01 febrero 2009

En el puesto fronterizo de Ariza




El general de carabineros Víctor Juan en tareas de adiestramiento de la caballería aragonesa.

El brigadier Melero está ordenando la biblioteca.



31 enero 2009

Las manos de Julia*


Una mañana vino a verme un carpintero. La lectura de un artículo que firmé en el suplemento dominical de un periódico sobre la violencia de los primeros días de la guerra civil le animó a visitarme. Enseguida llegué a la conclusión de que era una de esas personas que necesita tiempo para contar, para contarlo todo a su manera. Me explicó que suele detenerse a repasar los muebles que se amontonan en las aceras esperando que los lleven al basurero. Busca tesoros entre los despojos de esta sociedad de la opulencia. Cree que todo puede servir para algo, que a todo se le puede encontrar una segunda utilidad. En algunas ocasiones recupera un tirador, unas bisagras, un trozo de cristal, el marco de un espejo o las baldas de un armario... Otras veces recoge muebles enteros que alguien hizo con sus manos utilizando madera de nogal, de roble, de pino o de abeto… Disfruta devolviéndoles la vida. Tras unos meses en la carpintería, aquellas piezas que arrastran una historia de dignidad, un pasado de esplendor, de servicio, de vergüenza, de abandono o de sufrimiento vuelven a ser útiles, vuelven a existir, están en condiciones de conquistar de nuevo un espacio, un hueco en el universo de la materia viva.
Así encontró una mesa de roble. Enseguida se dio cuenta de que se trataba de la mesa de alguien que escribía, leía o pensaba apoyado en ella. Tenía cajones a ambos lados del hueco preparado para las piernas. En uno de esos laterales descubrió un pequeño rectángulo metálico en el que leyó “Ministerio de Instrucción Pública. Madrid, 1924”. Era la mesa de un maestro. Y le gustó que fuera una mesa que había estado en una escuela, sobre la tarima, junto a la pizarra. Seguro –pensó– que alrededor de ella se congregarían los niños. Esa mesa había soportado el peso de los libros, de los trabajos escolares, del borrador y la tiza, de la hucha con forma de cabeza de chinito, de la botella para preparar la tinta. Era la mesa de un maestro que habría disfrutado de la monotonía de la lluvia en esas tardes de escuela cuando llovía. Así lo escribió Machado. Decidió que la restauraría para que su hija Irene, una niña de diez años, empezara a estudiar sobre ella. La cargó en su furgoneta y la llevó al taller.
Siempre tenía encargos pendientes. Los entregaba irremediablemente con retraso porque nunca sabía qué iba a pedirle la madera. No podía predecir el momento en el que una ventana, una escalera, una caja o una estantería estarían terminadas. Él trabajaba mientras la madera reclamaba sus cuidados. Era incapaz de dar por concluido un trabajo hasta que tenía la certeza de que sus manos no podían hacer nada más por cada mueble, por cada pieza de madera por pequeña que fuera. “Sabe –me decía para que entendiera cómo hacía su trabajo–, cuando alguien entra en mi taller, yo dejo que me cuente, que me explique qué quiere, y después decido si acepto el encargo”.
La mesa se quedó arrinconada en el taller, esperando pacientemente que llegara su turno junto a los restos de lo que parecía haber sido una puerta, entre maderos y listones, sepultada bajo una capa de serrín cada vez más espesa que amenazaba con ocultarla totalmente.
Una mañana el carpintero tomó un trapo y se dirigió a la mesa del maestro. Al quitar el serrín pudo ver la madera surcada de líneas, las esquinas astilladas, la huella que el paso del tiempo había dejado en el tablero… La madera aún estaba viva… Abrió y cerró algunos cajones. Como si sus ojos no le bastaran para conocer el estado de la mesa, la acarició demoradamente con sus manos decididas y firmes. Sonrió. Le gustó mucho más que cuando unos meses atrás la recogió de la basura. “Hoy –dijo para sí– me pondré con la mesa de Irene”. La empujó hacia la zona de trabajo, el espacio en donde lo más importante de aquel universo lo tenía al alcance de la mano: la lijadora y el cepillo, las escuadras y las reglas, los formones y las gubias, las barrenas, los martillos, los destornilladores de todos los tamaños, los lapiceros y los compases, los serruchos, las fresas, los sargentos, las tenazas, el bote de cola blanca… Antes de hacer nada contempló nuevamente la mesa, se acercó al calendario y trazó con su lápiz rojo un círculo sobre el día 20 de septiembre. Encima escribió: “Mesa de Irene”. Aquel acto no tenía ninguna importancia práctica. El 20 de septiembre, la víspera de estrenar el otoño, no iba a ser la referencia de nada. Él trabajaba sin plazos y sin límite como si el trabajo no tuviera que ver con él. Pero quería saber cuánto tiempo era necesario para que la mesa decidiera nacer. Sus manos trabajaban silenciosas sobre el roble. Acuchillaban, lijaban, cepillaban, volvían una y otra vez sobre los bordes, pulían los cantos, eliminaban algunas manchas de tinta que habían teñido el tablero de la mesa…
Después de unos días en el pequeño taller del artesano todo giraba alrededor de la mesa. El mundo se reducía a la relación del carpintero con ese mueble. Parecía que conversaban, se estremecían, sufrían y disfrutaban al unísono. Lo que sentía el uno lo percibía también el otro. Cuando se sumergía en sus proyectos, el carpintero sólo podía pensar en el modo de responder a las preguntas que le hacía la madera, como si las virutas que se extendían por el suelo impregnaran también sus sueños.
Cuando ya había concluido los trabajos más urgentes por el exterior de la mesa, sacó los cajones y comenzó a prepararlos para recibir el barniz que protegería la madera. Entonces, al darle la vuelta completa a la mesa fue cuando descubrió, pegado en el fondo de la cajonera, un sobre marrón. Lo arrancó cuidadosamente procurando no romper el papel y comprobó que había algo en su interior. Abrió el sobre y sacó una fotografía y una papeleta electoral en la que bajo el título de “Elecciones a Diputados a Cortes. Coalición de Izquierdas” había escritos cuatro nombres. Con ese patrimonio se presentó en mi despacho.

* Fragmento de la novela Las manos de Julia. Siempre es difícil encontrar editor para las historias. Pero es más difícil escribirlas. Y esta novela ya está escrita.

06 enero 2009

Zaragoza

Hace unos días recibí Laberintos, una revista admirable hecha con mucho cuidado y mucho talento en el Instituto de Educación Secundaria ELAIOS de Zaragoza. Entre muchas sorpresas agradables me emocionó un gran texto de Daniel Gascón sobre Zaragoza:

"Con sus maravillas y sus desastres, Zaragoza es mi ciudad, la ciudad de muchos de mis amigos y de muchos de los escritores que más me han marcado. He vivido en bastantes sitios, pero en Zaragoza tengo la sensación de que los personajes de sus relatos caminan a mi lado, y me parece que paseo en la mejor compañía".

Lean el texto completo: En buena compañía.

Mariano García ha recuperado en un artículo en Heraldo de Aragón la historia de un tango dedicado a Zaragoza que triunfó en la Alemania de Hitler. Creo que este tango de 1932 también es una buena compañía para las palabras de Daniel Gascón, uno de los grandes escritores
zaragozanos. [Aquí pueden escucharlo]

30 diciembre 2008

Queridos Reyes Magos,

Como este año no he sido todo lo malo que hubiera podido ser si me lo hubiera propuesto seriamente quiero para Elena Monforte un administrativo –no hace falta que sea el administrativo de la señorita Pepis- bastará con que sea eficiente, atento, educado y con capacidad para ilusionarse con nuestros proyectos. También quiero que le traigáis a Elena calor para el corazón y luz para sus ojos de mirar el mundo. Y que llenéis su casa de felicidad. A Fernando no hace falta que le traigáis un Golf nuevo. Ya arreglará el que tiene.

A Pepe Melero no le traigáis nada. Ya tiene una vida perfecta con Yolanda, Iguácel y Jorge. Dejad la primera de Pedro Saputo que me habéis ofrecido en el balcón de cualquier otro bibliófilo. No es bueno tenerlo todo. Que espere Pepe Melero. Los deseos nos mantienen vivos.

La Tercera para mi hermanico Víctor Pardo.

Una playa para Antón Castro , que ya tiene una casa con sirena. Una playa en la que el orballo fecunde la memoria, una playa en la que la brisa acune los sueños, una playa en la que de vez en cuando se extiendan las bretemas precisas para que Antón escriba nuestras historias de fotógrafos, aparecidos, mares, mujeres y marinos, enloquecidos, meigas y pasiones destadas. Una playa con Golpes de mar y con prometedor horizonte y, sobre todo, tiene que ser una playa en la que Antón sienta al atardecer el roce en su piel de aquellos golfiños que le acariciaban en el mar de las primeras tardes de su infancia.

También quiero el número ocho de la serie Publicaciones del Museo Pedagógico de Aragón.

29 diciembre 2008

Alargar los gozos con palabras

Me han hecho mil veces mil esa advertencia. Primero mi madre y ahora mi mujer. "Eso ni lo sueñes". Pero yo no hago caso. No hago caso casi nunca. Quizá sea un gen, el gen de no hacer caso, el gen que me transmitió mi abuelo Valentín:
-Ten cuidado, maño. Aquí, si te descuidas, te quitarán hasta la manera de andar.
"Eso ni lo sueñes". Pero yo sueño. Y cuando he soñado ya nada tiene remedio.
Soñábamos por obligación. Nos alimentábamos de sueños. Cualquier cosa teníamos que quererla mucho. Sabíamos que siempre era o lo uno o lo otro: el balón de cuero o las botas de fútbol. La bicicleta o una caña de pescar nueva. Esperábamos a reunir méritos y a juntar las escasas pesetas que ponían a nuestra disposición: nuestro cumpleaños, la paga que nos daban nuestros abuelos, el regalo de reyes... Y mientras tanto nos contábamos la vida, soñábamos todo lo que haríamos con un balón nuevo, un disco nuevo, un pantalón nuevo. Si por fin conseguíamos una mochila o unas gafas de bucear nos recreábamos -con palabras, siempre con palabras- en nuestra suerte. Después de cuarenta años he sabido que eso es en gran parte la felicidad. Alargar los gozos con palabras. Contarse la vida. No hay otra.

14 diciembre 2008

Como tú quieras que sea

Hazme nueva -me dijo-, llámame de otra manera para volver a empezar el resto de mi vida siendo otra, con otro nombre. Seré como tú quieras que sea.

13 diciembre 2008

Ocho islas y un invierno

El jueves estuve en Los Portadores de sueños en la presentación de Ocho islas y un invierno de Marta Navarro, un libro de poemas de agua, poemas de islas, poemas de luz y de amor, poemas desnudos y despojados de adornos hasta donde pueden ser desnudados los poemas. Llegué con el tiempo justo y estuve junto a Javier Aguirre, un zaragozano profesor en la Universidad del País Vasco, traductor de Aristóteles al euskera, coordinador del libro homenaje a José Antonio Labordeta. Justo antes de que Eva Cosculluela nos diera la bienvenida a su librería pude cruzar un saludo cálido y cariñoso con Salomé Ballesteros, mi compañera de tantas cosas desde los primeros años ochenta cuando compartimos aulas en la escuela de magisterio.
Me gusta mirar a la gente. Y escribir sus nombres. Sé que suena mal, pero a mi edad puedo asumir esos riesgos. Ya les confesé que durante la presentación de Piedad de Miguel Mena yo miraba el rostro de Mercedes y ella interpretaba para mí, sin saberlo, el sentido de las palabras de Miguel. Aunque ni pude saludarla, ayer vi la emoción reflejada en la boca, en los ojos y en las manos de Inma. Yo la miraba cuando Pepe Melero leyó la carta que Labordeta había escrito para la presentación y mientras Luisa Miñana se adentraba en los secretos de los poemas de Ocho islas y un invierno. Luego, el rostro de Inma reflejó la amistad cómplice y guerrera que le une a Marta cuando Marta habló con palabras verdaderas sin ocultar ni la ternura ni la firme determinación que fecundan su escritura.
A veces también miré a Marta y, como siempre que pienso en ella, me acordé de la caja.
Al salir de la librería nos encontramos con Ewerthon. Me dio un vuelco el corazón al verlo en la calle a esas horas en las que los elegidos deberían estar recogidos en el Olimpo en el que vivan. Me acerqué a saludarle y no pude evitar decirle: "Abrígate, maño, no nos vayas a coger frío".

12 diciembre 2008

Cuatro años del homenaje a Ramón Acín y Concha Monrás


Hoy, aniversario de la sublevación de los capitanes Galán y García Hernández, también se cumplen cuatro años desde que celebramos el homenaje a Ramón Acín/Concha Monrás. Quiero recordar las tres intervenciones que se sucedieron en la calle Las Cortes justo antes de que dos maestros interpretaran "La última rosa del verano".

La familia Acín os quiere dar las gracias

Tenemos derecho a no olvidar

Intervención de un representante de la CNT

11 diciembre 2008

Pepe Melero: "Yo no podría vivir sin los libros"

Ayer fui feliz dos o tres veces. No quiero olvidar que tengo el privilegio de ser tan feliz en un día como otras personas lo son en un cuatrimestre. Por la mañana me hizo feliz hablar con Miguel Mena. Luego fui feliz en clase -si es que a mi edad aún me está permitido hablar así- y fui muy feliz durante una hora y media en el Ateneo del CPS de nuestra Universidad. Antón Castro hizo una presentación exacta de Pepe Melero. Luego Pepe nos habló de algunas de sus pasiones, de su amor por la vida que procura vivir tan intensamente como si supiera que sólo tiene una. Durante una hora que se nos hizo corta Pepe nos contó secretos que sólo él conoce de escritores y de libros, de bibliófilos y bibliópatas, de locos de atar, de coleccionistas de sermones, de escritores que se casaron por poderes cautivados por un verso, de otros que fornicaban con panteras, de gentes que se retaban a duelo, de las tretas que utilizan los bibliófilos para engañar a sus mujeres. Y concluyó: "No hay mujeres bibliófilas porque las mujeres tienen sentido común". Entre otros muchos profesores y estudiantes asistieron a la conferencia Vicente Martínez Tejero y Fernand0.

Don Francisco, uno de los protagonistas de mi novela Las manos de Julia tiene una biblioteca como la de Pepe Melero. José Manuel Herrero es un niño de ocho años a quien la emoción apenas le permite respirar cuando acompaña a su padre a casa de don Francisco
"Nunca había escuchado tocar el violín. Tampoco había visto tantos libros juntos como cuando acompañaba a mi padre en sus habituales visitas a don Francisco. Quizá fueran los libros la razón de que en aquella casa del ensanche de la ciudad la luz fuese distinta, la luz que irradiaban las ideas y las palabras contenidas en miles de volúmenes minuciosamente ordenados. Al traspasar la puerta de la casa de don Francisco, tenía la sensación de que la vida estaba allí detenida y los libros podían protegernos del dolor, del miedo y de la incertidumbre. Era imposible no admirar a alguien capaz de reunir tantos libros y de cuidarlos como el amigo de mi padre los cuidaba. Una tarde le pregunté si los había leído todos.
– No, claro que no. Aquí hay unos treinta y cinco mil volúmenes. Necesitaría dos o tres vidas para leerlos. Pero algunos libros no es necesario leerlos enteros. Me acompañan y se dejan acariciar cuando lo necesito. Algunos los he rescatado de un destino incierto y están aquí a disposición de quienes quieran consultarlos o estudiar con ellos. Mira, en una ocasión le preguntaron a Anatole France, un importante escritor francés, si había leído todos los libros de su biblioteca y él contestó: “¿Acaso usted desayuna todos los días en su vajilla de porcelana de Sèvres?”.
Él sonreía. Yo sonreí también, pero entonces no entendí aquellas explicaciones. Sólo mucho tiempo después he sabido que los libros siempre hablan de otros libros, nos traen el recuerdo de amigos y de amores pasados y perdidos o nos hacen creer en la promesa de los amores por venir, nos trasladan a lugares remotos, nos permiten vivir cientos de vidas distintas, nos ayudan a recordar lo que fuimos o lo que pudimos ser. Los libros que hemos leído forman parte de nuestra biografía, como las personas que hemos conocido o los lugares en los que fuimos felices".

03 diciembre 2008

Sentidiño


Catorce años después Antón Castro vuelve a Xordica para ofrecernos una veintena de cuentos reunidos en un gran libro titulado Fotografías veladas. Durante más veinte años, es decir, desde siempre, Antón Castro ha construido letra a letra su universo literario, un mundo reconocible del que forman parte playas de nombres imposibles y lugares como Garrapinillos, Barrañán, Huesca, el Somontano de Barbastro, Cantavieja, Ejulve o Zaragoza, y en esos paisajes Antón hace sentir, amar, recordar y, en definitiva, vivir a unos personajes que también son ya nuestros: los masoveros, las sirenas, los aparecidos, las brujas, los fotógrafos Patricio Julve o Manuel Martín Mormeneo, escritores y futbolistas, niños que sueñan y hombres y mujeres que persiguen el amor porque saben que sólo las pasiones dan sentido a nuestra existencia.
Hace treinta años una tempestad dejó a Antón Castro varado en Zaragoza, en la ciudad amante del viento. Aquí se enamoró, tuvo cinco hijicos que, como dice Mariano Gistaín, valen más que cinco bemeubes. En Aragón Antón Castro es, simplemente, Antón, el escritor imprescindible de las palabras suaves y las metáforas que nos acechan emboscadas en cualquier párrafo para robarnos para siempre el alma. Y con palabras, durante veinte años, Antón ha construido un mundo de amistad, de atenciones y delicadezas. Cuando lean Fotografías veladas se encontrarán con el Antón de los tres mil espectadores que ven cada semana Borradores, su programa de televisión, el Antón del millón de visitantes en el blog, el Antón que comisarió la Exposición del Real Zaragoza, el Antón de Aragón, el Antón de Artes & Letras... Lean Fotografías veladas. Déjense llevar por las palabras y prepásense para sumergirse en el mundo de Antón Castro.

19 septiembre 2008

El domador

Ella nació para nosotros el 10 de mayo, el aniversario del día que Mohamed Alí Amar metió el gol de Nayim, el gol que cambió su vida y la nuestra. Es una yegua de capa pía, cuatralba -algún día galoparé con ella hasta enterrarlos definitivamente en el mar-. Podría llamarse de muchas maneras, pero se llama Zaragoza como la vieja y hermosa ciudad en la que ha nacido, la ciudad en la que hace doscientos años nos hubieran matado al tío Melero y a mí en cualquier plaza, en cualquier esquina, en un cuerpo a cuerpo por defender cada palmo de tierra en el que viven las personas que amamos. Me gusta mucho Zaragoza. Fernando Sanmartín diría que la miro como se mira a una mujer desnuda, pero yo no soy poeta y prefiero ser prudente con estas cosas. Guillermo ha empezado a domesticarla.

07 septiembre 2008

Fernando Sanmartín


Fernando Sanmartín se ha abonado al Real Zaragoza por complicidad con su hijo Jorge y para estar con sus amigos. A Fernando no le ha hecho falta ser un saltador de esquí en el día de año nuevo y todavía no ha ganado el Gran National. Ha vencido las heridas causadas por tres rinocerontes. Ha vivido con un cuadro de Ignacio Fortún y ha caminado hacia la tormenta. Ha sido valiente y generoso y acepta que Jorge le dejé atrás cuando practican esquí de fondo.
Ahora que es zaragocista sólo le falta aprender que las palabras, además de enmoquetarle el alma, sirven para componer algunos tacos para protestar las jugadas.
Y saber dónde está el corner.
Todo llegará, que la temporada es muy larga.

04 septiembre 2008

Ni lo sueñes

Me han hecho mil veces mil esa advertencia. Primero mi madre y ahora mi mujer. "Eso ni lo sueñes". Pero yo no hago caso. No hago caso casi nunca. Quizá sea un gen, el gen de no hacer caso, el gen que me transmitió mi abuelo Valentín:
- Ten cuidado, maño. Aquí, si te descuidas, te quitarán hasta la manera de andar.
"Eso ni lo sueñes". Pero yo sueño. Y cuando he soñado ya nada tiene remedio.

31 agosto 2008

El año del ascenso


Hoy empieza la liga el Real Zaragoza. Posiblemente para el Pilar ya estemos en primera división, como decía el otro día el gran Paco Lerma, socio desde hace casi 40 años de un equipo que le ha hecho muy feliz. Alberto Alegre, el padre de Luis, decía que se puede ser muy feliz en segunda división. Se puede ser muy feliz siempre y nosotros vamos a serlo. Valentín Pinilla y su hijo Guillermo renovaron sus abonos el primer día que abrieron las oficinas. Este es el año de Jorge y Fernando Sanmartín, que decidieron hacerse socios del equipo en las horas bajas, cuando vivíamos las últimas jornadas de la pasada temporada con un nudo en la garganta. El año de Antón Castro y de sus hijicos Diego y Jorge. El año de Chesús Bernal que ha renovado los cinco abonos de toda su familia. El año de Pepe Gavín, de Sabiñánigo, el gran zaragocista y amante de los libros. La temporada Carlos Serrano y de sus hijos Pablo y Violeta. El año de Rafa Artal y de su hijo Pablo que nació hace unas semanas y no sale de casa -ni siquiera cuando pasea con su abuelo Ángel Artal- sin el peque abono del Zaragoza.
Mi hijo Guillermo y yo visitaremos hoy el Museo del Real Zaragoza. Le compraré la camiseta oficial del Zaragoza, la camiseta que el chico llevará puesta esta tarde cuando nos sentemos frente al televisor para ver el Levante-Zaragoza, la camiseta que llevará puesta en todos los partidos en La Romareda mientras me abrace de alegría o busque en mis brazos el consuelo para la derrota, la camiseta de una gran temporada, la camiseta de año del ascenso a primera división.

10 agosto 2008

Tratado de la felicidad



Blanca y sus compañeros de primerodelaeso fueron a visitar la Expo el día 16 de junio. Hoy me recordaba que Jorge hizo cola en el pabellón de Grecia porque a la salida regalaban un Sugus. Un niño es alguien capaz de descubrir la dosis de felicidad que se esconde en un Sugus, alguien que no da un Sugus por perdido. Hacerse adulto es descubrir que todo el mundo no va a quererte y que tú tampoco vas a poder querer a todos. Hacerse adulto es perder la capacidad de entusiasmarse con algo tan simple y tan importante como un Sugus.

07 agosto 2008

Un saco de canicas



Hemos estado unos días en París. La víspera de salir de viaje, Blanca había leído Un saco de canicas, un libro que yo también leí hace treinta años en el que se cuenta la historia de Joseph y Maurice Joffo, dos niños judíos que huyen de los nazis durante la segunda guerra mundial. Los hermanos Joffo pertenecían a una familia de peluqueros. Por eso no nos sorprendió encontrar muy cerca del hotel en el que nos alojábamos una peluquería Joffo. Cuando el mismo domingo que Carlos Sastre ganó el Tour de Francia 2008 le estaba haciendo una fotografía a Blanca en la puerta de la peluquería se asomó un señor, nos preguntó si hablábamos ruso. Le expliqué en francés que Blanca había leído un libro de dos niños que se llamaban Joffo y nos dijo que uno de aquellos niños era él: Maurice Joffo y nos enseñó el libro que había escrito como continuación de Un saco de canicas.

05 agosto 2008

La patineta




Yo soy el niño de esta foto. Fabricábamos patinetas con los cojinetes que nos daban en los talleres de coches. Nunca tenían cojinetes, pero nosotros entrábamos casi a diario:
-¿Tiene cojinetes?
Cuando conseguíamos tres nos hacíamos una patineta. Una plancha de aglomerado, un palo de escoba para el eje, un listón de madera plana para poder girar, una docena de clavos y poco más. Como siempre se ladeaba, nos dejábamos las manos y las rodillas en el asfalto o sobre los adoquines. Aquello era lo de menos.
Mi abuelo le pidió a un carpintero de la RENFE que me hiciera una patineta. Cuando fui a buscarla, me quedé sin respiración. Era el regalo más bonito que nadie me había hecho nunca. Me tiraba cuesta abajo por aquellas cuestas de mi infancia. Y sí. Hacía ruido, el ruido del acero sobre los adoquines, sobre el cemento o sobre el asfalto. Tenía prohibido utilizarla a la hora de la siesta. Por la noche dejaba mi patineta en el patio de la casa de mis abuelos, un patio que estaba, como todos aquellos patios de principio de los setenta, siempre abierto. Una mañana fui a buscarla y no la encontré.
-Te la habrán robado -sentenció mi abuelo-. Alguien te ha visto dejarla allí y se la ha llevado.
Lloré. Lloré como cuando una gigantesca carpa se llevó mi caña de pescar al fondo del pantano, la caña con la que fui campeón infantil de Aragón de pesca de ciprínidos en 1977, el mismo año que nació Elena Monforte, el mismo año en que mis amigos fundaron Rolde de Estudios Aragoneses. El mismo año que le dije a una mujer de doce años que me gustaba.
Lo peor de la historia aún no había ocurrido. Un par de años más tarde, mi abuelo sacó la patineta del escondite en donde la había guardado quizá por preservar mi integridad física, quizá por el que si tal que si cual de los vecinos de la calle. Ojalá la maldita patineta no hubiera existido nunca. Ojalá me la hubieran robado de verdad. Así mi abuelo no me hubiera mentido. Con aquella decepción terminó parte de mi infancia. Cuando volvió a ser mía, ya no la quería. Por eso no me importó que mi hermano Carlos la destrozara lanzándose con ella por las escaleras de los jardines de la iglesia.
Fui un niño muy fácil de engañar. Ahora soy hoy hombre a quien se le engaña fácilmente. Me fío de las personas. Soy un ingenuo o un gilipollas, según quiera mirarse. Pero prefiero la amargura del engaño a vivir desconfiando permanentemente. Y, además, ya no lloro como lloraba.
[Tomo la fotografía del niño con la patineta del infinito blog de Antón Castro. La fotografía es Gerald Bloncourt]

11 mayo 2008

Mauricio Polo

sábado, 10 de mayo de 2008. San Nayim


Sábado, 12 h.
[ Para Yolanda ]

Venimos del entierro de Mauricio Polo, el padre de Yolanda. Cuando el cura ha terminado su trabajo, Pepe Melero nos ha hablado desde el púlpito de explicar los evangelios para agradecer la presencia de todos y para decirnos que su suegro era un hombre bueno, que nunca le había visto enfadado, que había dedicado su vida a hacer felices a su mujer, a su hija, a sus nietos y todas las personas que tuvo cerca. Nos ha dicho que Mauricio Polo era creyente, que era devoto de la Virgen del Pilar y por eso iba a ver a la virgen todos los días. "Seguro que mañana -ha concluido Pepe- le pide a la Virgen del Pilar que nos eche una manica con el Madrid".

Cuando yo me muera quiero dos cosas. La primera es fácil. La segunda imposible. Pero no me conformo con querer sólo lo posible. Quiero que me entierren un día que llueva, como llueve hoy sobre Zaragoza y quiero tener un yerno -o nuero, como decimos aquí- como Pepe Melero que me apondere como él ha aponderado a su suegro

13 abril 2008

Don Antonio

El jueves pasado, a última hora de la mañana, un señor llamó a la puerta de mi despacho del Museo Pedagógico de Aragón. Luego resultó que tenía mi edad y esta circunstancia lo convirtió en un chico.
–¿Víctor Juan?
–Sí, pase...
–¿No te acuerdas de mí?
Traté de encontrar en su rostro un indicio que me ayudara a situarle en alguna de mis vidas, pero no lo conseguí.
–Soy Abellán, de La Salle Torrero.
Entonces sí: un niño rubio, con el flequillo de la época, un flequillo que yo aún conservo, los diminutos pantalones cortos, el pan con chocolate... y las canicas:
–Te recuerdo –me dijo Abellán– con una gran bolsa de canicas.
Aquella bolsa me la hizo mi abuela. Yo era un jugador legendario. A duras penas encontraba rivales durante los recreos que quisieran arriesgar sus chivas a mi juego implacable. La Salle Torrero: vuelta al año 1974. Fútbol, madrillas, el Canal Imperial, la harinera, los tranvías, la balseta y, sobre todo, don Antonio.
–He venido a comer a Huesca con mi mujer porque quería verte. Leí la entrevista que te hicieron en el Dominical de Heraldo de Aragón hace un año y cuando leí que alguien nombraba a un maestro que se llamaba don Antonio supe que era don Antonio. Luego leí tu nombre y vi las fotografías. Quería decirte que yo también le guardo mucho cariño a aquel maestro.

Eso fue todo. Paco Abellán se marchó con un ejemplar de Los niños del frente y un par de lapiceros bicolores para sus mellizos. La vida, realmente, es un cuento y a veces las cosas están en su sitio: Antón Castro me entrevistó, yo le hablé de don Antonio Corcuera, él quiso contarlo, Paco Abellán leyó la entrevista, –la tengo guardada, me dijo–, quiso venir a contármelo y yo se lo diré a don Antonio porque nos encontramos algunas veces en el parque de Huesca. Su hija es maestra, vive en Huesca y don Antonio suele pasear a sus nietos por el parque. Un cuento.

09 abril 2008

Alberto Zapater

El domingo estuve en La Romareda. Perdimos y no lloré. No lloré porque tenía que consolar a mi hijo Guillermo. Nos quedamos sentados hasta que terminó el partido, a pesar de la tristeza de la derrota. O justo por eso. Nos quedamos con quienes se quedaron. No gritamos contra los jugadores ni contra la directiva. Hoy he escuchado a Alberto Zapater. Ha dicho que hay que jugar con más rasmia. Cuando le he oído pronunciar esa palabra he sabido que lo vamos a pasar mal, pero que vamos a ganar. Quizá estos siete partidos que quedan nos deparen las grandes alegrías que no hemos tenido durante toda la temporada. Y si toca sufrir, sufriremos.
Alberto Zapater se convertirá en el ídolo de los niños de Aragón, como lo fue Violeta. No olvidaremos el detalle que tuvo con el padre de Luis Alegre. Rasmia y paciencia. Que aquí nadie se rinde.
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