23 agosto 2009
Rezos
Puede ocurrir que para quienes fuimos niños cuando en las escuelas todos asistíamos a clase de religión, nos preparábamos para la comunión, íbamos con flores a María o nos confesábamos colectivamente los primeros miércoles de cada mes -yo en la iglesia de San Antonio- resulte una exageración leer que para el mundial de fútbol de 2010 la FIFA está estudiando prohibir los rezos y las manifestaciones religiosas. También pudiera ocurrir que nos extrañara que un médico, un abogado, un conductor de autoescuela, un guardia civil o el agricultor que lleva el alfalce a una cooperativa reclamara un patrón o un nombre aconfesional para sus colegios profesionales. Sin embargo es necesario que nos acostumbremos a pensar, simplemente, que todo el mundo no es como nosotros, que a una sociedad, a un país, no se le puede imponer unas creencias o una manera de entender el mundo.
A mí no me gustaría que, por imposición, se me prohibiera celebrar los cumpleaños, que no pudieran hacerme una transfusión de sangre aunque mi vida dependiera de ello, que los sábados tuviera que estar quietecico sin poder trabajar, que no pudiera comer un bocadillo de jamón hecho con pan de Garrapinillos untado con tomate del hortal y unas gotas de aceite de oliva virgen del Bajo Aragón o que para estas fechas me viera obligado a comenzar el Ramadán.
El Vaticano ya se ha posicionado sobre la prohibición de los rezos y de las manifestaciones religiosas en el fútbol y ha manifestado que, si finalmente prosperara esta iniciativa, la prohibición supondría vaciar de valores y de creencias la práctica de tan noble deporte.
En fin, lo que deberían prohibir es que nuestros craks echaran todo el tiempo escupitajos en el césped y que salieran al campo sin un pañuelo para sonarse los mocos, que queda muy feo ver por televisión a estos millonarios vaciar de mucosa sus oquedades. Si sus uniformes no tienen bolsillos para el moquero bien se lo podrían guardar dentro de la tela que tienen los pantalones de deporte para impedir el efecto huevos colgantes que tan claramente pudo apreciarse hace unos años en una fotografía del joven Emilio Butragueño que despertó -por la magnitud de lo allí se veía- tanta admiración como envidia.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario