Casi se han pasado dieciséis años desde que me alegré al oír cómo lloraba. Luego pasamos unos días en el hospital, juntos, los tres, sin saber ni qué hora era ni si habíamos comido o teníamos que dormir. Todo me daba lo mismo. Supe enseguida que nada me dolería tanto como su dolor y que sería capaz de matar y de morir por ella. Lo que de ninguna manera pude intuir es que ella me iba a hacer tan feliz.
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Con la extensión de los blogs y de las páginas web personales ya no anunciamos nuestros planes. Se supone que los amigos se enterarán de nuestros deseos si los escribimos en la red. Damos por supuesto que todos conocen nuestras inquietudes. Vivimos para alimentar el blog. Sufrimos, viajamos, hacemos fotos, nos amamos... para tener qué decir en la red. Nos inventamos enfermedades y adicciones. Nos sorprendemos cuando alguien no conoce nuestras opiniones respecto a un tema. «Lo conté el otro día en mi blog». Como si todo el mundo tuviera la obligación de saber tenemos un blog y el deber de acudir a él varias veces al día...
Nuestro ánimo depende de los números que nos devuelve el contador instalado en la página…
29 diciembre 2010
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