Ayer fui feliz dos o tres veces. No quiero olvidar que tengo el privilegio de ser tan feliz en un día como otras personas lo son en un cuatrimestre. Por la mañana me hizo feliz hablar con Miguel Mena. Luego fui feliz en clase -si es que a mi edad aún me está permitido hablar así- y fui muy feliz durante una hora y media en el Ateneo del CPS de nuestra Universidad. Antón Castro hizo una presentación exacta de Pepe Melero. Luego Pepe nos habló de algunas de sus pasiones, de su amor por la vida que procura vivir tan intensamente como si supiera que sólo tiene una. Durante una hora que se nos hizo corta Pepe nos contó secretos que sólo él conoce de escritores y de libros, de bibliófilos y bibliópatas, de locos de atar, de coleccionistas de sermones, de escritores que se casaron por poderes cautivados por un verso, de otros que fornicaban con panteras, de gentes que se retaban a duelo, de las tretas que utilizan los bibliófilos para engañar a sus mujeres. Y concluyó: "No hay mujeres bibliófilas porque las mujeres tienen sentido común". Entre otros muchos profesores y estudiantes asistieron a la conferencia Vicente Martínez Tejero y Fernand0.
Don Francisco, uno de los protagonistas de mi novela Las manos de Julia tiene una biblioteca como la de Pepe Melero. José Manuel Herrero es un niño de ocho años a quien la emoción apenas le permite respirar cuando acompaña a su padre a casa de don Francisco
"Nunca había escuchado tocar el violín. Tampoco había visto tantos libros juntos como cuando acompañaba a mi padre en sus habituales visitas a don Francisco. Quizá fueran los libros la razón de que en aquella casa del ensanche de la ciudad la luz fuese distinta, la luz que irradiaban las ideas y las palabras contenidas en miles de volúmenes minuciosamente ordenados. Al traspasar la puerta de la casa de don Francisco, tenía la sensación de que la vida estaba allí detenida y los libros podían protegernos del dolor, del miedo y de la incertidumbre. Era imposible no admirar a alguien capaz de reunir tantos libros y de cuidarlos como el amigo de mi padre los cuidaba. Una tarde le pregunté si los había leído todos.
– No, claro que no. Aquí hay unos treinta y cinco mil volúmenes. Necesitaría dos o tres vidas para leerlos. Pero algunos libros no es necesario leerlos enteros. Me acompañan y se dejan acariciar cuando lo necesito. Algunos los he rescatado de un destino incierto y están aquí a disposición de quienes quieran consultarlos o estudiar con ellos. Mira, en una ocasión le preguntaron a Anatole France, un importante escritor francés, si había leído todos los libros de su biblioteca y él contestó: “¿Acaso usted desayuna todos los días en su vajilla de porcelana de Sèvres?”.
Él sonreía. Yo sonreí también, pero entonces no entendí aquellas explicaciones. Sólo mucho tiempo después he sabido que los libros siempre hablan de otros libros, nos traen el recuerdo de amigos y de amores pasados y perdidos o nos hacen creer en la promesa de los amores por venir, nos trasladan a lugares remotos, nos permiten vivir cientos de vidas distintas, nos ayudan a recordar lo que fuimos o lo que pudimos ser. Los libros que hemos leído forman parte de nuestra biografía, como las personas que hemos conocido o los lugares en los que fuimos felices".
Don Francisco, uno de los protagonistas de mi novela Las manos de Julia tiene una biblioteca como la de Pepe Melero. José Manuel Herrero es un niño de ocho años a quien la emoción apenas le permite respirar cuando acompaña a su padre a casa de don Francisco
"Nunca había escuchado tocar el violín. Tampoco había visto tantos libros juntos como cuando acompañaba a mi padre en sus habituales visitas a don Francisco. Quizá fueran los libros la razón de que en aquella casa del ensanche de la ciudad la luz fuese distinta, la luz que irradiaban las ideas y las palabras contenidas en miles de volúmenes minuciosamente ordenados. Al traspasar la puerta de la casa de don Francisco, tenía la sensación de que la vida estaba allí detenida y los libros podían protegernos del dolor, del miedo y de la incertidumbre. Era imposible no admirar a alguien capaz de reunir tantos libros y de cuidarlos como el amigo de mi padre los cuidaba. Una tarde le pregunté si los había leído todos.
– No, claro que no. Aquí hay unos treinta y cinco mil volúmenes. Necesitaría dos o tres vidas para leerlos. Pero algunos libros no es necesario leerlos enteros. Me acompañan y se dejan acariciar cuando lo necesito. Algunos los he rescatado de un destino incierto y están aquí a disposición de quienes quieran consultarlos o estudiar con ellos. Mira, en una ocasión le preguntaron a Anatole France, un importante escritor francés, si había leído todos los libros de su biblioteca y él contestó: “¿Acaso usted desayuna todos los días en su vajilla de porcelana de Sèvres?”.
Él sonreía. Yo sonreí también, pero entonces no entendí aquellas explicaciones. Sólo mucho tiempo después he sabido que los libros siempre hablan de otros libros, nos traen el recuerdo de amigos y de amores pasados y perdidos o nos hacen creer en la promesa de los amores por venir, nos trasladan a lugares remotos, nos permiten vivir cientos de vidas distintas, nos ayudan a recordar lo que fuimos o lo que pudimos ser. Los libros que hemos leído forman parte de nuestra biografía, como las personas que hemos conocido o los lugares en los que fuimos felices".
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