Yo era un hombre de diez o doce años. Antonio
y Teresa rondarían los 18. Nunca hablé con ellos, pero ya entonces, quizá
porque yo era pescador en el Mar de Aragón y había aprendido a estar atento a
los pequeños detalles, me gustaba mirar el mundo sin ninguna prisa. No me
importaba que Teresa y Villegas no supieran de mi existencia. Conocer sus
nombres y saber que se querían, me situaba en una posición privilegiada. Les
veía pasear, cogidos de la mano, por las calles de Caspe. Cualquiera de mis
amigos me contó una historia que no olvidé nunca. A Villegas le llamó el Real Zaragoza,
pero él no quiso marcharse por no estar lejos de Teresa. Entonces yo no sabía
que a veces somos capaces de dejarlo todo por amor, aunque lo que haya que
dejar sea algo sagrado como el Zaragoza. Cuando vi sonreír por primera vez a
Teresa, entendí que Villegas no se fuera a jugar con José Luis Violeta
Lajusticia, el León de Torrero, el héroe de mi infancia. Muchos años después, a
principios de los noventa, tuve una compañera en el Hermanos Marx de Zaragoza
que había venido de Cataluña y me preguntó si conocía a Teresa Fontoba, una
maestra de Caspe. Le dije que el apellido era de Caspe, pero que no sabía quién
era. Me contó que estaba casada con un chico que era futbolista. ¡Villegas!, le
dije. Y sí, eran ellos. Luego me ha hablado varias veces de ella mi amigo
Valentín Pinilla. Por fin, en diciembre le escribí un correo a Teresa a la
escuela de Maella y aceptó mi propuesta de hacer una entrevista para hablar de
escuelas rurales, para que nos contara su visión de la educación y del trabajo
de las maestras. Durante este tiempo no me he atrevido a preguntarle por su
novio futbolista, pero le escribí a Esther Escorihuela, profesora en el
instituto de Caspe, para saber qué había de cierto en aquel cuento de mi
infancia y me dijo que la historia de este cuento era, como todas las historias
de todos los cuentos, completamente cierta y que Teresa y Antonio son una
pareja de novela. Mañana se publica en las centrales de «Heraldo Escolar» la
entrevista. Cuando la lean, enseguida descubrirán que he sido muy feliz
escribiéndola por muchas razones y una de las más importantes es que he vuelto,
por un instante, a aquel Caspe en el que fui niño, a aquel Caspe de luz y
palabras.
Víctor Juan
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