cualquier plaza, en cualquier esquina, en un cuerpo a cuerpo por defender cada palmo de tierra en el que viven las personas que amamos. Me gusta mucho Zaragoza. Fernando Sanmartín diría que la miro como se mira a una mujer desnuda, pero yo no soy poeta y prefiero ser prudente con estas cosas. Guillermo ha empezado a domesticarla.

07 septiembre 2008

Fernando Sanmartín


Fernando Sanmartín se ha abonado al Real Zaragoza por complicidad con su hijo Jorge y para estar con sus amigos. A Fernando no le ha hecho falta ser un saltador de esquí en el día de año nuevo y todavía no ha ganado el Gran National. Ha vencido las heridas causadas por tres rinocerontes. Ha vivido con un cuadro de Ignacio Fortún y ha caminado hacia la tormenta. Ha sido valiente y generoso y acepta que Jorge le dejé atrás cuando practican esquí de fondo.
Ahora que es zaragocista sólo le falta aprender que las palabras, además de enmoquetarle el alma, sirven para componer algunos tacos para protestar las jugadas.
Y saber dónde está el corner.
Todo llegará, que la temporada es muy larga.

04 septiembre 2008

Ni lo sueñes

Me han hecho mil veces mil esa advertencia. Primero mi madre y ahora mi mujer. "Eso ni lo sueñes". Pero yo no hago caso. No hago caso casi nunca. Quizá sea un gen, el gen de no hacer caso, el gen que me transmitió mi abuelo Valentín:
- Ten cuidado, maño. Aquí, si te descuidas, te quitarán hasta la manera de andar.
"Eso ni lo sueñes". Pero yo sueño. Y cuando he soñado ya nada tiene remedio.