
Una de las promesas que más firmemente hubiera querido cumplir era,
precisamente, la de no presentar jamás, bajo ningún concepto, un libro con Pepe
Melero. Y aquí me tienen, interviniendo en una presentación en el peor
escenario posible: justo después de que Pepe haya estado, como siempre,
brillante, tierno, original, divertido y certero. Pero no me importa. A
Fernando Sanmartín siempre le diré que sí. Cuando me invitó a participar en la
presentación de sus Notas sobre Zaragoza
del capitán Marlow me hizo muy feliz. Yo hubiera aceptado aunque hubiera
tenido que presentar el libro en compañía de Mejuto González o del mismísimo Belcebú,
aunque ahora vivo este momento con una gran tensión. No me gustaría que, tal y
como confiesa en sus Notas sobre Zaragoza
del capitán Marlow, Fernando estuviera deseando no haber venido a la
presentación de su propio libro porque mis palabras le aburrieran o me extendiera
demasiado en detalles innecesarios o me dirigiera a ustedes con palabras
propias de una rechifla.
Seguro que se preguntan, como yo mismo, qué piensan los poetas cuando van
en bicicleta. Esta es la duda que me consume cuando veo Fernando Sanmartín
pedalear por la Avenida Goya, camino de su casa. En este libro he encontrado la
respuesta. Fernando cuando va en bicicleta mira la ciudad y nos devuelve una
Zaragoza «quintaesencializada», una ciudad interiorizada, vivida y proyectada,
una ciudad amada a pesar de los abandonos, la desidia y «sus dolencias
hepáticas», por utilizar sus propias palabras.
Una de las características de los libros de Fernando es el equilibrio en
la tristeza y en la alegría y la sobriedad. Quizá sea por el paisaje estepario
en el que se levanta Zaragoza, por el desierto que sitia la ciudad y que nos ha
hecho suaves como la arcilla y duros del roquedal, tal y como nos cantó José
Antonio Labordeta.
En esta crónica de Zaragoza están el Mercado Central, el Ebro con su
pozo de San Lázaro, el Pilar y Santa Engracia, El Plata, el Café Levante, los
parques, El Belanche, las calles, las plazas y los paseos, los bares, las
terrazas y los restaurantes. Junto a Tabernillas y la Ontina Fernando se
detiene en Casa Emilio donde, según nos cuenta, las cenas son una mezcla de
timba, manicomio y humor.
Somos las ciudades en las que vivimos porque las ciudades nos
construyen por dentro y dibujan nuestros límites. Por eso en estas Notas sobre Zaragoza del capitán Marlow,
Fernando Sanmartín nos habla de lo que somos, del amor, la amistad, la infancia,
de los años de estudiante en la universidad, del Real Zaragoza… De la evolución
darwiniana que ha convertido bares en farmacias, un colegio mayor en residencia
de ancianos, y ha hecho desaparecer una bolera en la que había un camarero que
a Fernando le resultaba «borde, chepudito y mamón».
Nos buscamos en las ciudades. Buscamos al niño que fuimos, al joven
que descubría la vida. Buscamos la pasión de los primeros besos y las ilusiones
perdidas. Buscamos la inocencia y el recuerdo de las personas que se nos
fueron. La ciudad son también los amigos. Y Fernando Sanmartín nombra a muchos,
a muchísimos y lo hace con la generosidad que tienen los hombres buenos.
Hay en Notas sobre Zaragoza del
capitán Marlow mucho humor:
«A José Echegaray, pobre Echegaray, le dieron
el premio Nobel en 1903 y hoy deberían darle un premio a todo el que lo
leyera».
Subir
a un autobús urbano me relaja, como el yoga, aunque nunca haya hecho yoga.
Todos
escondemos algo: metáforas, frustraciones, deseos sexuales con la vendedora de
perfumería, lecturas inútiles, un antepasado vampiro, un recelo…
Fernando
nos cuenta que una noche se bañó desnudo en la piscina del polideportivo Salduba
después de aprobar un examen de Derecho Penal y saber a qué atenerse si le
pillaba la policía.
Las mujeres de este libro son muchachas longilíneas, de rostro suave,
inteligentes, mujeres que merecen la felicidad, mujeres rebeldes sin causa,
mujeres que son una tesis sobre el deseo, mujeres que convertían su instinto
básico de poeta (el de él) en el instinto de un peón caminero; mujeres que
suben a una bicicleta para llegar a una cita, a un restaurante o a una
conclusión.
En este libro las cosas siempre son, no parecen. Las imágenes
perfectas, son –como sabemos– señas de identidad de la escritura de Fernando:
«Un hijo es un país lleno de gladiadores que lucharán a nuestro lado o
contra nosotros»
«La bicicleta es la verdad. Un principio socrático».
«La enfermedad es una puerta giratoria de la que se sale».
«La oscuridad es una novia que se viste de negro».
Antes de escribir sobre Zaragoza, Fernando escribió sobre otras
ciudades. En estas notas hay referencias a París, Amman, Bruselas, El Cairo,
Leningrado, Milán, Helsinki, Madrid, Barcelona, Tetuán. Quizá hay que patearse
medio mundo para hacer una declaración de amor a Zaragoza tan rotunda como la
que hace Fernando: «Escucho el mar y pienso que si no pudiera volver a mi
ciudad me volvería loco».
El único de mis amigos que bebe Fantas es Fernando, pero no es un
pagafantas. Yorgos, Ismael Grasa y Fernando se abrazan en La Romareda cuando el
Zaragoza mete un gol. Últimamente se abrazan poco, es cierto, pero hay que
tener paciencia. Dentro de unos años harás una edición aumentada de estas notas
sobre Zaragoza y nos contarás que tomaste una Fanta de naranja (doble, en esta
ocasión) para celebrar que el Zaragoza había ganado la Champions.
Se pregunta Fernando Sanmartín si los héroes de la resistencia contra
los franceses que dan nombre a las calles de la ciudad serían hoy empleados de
la Opel o dirigentes de Ibercaja. Quizá así sería. Lo importante es que tú,
querido Fernando, eres un héroe de los sitios, un defensor de la ciudad. Has
hecho con nuestra Zaragoza lo que los poetas hacen con la realidad: nos la has
devuelto más hermosa y has conseguido que nos sintamos orgullosos de esta
Zaragoza antigua y moderna, nuestra y de todos. Por eso Melero y yo hemos
decidido nombrarte general. Esta insignia que te impongo te acredita como
defensor de Zaragoza y del Real Zaragoza. A partir de ahora serás el general
Sanmartín y compartirás generalato con Melero, nuestro general de bibliotecas,
en un tiempo en el que hay que velar por los libros, los cuentos y las palabras
que dan sentido a nuestras vidas, y conmigo mismo que soy general de museos.
En sucesivas ediciones, Chusé Raúl Usón tendrá que darle a este
maravilloso libro el título que realmente le corresponde porque lo de capitán
Marlow estuvo bien para la primera vez. A partir de ahora este libro se
titulará «Notas sobre Zaragoza del general Sanmartín».
Zaragoza, 7 de marzo de 2014
[Fotografía de Vicente Almazán]