El jueves estuve en Los Portadores de sueños en la presentación de Ocho islas y un invierno de Marta Navarro, un libro de poemas de agua, poemas de islas, poemas de luz y de amor, poemas desnudos y despojados de adornos hasta donde pueden ser desnudados los poemas. Llegué con el tiempo justo y estuve junto a Javier Aguirre, un zaragozano profesor en la Universidad del País Vasco, traductor de Aristóteles al euskera, coordinador del libro homenaje a José Antonio Labordeta. Justo antes de que Eva Cosculluela nos diera la bienvenida a su librería pude cruzar un saludo cálido y cariñoso con Salomé Ballesteros, mi compañera de tantas cosas desde los primeros años ochenta cuando compartimos aulas en la escuela de magisterio.
Me gusta mirar a la gente. Y escribir sus nombres. Sé que suena mal, pero a mi edad puedo asumir esos riesgos. Ya les confesé que durante la presentación de Piedad de Miguel Mena yo miraba el rostro de Mercedes y ella interpretaba para mí, sin saberlo, el sentido de las palabras de Miguel. Aunque ni pude saludarla, ayer vi la emoción reflejada en la boca, en los ojos y en las manos de Inma. Yo la miraba cuando Pepe Melero leyó la carta que Labordeta había escrito para la presentación y mientras Luisa Miñana se adentraba en los secretos de los poemas de Ocho islas y un invierno. Luego, el rostro de Inma reflejó la amistad cómplice y guerrera que le une a Marta cuando Marta habló con palabras verdaderas sin ocultar ni la ternura ni la firme determinación que fecundan su escritura.
A veces también miré a Marta y, como siempre que pienso en ella, me acordé de la caja.
Al salir de la librería nos encontramos con Ewerthon. Me dio un vuelco el corazón al verlo en la calle a esas horas en las que los elegidos deberían estar recogidos en el Olimpo en el que vivan. Me acerqué a saludarle y no pude evitar decirle: "Abrígate, maño, no nos vayas a coger frío".
Me gusta mirar a la gente. Y escribir sus nombres. Sé que suena mal, pero a mi edad puedo asumir esos riesgos. Ya les confesé que durante la presentación de Piedad de Miguel Mena yo miraba el rostro de Mercedes y ella interpretaba para mí, sin saberlo, el sentido de las palabras de Miguel. Aunque ni pude saludarla, ayer vi la emoción reflejada en la boca, en los ojos y en las manos de Inma. Yo la miraba cuando Pepe Melero leyó la carta que Labordeta había escrito para la presentación y mientras Luisa Miñana se adentraba en los secretos de los poemas de Ocho islas y un invierno. Luego, el rostro de Inma reflejó la amistad cómplice y guerrera que le une a Marta cuando Marta habló con palabras verdaderas sin ocultar ni la ternura ni la firme determinación que fecundan su escritura.
A veces también miré a Marta y, como siempre que pienso en ella, me acordé de la caja.
Al salir de la librería nos encontramos con Ewerthon. Me dio un vuelco el corazón al verlo en la calle a esas horas en las que los elegidos deberían estar recogidos en el Olimpo en el que vivan. Me acerqué a saludarle y no pude evitar decirle: "Abrígate, maño, no nos vayas a coger frío".
2 comentarios:
Jolín Víctor....
Casi como si hubiera estado. Gracias. Y un abrazo
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