Borja,
15 de junio de 2012
A
veces leemos libros, admiramos a sus autores, nos preguntamos de dónde
nace el talento que les impulsa a contar las historias que nos emocionan y
nos permiten entender qué queremos querer, cómo nos enamoramos, de qué se
alimenta nuestra tristeza o las razones que tenemos para vivir y morir. A
veces leemos las palabras que han reunido algunos escritores para contar
sus cuentos, y no podemos evitar preguntarnos qué pacto han hecho con los
dioses para que estos les permitan explicar qué somos, qué sentimos o qué
deseamos ser. Yo leía a un tal Fernando Sanmartín. Solo le conocía por las
fotografías de las solapas de sus libros. Me gustaba mucho como escribía.
No le admiraba porque en esto hace tiempo que soy como Luis Buñuel quien
confesaba en sus memorias que no admiraba a Jorge Luis Borges.
Además, -añadía el genio de Calanda-
yo no respeto a nadie porque sea buen escritor. Hacen falta otras
cualidades»[1].
Hoy puedo asegurar que admiro y respeto a este
buen escritor que se llama Fernando Sanmartín.
Fernando y yo tenemos
amigos comunes y gracias a la amistad, que como dice Luis Alegre siempre
es maravillosamente promiscua, conocí a Fernando Sanmartín y tengo, desde
entonces, más de mil razones para admirarle.
Hace unos años compartimos uno de esos proyectos hermosos
con los que la vida, quizá sin merecerlo, nos obsequia. Un grupo de amigos
recuperamos la melodía que sonaba en la caja de música de Ramón Acín.
Luego un carpintero nos hizo una caja con madera de roble y ahora suena en
nuestras casas La última rosa del verano, la melodía que tantas
veces se escuchaba en la casa de Ramón Acín en Huesca. Les envié a mis
amigos centenares de correos electrónicos dándoles cuenta de cómo avanzaba
la construcción de nuestra caja: el diseño del arquitecto Basilio Tobías,
la fabricación del mecanismo musical en Francia y Suiza. En uno de
aquellos mensajes les conté que ya habíamos elegido el aceite que
protegería la madera y Fernando me contesto: «Ya lo veo: acariciaremos
nuestra caja como se acaricia a una mujer desnuda». Así es el autor que ha
escrito Te veo triste.
Para
contarles quién es Fernando Sanmartín voy a relacionarlo con dos personas
distintas. Miraré primero el ejemplo de un deportista y después tomaré el
caso del protagonista de una de las películas más hermosas de la historia
del cine.
Fernando Sanmartín es nuestro Sebastian Coe, el plusmarquista del 1500. El
rey de las distancias más comprometidas. Fernando ha escrito libros
breves, quintaesenciados, tan bellos como intensos: Los ojos del
domador, Apuntes de París, Heridas causadas por tres rinocerontes,
Hacia la tormenta, El llanto de los boxeadores, Viajes y
novelerías o La infancia y sus cómplices. Es, además, director
de la colección de poesía «La gruta de las palabras» de las prensas de la
Universidad de Zaragoza. Conserva siempre la elegancia. Tiene el porte de
un medio fondista, alguien que demuestra que no basta con ser un tipo
explosivo en los cien primeros metros. La media distancia exige velocidad
y resistencia. Y Fernando Sanmartín, lord Sanmartín deberíamos llamarle,
es un escritor capaz de descubrir el poema que se esconde en cada rincón
de la vida. Es un coleccionista de delicadezas que pretende
permanentemente la belleza. Miguel Mena señaló en la entrevista para la
Cadena SER con motivo de la presentación de Te veo triste en
Zaragoza que Fernando habla como escribe, pero hay algo mucho más
importante y es que sabe escuchar. Es el más atento escuchador que
conozco.
Si Fernando Sanmartín fuera
un personaje de una película sería Atticus Finch, el abogado que asume
como un compromiso moral la defensa de un hombre negro a quien todos creen
culpable en Matar un ruiseñor. Atticus representa la rectitud, el
valor de las convicciones que defendera desde la firmeza de los débiles,
lejos de la prepotencia, la imposición por la fuerza, el insulto o la
descalificación. Tengo la certeza de que una vez que Atticus Sanmartín ha
tomado partido, defenderá aquello que le parezca justo sin pensar
permanentemente en las consecuencias que esto pudiera tener para él o para
sus intereses. Fernando estará siempre al lado de sus amigos –al lado de
quienes no lo son– si se trata de defender una causa justa. Bajo una
apariencia de fragilidad, de hombre de modos suaves se esconde una firmeza
inquebrantable. Para Fernando no hay sueños imposibles. Lo importante es
soñar, aunque quizá necesitemos cien años para hacerlos realidad.
Fernando es poeta y zaragocista. Su zaragocismo también se nutre de la
poesía, de su visión poética de la realidad. Cuando en mayo de 2008 el
Zaragoza bajó a segunda división, Fernando llamó a Pepe Melero para
anunciarle que su hijo Jorge y él se harían socios del Zaragoza. Y ahí
siguen, sufriendo cada domingo.
Fernando tiene un compromiso permanente con las palabras. Les decía antes
que un artesano había construido para nosotros una caja de música. Pues
bien, yo imagino a Fernando Sanmartín escribiendo despacio, acuchillando
las palabras como nuestro carpintero acuchillaba la madera de roble de la
caja de música, sin ninguna prisa, humildemente, hasta que las palabras ya
no le piden nada más.
Te veo
triste
Vayamos
ahora con la novela. En Te veo triste encontramos varias historias
en una. Marta Sampiero vuelve a Zaragoza porque su padre, el escritor Luis
Sampiero, ha muerto. Junto a todas las incertidumbres que genera la
desaparición de una persona que queremos (dudas sobre cómo será nuestra
vida en su ausencia, sobre si seremos capaces de seguir viviendo), Marta
se encuentra con una inquietante nota: «Dile a Carmen Cabrera que he
muerto».
A
partir de ese instante, Marta inicia un proceso de búsqueda. Busca, desde
luego, pistas sobre esa misteriosa mujer llamada Carmen Cabrera, seguirá
su rastro por varias ciudades europeas, pero también busca al hombre que
fue su padre, a la persona que creía conocer desde siempre y que, sin
embargo, guardaba grandes secretos. Lo que queda claro es que hay abismos
de nuestras vidas que nos pertenecen únicamente a cada uno. Marta, se
busca a sí misma, a la niña que fue en la ciudad que un día transitó. La
presencia de Zaragoza en la novela es constante. En Te veo triste
puede leerse el nombre de lugares que todos nosotros, como la propia Marta
Sampiero hemos frecuentado: Los espumosos, el rincón de Goya, el Canal
Imperial, el Teatro Principal…
La
novela de Fernando Sanmartín es una celebración de la amistad, un homenaje
a algunos de sus amigos. Por eso Marta conversa o recuerda a escritores
como Daniel Gascón, Antón Castro, Adolfo Ayuso, José Luis Melero o Ignacio
Martínez de Pisón.
Te veo triste
es un poema de miles de versos porque la literatura de Fernando Sanmartín
es la imagen permanente. Mientras leía la novela quise anotar las
frases redondas, frases que a cualquiera de nosotros le costaría una era
parir y que a Fernando le salen en cuanto habla o en cuanto toma el lápiz
para escribir, y desistí. Cuando había emborronado cinco folios lo dejé
estar. Era estúpido copiar como un amanuense la novela entera. Me he
permitido traer algunos ejemplos:
«La
soledad puede ser un caníbal con hambre»
«Los
secretos son canciones que uno tararea sin decir la letra»
«Hablaron como dos náufragos en islas diferentes»
«El
paso del tiempo es un mendigo cuyo nombre no conoceremos»
«La
melancolía nos acerca a la muerte, nos hipnotiza como el fuego»
«El
miedo es un farol que alguien apaga en medio del bosque»
Podría
seguir así hasta mañana, pero ustedes tendrán cosas que hacer, entre otras
leer esta maravillosa novela que les conmoverá, que les hará entender que
la vida eterna es siempre demasiado corta y que no podemos aplazar para
mañana la felicidad que nos merecemos hoy mismo. «Te veo triste. Sal de
ahí» es lo que le dijo Juan, el novio ocasional de Marta, cuando una tarde
sintió que a ella le vencía el abatimiento. A ti, querido Fernando, te
diré justo lo contrario: Te veo feliz, Fernando. Sigue ahí.
Víctor Juan
No hay comentarios:
Publicar un comentario