Elías Moro
Elías Moro es del Rayo Vallecano. Esta
circunstancia ya basta para explicar su vida. Ser del Rayo quiere decir que ha
aprendido a sufrir cada domingo, a compartir las penas y, al mismo tiempo,
podemos estar seguros de que también es experto en alargar los gozos cuando la
felicidad, de tarde en tarde, se codea con la afición del equipo de Vallecas. Ser
del Rayo Vallecano indica que Elías no es un oportunista de esos que tanto
abundan, que se apuntan a las victorias, que salen en procesión tras los
poderosos. Alguien del Rayo Vallecano nunca se conducirá como aquel personaje
de la historieta de Miguel Gila que al salir del cine vio que le estaban
pegando cuatro tipos como cuatro armarios a un pequeñajo. «¿Qué hago? –le dijo
a su mujer–, me meto, no me meto… Al final me metí y le pegamos una buena paliza
entre los cinco…». Elías fue un niño que prefería la camiseta del Rayo –de mi
rayito, suele escribir– a cualquier camiseta de cualquier equipo de los que
acostumbran a ganar ligas y copas. Y esta circunstancia le hace ser dos veces
grande. Es grande, ya lo veis, por su tamaño –mide más de seis pies de alto, como los pistoleros de las
novelas de Marcial Lafuente Estefanía que Elías y yo devorábamos en nuestra
infancia–. Esta altura no le convirtió en cawboy, pero le llevó a jugar a
baloncesto. Además de por los seis pies que mide, Elías también es grande por
ser, en estos tiempos que corren, un hincha del Rayo Vallecano.
Elias Moro es un tanguista. No
dejéis de ver la fotografía que ha colgado en su exitoso blog «El juego de la
taba». Os encandilará su manera de lucir bigotito porteño, la caída de su sombrero,
la mirada desafiante y entenderéis por qué le abraza como le abraza la mina con
la que baila.
En la vida de Elías Moro hay
cuatro mujeres: Lali, su esposa, sus dos hijas, Sara y Alba y, Noa, una nieta
de unos meses con quien Elías pasea por Mérida.
–No te puedes imaginar –me
confesaba la otra tarde– cuánto se liga con una nieta. Hoy por la mañana se me
han acercado diez o doce señoras, todas estupendas, a preguntarme por la cría–.
Elías Moro es el amigo que todos
querríamos tener. Detallista, atento y generoso. Nos envía sus libros. Está
pendiente de las cosas que nos hacen felices. Lo mismo se preocupa por los
resultados de nuestro equipo de fútbol que por cómo nos ha ido en las presentaciones
de nuestros libros. Elías es el más fiel seguidor de la tertulia «Somos» del
programa «A vivir Aragón» de Radio Zaragoza que conduce nuestro queridísimo
Miguel Mena, en la que participamos Pepe Melero, Antón Castro y yo. Cada vez
que puede bebe cerveza Ámbar o disfruta de un vino de cualquiera de nuestras
denominaciones de origen. Y todo lo celebra como una fiesta. Por eso decimos
que Elías Moro es un extremaño. Vive en Mérida, pero cultiva y cuida su
universo aragonés del que forman parte escritores como Fernando Sanmartín, José
Luis Melero, Antón Castro, Cristina Grande, Julio José Ordovás, José Antonio
Labordeta –a quienes nombra en este libro– y otros muchos a quienes tiene
presentes en otros textos.
Elías Moro es un antiguo. Como
yo mismo, como todos sus amigos de la cosecha del cincuenta y nueve, a los que
tiene reunidos en un rincón de su blog. Fue niño ayer mismo, pero el mundo ha
cambiado tan velozmente que nos cuesta reconocernos porque apenas queda nada de
aquella infancia que Elías cuenta en sus libros.
Cuando recrea su infancia nos
cuenta un mundo que ya no existe: la barbería, los cines, la caja de reclutas… radiocasetes
de Karina o Juanito Valderrama en las gasolineras, el colchonero, el afilador, el
hombre del hielo…
Elías Moro es un escritor
memorioso. Bebe en las fuentes de la memoria. Se acuerda perpetuamente de las
cosas. Y las escribe en sus me acuerdo.
Las escribe para que la memoria se deposite en la escritura.
A Elías Moro le gustaría viajar
en calesa, en simón o en diligencia para conversar durante el viaje con el
vecino de enfrente, para hacerle requiebros a la chica de al lado y,
finalmente, para ser atacado por los indios, por los hombres del Cardenal
Richelieu o por una partida de clásicos salteadores de caminos. Y uno tiene la
seguridad de que viajando con Elías Moro estaría sufriendo todo el camino al
pensar que el viaje se iba acortando y que con el viaje se terminarían las
historias, los poemas y las palabras porque con Elías uno estaría horas y horas
charrando, cogiendo un capazo tras otro. Elías todo lo cuenta. Todo lo mira de
otra manera: los charcos, los árboles, la mantis religiosa, una mañana de
domingo, la salamanquesa, las nueces y las castañas, las espinacas o el fuego…
Elías Moro resumió su vida en
cincuenta palabras para la revista de pensamiento y cultura El Ciervo:
«La teta materna. Mis hermanos. Escarcha y
bochorno. Arroz y sandía. Operación pulmonar. Baloncesto. Amor y amistad. Literatura.
Viajes. Mérida. Lali, Sara y Alba. Los Marx, Woody Allen, El Padrino. Lisboa.
Vidal. Copla, fado y tango. Música y poesía. La muerte. Un beso inolvidable. Y
su mirada marrón. Stop».
Manga por hombro
Manga por hombro es una de las frases de mi
vida. La otra es, sin duda, «súbete los pantalones que te pareces a Casiano»,
pero esto lo contaré otro día. Me parece estar escuchando a mi abuela: «Todo lo
tienes, maño, manga por hombro». Daba igual que utilizara esta expresión para
describir mi habitación, el estado de los aparejos de pescar o el orden que
reinaba en mi cartera escolar. Mi vida también la vivo manga por hombro.
Los textos reunidos en Manga por hombro fueron entradas de «El
juego de la taba», un blog que tiene centenares de visitas cada día. A mi
página y a la de Melero la mayor parte de los visitantes llegan desde el blog
de Elías. Estos textos de Elías tienen la frescura que se espera de los textos
escritos con la inmediatez de una impresión, de un sentimiento o de una visión
fugaz y, si embargo, tienen también una extraña profundidad. Al ser hijos de un
blog, podría pensarse que nos esperarían textos ligeros, a medio cocer, pero
esto no sucede nunca con la escritura de Elías, quien parece vivir el tiempo
lento y nos muestra con palabras la mirada demorada sobre las cosas.
Manga por hombro es el libro de un lector impenitente. Sus páginas están llenas de
referencias literarias. Manga por hombro
es el libro de un lector que lee en cualquier lugar, en cuanto se le presenta
una pequeña oportunidad: en el coche, en casa, incluso en la consulta del ginecólogo
extraña los libros. Siempre lleva un libro consigo como los fumadores llevan
tabaco y chisquero. Siempre tiene libros cerca porque es un hedonista. Los
libros le procuran, fundamentalmente, placer. Los libros le han permitido ser faraón
en Egipto, escudero de Aquiles en la guerra de Troya, gladiador en Roma,
arquero en las Cruzadas, pícaro en Flandes o samurái en Japón. Por los libros
ha bajado al centro de la Tierra, ha subido a la
Luna
o ha navegado por el Amazonas. Elías lee porque sabe que de la lectura nace la
escritura. También escribe a cualquier hora y en cualquier momento, escribe en
un cuaderno que le acompaña allí donde va. Escribe sudando la gota gorda, a
pico y pala… He disfrutado particularmente con un texto dedicado a las lecturas
que hicieron de Elías el ser humano que es hoy y también el escritor que es, un
capítulo titulado «Desenfunda, forastero (elogio de la lectura)», que les
recomiendo.
Hay en Manga por hombro mucho humor, la mejor arma para combatir la
sinrazón a la que hemos de enfrentarnos diariamente. En algunos capítulos es
imposible contener la risa –como en Carta a los reyes magos o en José María–.
Me suele ocurrir que cuando conozco a los autores, leo sus obras con su propia
voz. Eso me pasa con los libros de Elías. Y me siento privilegiado por eso.
Ya para terminar voy a hacerles
una confesión. Hay algo que condeno enérgicamente en este maravilloso Manga por hombro. Una mancha en un
inmaculado expediente, un detalle que, por otra parte, humaniza al autor. Cuando
Elías entró en quintas y fue a la caja de reclutas para que le tallaran, le
examinaran la dentadura como se les mira los dientes a los animales en las
ferias de ganado, le auscultaran los pulmones y el corazón y, finalmente, para
que le tocaran los huevos, decidió cumplir con la patria como voluntario en
Aviación porque así se libraba de destinos no deseados. El peor de todos ellos,
peor que servir a España en los Regulares de Melilla era la tortura de los Cazadores
de Jaca. (Hostias qué frío –dice el insensato escritor–). A un seguidor del
Rayo Vallecano no le afecta el frío, a un señor del Pozo del Tío Raimundo no le
afecta el frío ni el calor. Y el frío del Pirineo, querido Elías, es el precio
del paraíso.
Pero en fin, hasta esta leve
mancha en tu expediente te perdonamos porque tú todo lo tienes perdonado por
ser tan buen tipo como eres y por escribir como escribes.
Librería Antígona, Zaragoza, 15 de mayo de 2014
1 comentario:
No sé qué decir, querido Víctor. Bueno,sí, que he vuelto de Zaragoza abrumado por tu (vuestra) generosidad y cariño.
Ojalá sepa corresponder en algún momento como merece(i)s.
Gran abrazo.
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