El jueves pasado, a última hora de la mañana, un señor llamó a la puerta de mi despacho del Museo Pedagógico de Aragón. Luego resultó que tenía mi edad y esta circunstancia lo convirtió en un chico.
–¿Víctor Juan?
–Sí, pase...
–¿No te acuerdas de mí?
Traté de encontrar en su rostro un indicio que me ayudara a situarle en alguna de mis vidas, pero no lo conseguí.
–Soy Abellán, de La Salle Torrero.
Entonces sí: un niño rubio, con el flequillo de la época, un flequillo que yo aún conservo, los diminutos pantalones cortos, el pan con chocolate... y las canicas:
–Te recuerdo –me dijo Abellán– con una gran bolsa de canicas.
Aquella bolsa me la hizo mi abuela. Yo era un jugador legendario. A duras penas encontraba rivales durante los recreos que quisieran arriesgar sus chivas a mi juego implacable. La Salle Torrero: vuelta al año 1974. Fútbol, madrillas, el Canal Imperial, la harinera, los tranvías, la balseta y, sobre todo, don Antonio.
–He venido a comer a Huesca con mi mujer porque quería verte. Leí la entrevista que te hicieron en el Dominical de Heraldo de Aragón hace un año y cuando leí que alguien nombraba a un maestro que se llamaba don Antonio supe que era don Antonio. Luego leí tu nombre y vi las fotografías. Quería decirte que yo también le guardo mucho cariño a aquel maestro.
Eso fue todo. Paco Abellán se marchó con un ejemplar de Los niños del frente y un par de lapiceros bicolores para sus mellizos. La vida, realmente, es un cuento y a veces las cosas están en su sitio: Antón Castro me entrevistó, yo le hablé de don Antonio Corcuera, él quiso contarlo, Paco Abellán leyó la entrevista, –la tengo guardada, me dijo–, quiso venir a contármelo y yo se lo diré a don Antonio porque nos encontramos algunas veces en el parque de Huesca. Su hija es maestra, vive en Huesca y don Antonio suele pasear a sus nietos por el parque. Un cuento.
–¿Víctor Juan?
–Sí, pase...
–¿No te acuerdas de mí?
Traté de encontrar en su rostro un indicio que me ayudara a situarle en alguna de mis vidas, pero no lo conseguí.
–Soy Abellán, de La Salle Torrero.
Entonces sí: un niño rubio, con el flequillo de la época, un flequillo que yo aún conservo, los diminutos pantalones cortos, el pan con chocolate... y las canicas:
–Te recuerdo –me dijo Abellán– con una gran bolsa de canicas.
Aquella bolsa me la hizo mi abuela. Yo era un jugador legendario. A duras penas encontraba rivales durante los recreos que quisieran arriesgar sus chivas a mi juego implacable. La Salle Torrero: vuelta al año 1974. Fútbol, madrillas, el Canal Imperial, la harinera, los tranvías, la balseta y, sobre todo, don Antonio.
–He venido a comer a Huesca con mi mujer porque quería verte. Leí la entrevista que te hicieron en el Dominical de Heraldo de Aragón hace un año y cuando leí que alguien nombraba a un maestro que se llamaba don Antonio supe que era don Antonio. Luego leí tu nombre y vi las fotografías. Quería decirte que yo también le guardo mucho cariño a aquel maestro.
Eso fue todo. Paco Abellán se marchó con un ejemplar de Los niños del frente y un par de lapiceros bicolores para sus mellizos. La vida, realmente, es un cuento y a veces las cosas están en su sitio: Antón Castro me entrevistó, yo le hablé de don Antonio Corcuera, él quiso contarlo, Paco Abellán leyó la entrevista, –la tengo guardada, me dijo–, quiso venir a contármelo y yo se lo diré a don Antonio porque nos encontramos algunas veces en el parque de Huesca. Su hija es maestra, vive en Huesca y don Antonio suele pasear a sus nietos por el parque. Un cuento.