Tengo cuarenta y seis años, los mismos que acababa de cumplir Ramón Acín cuando solicitó por última vez una pensión a la Junta para Ampliación de Estudios para estudiar en París los modernos procedimientos de la enseñanza del Dibujo. A veces me sorprende el color del amanecer o el olor del mundo cuando mis vecinos cortan el alfalce. Siento cómo crecen Blanca y Guillermo mientras construyen su personalidad, su idea de lo bueno y me digo que me gusta vivir.
Como siempre se paga un precio, después de mirar el mundo durante cuarenta y seis años tengo problemas de acomodación. Mis ojos ya no reaccionan como antes frente a los cambios. Me cuesta mirar de cerca -y de lejos- y estoy unos segundos ciego cuando paso de la luz a la oscuridad. Pero no me quejo. Todo lo doy por bueno: la ilusión, los sueños, los proyectos, el dolor, las decepciones, la risa y el llanto, los silencios, la vista cansada... A pesar de mis problemas de foco me gusta vivir y procuro buscar la distancia justa para mirar el mundo, para entenderlo y entenderme.
Y tengo la ilusión intacta: el mismo deseo de desnudarte y las mismas ganas de que sea, cada día, mañana.
22 agosto 2010
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