No hay
nada más urgente que el rescate de la mirada. Necesitamos una mirada libre y
emancipadora, una mirada inocente y auténtica, una mirada cómplice y
comprometida, una mirada crítica y solidaria. Antes de tomar los pinceles para
herir la blancura del lienzo con la huella del color, el pintor es alguien que
mira el mundo y ve lo que nadie intuye. Y luego la pintura es, esencialmente,
la luz proyectada, la luz fecundada por los ojos del pintor cuando mira el
paisaje o cuando mira los rostros o cuando mira en su interior, justo en el
lugar donde nacen los sueños. Contemplando la obra de Joaquín Ferrer Guallar,
después de dejarme llevar por la caricia de los colores, no puedo evitar
preguntarme si fue primero la parte o el todo porque sus composiciones son la
suma de detalles pequeños –todos imprescindibles– o, bien, el resultado de la
descomposición del todo en elementos simples. Y aún me pregunto en qué momento
el pintor decide no dar ni una pincelada más, del mismo modo que un compositor
decide no añadir ni un compás más ni una nota más ni un silencio más y da por
terminado un concierto o una ópera. ¿Qué sensación de rotundidad ha de
devolverle su obra al pintor para que dé reposo al pincel?
La
mirada de Joaquín Ferrer Guallar y su mano sensible ponen a disposición de los
ojos de quien mira una realidad hecha de colores, formas y volúmenes. Descúbranla
y disfruten.
Víctor Juan
(Texto para el programa de la exposición «Entre la luz y la mirada» de Joaquín Ferrer Guallar
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