Desde hace tres años paso una hora en el coche con mi hijo. A las ocho dejamos a Blanca en el instituto y esperamos hasta que abren la escuela. Guillermo tiene en el asiento de atrás de la furgoneta su oficina: los álbumes de cromos de futbolistas, un par de atlas, los cuadernos en los que escribe sus cuentos, un Gerónimo Stilton, un estuche de urgencia con lo imprescindible...
Por no levantar sospechas he cambiado varias veces de ubicación durante estos tres cursos. Ahora aparco en la calle Crespo Agüero. Esta mañana había media docena de personas esperando que abrieran El Refugio para tomar un desayuno caliente. Un coche de policía se ha detenido delante del mío y dos agentes han empezado a pedirles la documentación:
Uno de los policías retransmitía los datos de aquellos hombres por un teléfono. El otro los cacheaba: los bolsillos del pantalón, la sobaquera, los bolsillos del abrigo. En una de estas inspecciones el policía ha palpado un objeto extraño. Llevado de mi visión cinematográfica de la vida he pensado que se trataría de un arma: una pistola con silenciador o un cuchillo. El policía se ha separado medio metro del hombre sospechoso y éste ha abierto su cazadora, ha introducido la mano en uno de los bolsillos y ha sacado un libro. Tenía razón el señor policía. Un libro es un objeto subversivo, potencialmente peligroso, amenazante para el poder. Un hombre que lee despierta desconfianza.
24 febrero 2010
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2 comentarios:
"para no levantar sospechas". No entiendo esa frase. ¿Que sospechas puede levantar un padre que está con su hijo? ¿Que sucia mente puede pensar mal? ¿Quizás la misma que piensa que un libro es peligroso?
Lo siento por el mundo que que tu hijo está viendo y aceptando como normal. Deseo no elija ser policía, ni banquero, ni político, ni ladrón (que hoy día van a la par), ni ... y sí que desarrolle su mente para hacer un mundo más sensible y respetuoso, como el del padre en su intento de educar.
Gracias por contar la vivencia.
Un saludo
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