“- Yo voy a misa a rezar-decía mi madre.
- Tú sí, pero el cura no”.
Manuel Rivas, La lengua de las mariposas
- Tú sí, pero el cura no”.
Manuel Rivas, La lengua de las mariposas
Lo siento por los aragoneses de fe honesta que acuden a las iglesias a rezar, a sentirse mejores, a buscar el consuelo para las cosas que les afligen o a tratar de sumergirse en el sosiego interior que a mí me gustaría encontrar. Lo siento por ellos porque no se merecen tener obispos como el de la diócesis de Huesca y Jaca.
Deberíamos entender –y los obispos antes que los ciudadanos comunes- que vivimos en un Estado aconfesional, que las religiones son una cuestión reservada a la intimidad, a la vida privada de cada uno y que no deberían tener sitio en las escuelas públicas porque en esos espacios comunes sólo caben los símbolos de todos, los símbolos que nos unen y que están reconocidos en la Constitución de 1978. Hasta que entre todos decidamos modificarla, que no hay nada inamovible.
Leyendo la carta OKUPAR la educación (no he sido capaz de escuchar la versión leída por el obispo) he llegado a pensar que quizá el señor Sanz se sintiera más cómodo con leyes como aquella de educación primaria que defendió Ibáñez Martín en 1945. Esta ley es católica –dijo el gran depurador del magisterio- porque esta es la España católica de Franco. Quizá el señor Sanz añore aquellos tiempos de los modelos educativos que pretendían formar súbditos obedientes y feligreses sumisos. “Mitad monjes, mitad soldados”. Hace unos meses recibimos en el Museo Pedagógico de Aragón a un grupo de profesores franceses. Lo que más les llamó la atención fue la constante presencia de símbolos de la iglesia católica en las escuelas y en los libros de texto. Y este es un lastre que arrastramos durante dos siglos: en la escuela ha sido más importante el catecismo que el abecedario y así nos va, así nos ha ido.-
La educación para la ciudadanía tendrá unos contenidos que están recogidos en la Constitución. Y necesariamente los respetará. Así, se hablará, por ejemplo, de la Monarquía española que es, nos guste más o nos guste menos, un símbolo del Estado. Se explicarán los derechos y libertades de los ciudadanos, se hablará de tolerancia, de respeto a la pluralidad en la que vivimos. Y si en la asignatura se atentara contra la Constitución porque se vulnerara la libertad de cátedra, el principio de aconfesionalidad del Estado, la igualdad ante la ley independientemente de la procedencia social o la religión que se profese, o se hiciera apología de la violencia o se incitara a la xenofobia, o hubiera contenidos sexistas, etc., entonces hay recursos legales para denunciarlo. Lo demás son ganas de hacer ruido y de sembrar alarmas. La estrategia del obispo de Huesca y Jaca respecto a esta asignatura es un ejemplo más del haytomatismo que algunos se empeñan en llevar a la escuela y a la educación (a la escuela y a la educación pública, claro, que en las otras escuelas nunca pasa nada, ni hay violencia, ni imposición, ni más modelo que la libertad). El señor Sanz Montes es especialista en atraer la atención de los medios de comunicación con las cartas que dirige a sus queridos hermanos y amigos. Es hombre de titulares brillantes, como el de la impropia k que ha plantado en el título su pastoral.
Deberíamos entender –y los obispos antes que los ciudadanos comunes- que vivimos en un Estado aconfesional, que las religiones son una cuestión reservada a la intimidad, a la vida privada de cada uno y que no deberían tener sitio en las escuelas públicas porque en esos espacios comunes sólo caben los símbolos de todos, los símbolos que nos unen y que están reconocidos en la Constitución de 1978. Hasta que entre todos decidamos modificarla, que no hay nada inamovible.
Leyendo la carta OKUPAR la educación (no he sido capaz de escuchar la versión leída por el obispo) he llegado a pensar que quizá el señor Sanz se sintiera más cómodo con leyes como aquella de educación primaria que defendió Ibáñez Martín en 1945. Esta ley es católica –dijo el gran depurador del magisterio- porque esta es la España católica de Franco. Quizá el señor Sanz añore aquellos tiempos de los modelos educativos que pretendían formar súbditos obedientes y feligreses sumisos. “Mitad monjes, mitad soldados”. Hace unos meses recibimos en el Museo Pedagógico de Aragón a un grupo de profesores franceses. Lo que más les llamó la atención fue la constante presencia de símbolos de la iglesia católica en las escuelas y en los libros de texto. Y este es un lastre que arrastramos durante dos siglos: en la escuela ha sido más importante el catecismo que el abecedario y así nos va, así nos ha ido.-
La educación para la ciudadanía tendrá unos contenidos que están recogidos en la Constitución. Y necesariamente los respetará. Así, se hablará, por ejemplo, de la Monarquía española que es, nos guste más o nos guste menos, un símbolo del Estado. Se explicarán los derechos y libertades de los ciudadanos, se hablará de tolerancia, de respeto a la pluralidad en la que vivimos. Y si en la asignatura se atentara contra la Constitución porque se vulnerara la libertad de cátedra, el principio de aconfesionalidad del Estado, la igualdad ante la ley independientemente de la procedencia social o la religión que se profese, o se hiciera apología de la violencia o se incitara a la xenofobia, o hubiera contenidos sexistas, etc., entonces hay recursos legales para denunciarlo. Lo demás son ganas de hacer ruido y de sembrar alarmas. La estrategia del obispo de Huesca y Jaca respecto a esta asignatura es un ejemplo más del haytomatismo que algunos se empeñan en llevar a la escuela y a la educación (a la escuela y a la educación pública, claro, que en las otras escuelas nunca pasa nada, ni hay violencia, ni imposición, ni más modelo que la libertad). El señor Sanz Montes es especialista en atraer la atención de los medios de comunicación con las cartas que dirige a sus queridos hermanos y amigos. Es hombre de titulares brillantes, como el de la impropia k que ha plantado en el título su pastoral.
1 comentario:
Amén, Víctor.
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